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Lucrecia Zappi
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Lucrecia Zappi (Foto: Javier Oliaga)
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Lucrecia Zappi (Foto: Javier Oliaga)

Entrevista a Lucrecia Zappi, autora de “Acre”

“Los momentos cotidianos de una familia revelan la debilidad humana en un mundo actual”

Por Javier Velasco Oliaga
viernes 29 de septiembre de 2017, 13:27h

Dos años después de la publicación de su primera novela “Jaguar Negro”, Lucrecia Zappi regresa a España para presenta su nueva obra “Acre”, nombre que no hace referencia a un color o sabor, ni siquiera a la medida inglesa de superficie muy utilizada en Estados Unidos, sino al estado brasileño fronterizo con Bolivia y Perú. La novela, sin embargo, se desarrolla la mayor parte entre Santos y São Paulo. La escritora brasileña, afincada en Nueva York, nos confiesa durante la entrevista que la gustaría permanecer más tiempo en España para promocionar su obra y estar en contacto con sus lectores. Algo que está haciendo estos días.

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Lucrecia Zappi
Lucrecia Zappi (Foto: Javier Oliaga)

Además de presentar "Acre"en la librería Los Editores, acompañada por el escritor Jorge Eduardo Benavides y por la escritora y editora de la propia Lucrecia Phil Camino, tiene programada una presentación en la librería neoyorkina McNally Jackson Book el próximo 27 de octubre y también tiene previsto asistir a la FIL de Guadalajara el día 29 de noviembre. Como ven un tour literario de gran proyección internacional.

Lucrecia Zappi comenzó a escribir en un taller de escritura del escritor E. L. Doctorow que le dio un sabio consejo: “Escribe sobre lo que te obsesione, algo sobre lo que no puedas dejar de pensar”. Y eso es lo que ha hecho desde entonces. Sus dos novelas están situadas en Brasil, en diferentes estados y con tramas que nada tienen que ver una con la otra. “No quería repetirme. Mis dos novelas no se parecen en nada. "Acre" la he escrito poniéndome en el papel de un hombre bastante pusilánime”, nos dice durante al comienzo de nuestra conversación, antes de comenzar con mi batería de preguntas con las que intento que nos desvele los secretos de su última novela.

El narrador de la novela es Oscar. ¿Le ha sido difícil meterse en la piel de un hombre para escribirla?
Sentir como piensa y cómo reacciona un hombre, sea en los silencios, en la mirada, en los arranques verbales, y el tipo de observación y de detalle que torna una voz más o menos masculina me interesa. De la misma forma me pregunto ¿qué es lo que compone una voz femenina? No sé si ya tengo la respuesta.

Creo que específicamente en Acre, tenía ganas de escribir una novela de fronteras, un western, y mi arranque inicial fue observar las voces narrativas en clásicos latinoamericanos, con una visión masculina en un mundo rústico de paisajes abandonados, inalcanzable, que al final lleva a la búsqueda de uno mismo.

Quise adentrarme en ese mundo mítico de territorios vastos y de gran fuerza poética de Ricardo Güiraldes, Juan Rulfo, João Guimarães Rosa, Graciliano Ramos y Raduan Nassar, por ejemplo, y desmenuzarlo, sentirlo.

Acre empezó así, un poco por la voz, otro poco por el paisaje vasto fronterizo que uno cree incierto, además porque un territorio fronterizo como Acre trae el encuentro de idiomas, del portugués y del español.

La narración se desarrolla en dos espacios temporales. En el presente y el pasado de la adolescencia de los protagonistas. ¿Cuál ha sido más complicado de escribir?
Es interesante que me preguntes sobre dos espacios temporales y no de un tercero, que es justamente el de Acre. La novela está ambientada en São Paulo actual y en Santos en los años 80, pero Acre es el hoyo negro de treinta años que separa esos dos momentos. Es de donde viene el forastero, y enemigo de adolescencia del narrador. Y cabe al narrador, Oscar, interpretar ese espacio temporal como le es posible, como si juntara piezas de un rompecabezas para darle sentido a su propia vida y a su matrimonio amenazado. Creo que dosificar este sitio espectral a través de un narrador que anda a tientas fue lo menos obvio, porque justamente este espacio es la médula que sostiene el relato.

