El escritor no deja de ser un reconocido físico atómico y nuclear que ahonda en esa tradición de escritores científicos. Nos señala Javier Salvago que una de las características escriturales de Manuel Lozano Leyva es introducir como personajes protagonistas a científicas y científicos relevantes. En cualquier caso, el volumen nos presenta a una adolescente de 17 años que tiene un examen de física y química y, por ello, odia la tabla periódica de los elementos de Dimitri Mendeléyev que, sin embargo, en boca de su profesor, es una verdadera maravilla. También odia a su madre en un latente conflicto generacional. De hecho, lo metaliterario juega un papel fundamental en la escritura de Manuel Lozano, quizá con el convencimiento de que la realidad es incluso más impactante que la ficción. No sólo Dimitri Mendeléyev sino también Alexander Aksakov, escritor, periodista, traductor, funcionario estatal, investigador psíquico ruso que introduce junto al profesor Alexander Butlerov (químico) las primeras sesiones de espiritismo en Rusia. Ambos personajes del relato conforman el escenario teatral de unos hechos que sucedieron. Hay que señalar que los círculos de la alta sociedad de San Petersburgo a finales del siglo XIX estaban fascinados con esas sesiones de espiritismo y los esfuerzos por contactar con los muertos. También aparecen como protagonistas narrativos, Dimitri Lachinov, físico, ingeniero eléctrico, inventor, meteorólogo y el profesor de zoología de la Universidad de San Perterbursgo, Nicolái Wagner. El furor de moda por las sesiones espiritistas llegó a ser tan grande que, en 1875, el arrogante y célebre Dimitri Mendeléiev propuso formar una comisión para estudiar los fenómenos espiritistas. Aunque las conclusiones criticaron duramente el espiritismo por falso, eso no mermó la fe de los verdaderos creyentes. Mendeléyev demostraría la naturaleza fraudulenta de esta pseudociencia, entonces, y de nuevo en este relato, donde se fragua la batalla entre los partidarios espiritistas y la razón o ciencia, en retrato de Mendeléyev. El narrador nos implica tanto que parece que asistimos a la representación real del hecho histórico, inclusive debatiendo el origen del espiritismo, que no procede de Inglaterra sino de América del Norte de la mano de las hermanas Fox, primeras médium con apenas 15 años. En cualquier caso, el argumento narrativo, como buen científico y hombre de letras que es Manuel Lozano, nos lo escribe con toda belleza y nitidez en la página 60: “Recuerda Dimitri, las palabras de Hamlet: -Hay más cosasen el cielo y en la tierra, Horacio, de lo que puedas soñar con tu filosofía-. Busquemos científicamente esas cosas, Dimitri, pero no neguemos su existencia basadas en prejuicios y temores”.
En un itinerario evolutivo de pensamiento filosófico y comunicaciones científicas, Shakespeare, Wallace, Crookes, Engles, Newton conforman la llama azul de paradojas donde el deseo y el objeto se enfrentan, la inconfundible mano de la maternidad que vuelve en sueños, la majestuosidad y los enigmas que generan los castillos franceses, las quimeras y las mentiras de la Historia, y el punto de partida que será también el punto de llegada, un cuento de fantasmas que se refería a Mendeléyev y el encuentro con el nuevo novio de la madre de Isabel, precisamente el que le hace entrega del libro. Una impecable circularidad que se ve reforzada por la pintura inquieta del cubano Michel Moro. Un artista visual, caricaturista indispensable y pintor esencial que, de hecho, ya colaboró en las ediciones de Pedro Tabernero, en concreto, la serie dedicada a Sevilla que en algún momento hemos reseñado centrándonos en las ilustraciones del pintor Sanroqueño Juan Gómez Macías.
Se da una suerte de llamada interdiscuplinar y de gran riqueza simbólica entre la elegante escritura de Manuel Lozano y el repertorio interpretativo de Michel Moro. La llamada azul es el centro del relato y también lo es de la imagen. Un azul predominante con autonomía estructural para mostrarnos rostros entre luces y sombras, la aceptación de la naturaleza, las formales pesquisas hacia la armonía. Cuestión de trabajo, sin duda, donde técnica y oficio buscan plasticidad y expresionismo, concretándose en una voluntad expresiva sintetizadora y a la vez un iluminador oscurecimiento de los temores, sospechas y suspicacias.
Para lectoras y lectores con interés, esta serie de relatos del desertor del presidio, nos permite, solo sea por un momento, escapar a las infernales vicisitudes de lo que nos exponen a la vista.
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