¿Por qué ha utilizado estos dos espacios temporales?
Considerando que hay tres, todos son espacios fronterizos en esta novela: empieza en el mar, en el puerto de Santos, y en línea recta, tres mil kilómetros después, está Acre marcando la frontera de Brasil con Perú y Bolivia. Y São Paulo trae otro tipo de frontera, una frontera más bien social, de una clase media consumida por sus miedos en una ciudad inhóspita.

Creo que Santos, que está a una hora y media de São Paulo, es un sitio típico de los años 80 en donde esos paulistanos salían de vacaciones. Me interesó evidenciar lo que este litoral representó para los paulistanos de mi generación: aunque sea una ciudad portuaria con su olor a diésel, llena de cargueros y excesos, representa una cultura pop surfista ochentera. Salieron de Santos los primeros surfistas profesionales brasileños, campeones internacionales como los hermanos Salazar que retrato en la novela.

¿La adolescencia es el periodo de la vida dónde se forjan las personalidades de las personas?
No lo creo. Tomando a mis personajes como ejemplo, me parece que el acosador ya nació acosador, el delator siempre fue un delator, y el que no inspira confianza, nunca la inspiró.

¿A la hora de escribir, su universo es Brasil?
Mi origen es mi punto de partida, o mi punto de fuga. En un plan más personal, creo que por haber estado en tantos sitios, tengo necesidad de anclarme a un lugar de origen. Y aunque haya nacido en Argentina, me parece que el idioma siempre define más a uno que el territorio, entonces sí, Brasil es donde aprendí el portugués a los cuatro años.

¿Piensa escribir otras novelas con diferentes ubicaciones?
Me gustaría situar una historia en donde vivo hoy, en Nueva York, y aunque mi mirada sea localizada, tendrá siempre un rastro extranjero, partiendo de Brasil. Y me gusta esa fatalidad del acento. Uno nunca escapa de su lugar de origen.

En la novela hay una contraposición entre diferentes escenarios, Santos y São Paulo. ¿Representan ambas ciudades los mundos diferentes que hay en un país como Brasil?
Sí, de cierta manera. Santos es un gran puerto brasileño que sirve directamente a São Paulo, con una cultura de clase media muy presente, de cierta manera más tradicional, con menos cambios visibles que en São Paulo. Santos, para los paulistanos, trae un aire nostálgico, con sus panaderías portuguesas y clubs de regata a lo antiguo. Y en los años 80, era una playa muy frecuentada por los paulistanos. Todavía lo es, pero la gente suele visitar otros sitios hoy en día.

En mi novela trato de aproximar estos dos mundos, como si uno complementara al otro, el paisaje más nostálgico se confunde con el otro en un enredado de cables eléctricos expuestos. El cúmulo de cosas se interpreta con ganas de consumir, con ganas de reinventarse, lo que me hace pensar en la industria del cine y en cómo eso se refleja en las dos ciudades, con resquicios de una era, de un cierto glamour hollywoodiense.

¿Cuando en una vida aparecen los fantasmas del pasado cómo se suele reaccionar, como Oscar o como Marcela?
Creo que en eso los dos personajes guardan similitud. No suelen hablar del pasado, lo que es muy común entre la gente. El olvido siempre pareció ser lo más fácil. Pero no tengo dudas de que lo que no está resuelto en la vida, vuelve.

¿Qué protagonista le ha costado más describir?
Nelson. Porque en muchos momentos es como un boceto de personaje. Se resbala, no se deja ver por completo. Creo que las marcas del vitíligo en su cuerpo sugieren esos mundos invisibles por donde ha transitado. Es un tipo impredecible, además. Y un sociópata.

¿Qué importancia tienen los hechos cotidianos en su literatura?
Muchísima. Creo que los momentos de la cotidianidad con sus diálogos cruzados, la crisis de una pareja y su atmósfera densa y erotizada, la violencia no verbalizada que se revela en los espacios comunes de todos los días, sea en el sofá delante de una tele encendida que calla a una pareja que a lo mejor ya no tiene mucho más que decirse, o en las calles en donde uno se salta a la gente sin hogar como si fueran obstáculos del camino, revelan la debilidad humana en un mundo muy actual. El olor de la casa del vecino, los sonidos de los cables de ascensor, los diálogos sin importancia aparente, todo eso me interesa.

Luego hay la relación del narrador con el lugar, lo que me hace pensar en un personaje de W. G. Sebald, mirando al suelo, imaginándose un mundo por medio de lo que va encontrando. Oscar, el narrador, hace un mapa sentimental reconstruyendo su mundo destrozado por medio de recuerdos y de lo imaginado, y él parte de la experiencia cotidiana.

En la novela trata problemas sociales de las grandes ciudades, inseguridad, mendicidad, etc. ¿Por qué le interesa denunciar estos temas? ¿Conseguirá el gobierno brasileño controlar alguna vez estos problemas?
La ciudad llena de detritos y de bastiones infectos en que se ha convertido São Paulo, pero que al mismo tiempo trae una belleza carcomida, llena de paredes con grafitis y edificios con cajas de aire acondicionado que penden de las ventanas es una São Paulo que conozco. Y si llamo la atención hacia esa São Paulo, no lo hago en un clima de denuncia, pero la presento con austeridad, creo, bajo una luz emocional cruda. Claro que ahí se traslucen sus fronteras sociales, dejando un sabor acre en la boca.

Por otro lado, creo que el tema de la marginalidad ronda naturalmente a un escritor inmigrante o extranjero. No soy extranjera en Brasil, pero creo que vivir en otro país produce cuestiones como esa.

Hasta un lugar en donde prevalece un sentido de comunidad puede parecer opresivo. En el caso de mi novela, es el barrio Vila Buarque, en el centro de São Paulo. Relacionado a esa sensación de marginalidad, observo cómo los contactos humanos se reducen poco a poco a una sensación de soledad o su dificultad de comunicación.

Mirando a la gente en una ciudad como Nueva York, es curioso pensar que la cuestión de la alienación no viene solo de una barrera social o incluso del idioma, pero que también está presente entre los que se parecen entre sí. ¿Por qué la convivencia social se torna imposible a veces? ¿Y dónde empieza la sensación de la falta de seguridad?
Para contestar a tu pregunta sobre la solución de esos problemas urbanos sociales en Brasil, de una manera general, pertenezco a una generación de niños que, mientras yo iba al cole, una multitud de ellos se la pasaba consumiendo cola por las calles y robando. Hoy los niños están en el crack. Además de la gente tirada en la calle sin tener en donde vivir.

Y luego entran personajes no tan distantes de mi novela, como Adriano, que parece ser la única persona preocupada en limpiar la ciudad, pero a su modo. Si estuviera en los Estados Unidos podría estar caminando con antorcha una, gritando el eslogan nazi “sangre y suelo”. No lo veo tan claro como se solucionaría en Brasil algo que ya es un cáncer social.

¿Qué escritores sueles leer?
“Os Sertões” de Euclides da Cunha, “Grande Sertão: Veredas” de Guimarões Rosa e “Vidas Secas” de Graciliano Ramos forman mi trinca de clásicos brasileños. El lenguaje sigue siendo pulsante e original, cada una a su modo. Me gusta la manera que tienen de conformar los vacíos, sea en los paisajes o en los diálogos, y por la misma razón William Faulkner.

También me encanta la literatura noir clásica norteamericana y creo que Acre también trae algo de mis lecturas favoritas del género. “El asesino dentro de mí”, de Jim Thompson, “La Piscina Mortal” de Ross MacDonald, para citar algunos. Dashiell Hammet, Raymond Chandler, Patricia Highsmith.

Algo muy específico relacionado a Acre, diría que Oscar salió inicialmente del narrador de “Los Adioses”, de Juan Carlos Onetti. Es un dueño de un almacén que observa con una punta de envidia el va-y-viene de un sujeto misterioso que recibe cartas de dos mujeres, mientras él está instalado en un hospital de tuberculosos en un pueblo en las montañas inspirado en Córdoba.

Quise crear esa complicidad con el lector, aunque la mirada del personaje sea mezquina y especuladora. Quise que el lector se sintiera traicionado por esa distorsión, pero que, al mismo tiempo, se rindiera totalmente a ella.

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