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Ángel Gil Cheza
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Entrevista a Ángel Gil Cheza, autor de “El hombre que arreglaba las bicicletas”

“Es más importante el cómo que el qué de una novela”

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Ángel Gil Cheza fue en su adolescencia baterista de un grupo punk. Algo de ese inconformismo le queda en su sangre porque su segunda novela, El hombre que arreglaba las bicicletas, tiene un poso de novela rompedora. Quien se acerque hasta su concéntrico cosmos se va a ver envuelto por una trama, en apariencia sencilla, que va a ir removiendo al lector hasta la última página, donde conoceremos en su totalidad su universo.

(Fotos: Javier Velasco)
(Fotos: Javier Velasco)

El escritor castellonense tiene tras de sí una larga experiencia musical que ha dejado de lado para centrarse en su otra gran pasión, la literatura. Ángel Gil Cheza es un literato en el sentido más amplio del término. Se encuentra situado a los dos lados de la barrera de la literatura. Por uno, escribe sobre lo que le gusta y por el otro ayuda a escritores a confeccionar sus libros. Es por tanto editor y editado. Profesor de escuela de escritura y alumno de la literatura. Esa doble vida le hace ver la literatura en toda su inmensidad y magnitud.

Hasta el momento tiene dos novelas publicadas. Primero publicó sus dos novelas en Amazon y durante un año estuvieron ambas entre los puestos de los cien libros más vendidos. Su segunda novela, la que estamos tratando, atrajo a la editorial Suma de Letras para ser publicada en papel. El acierto no ha podido ser más elocuente, porque nos encontramos ante una novela que nos mantiene en vilo constantemente, sin ser un thriller, y nos va sorprendiendo página a página, frase a frase, con una historia radicalmente original y emotiva.

“Mis novelas responden preguntas”, afirma nada más comenzar la entrevista en un céntrico hotel madrileño. “La pregunta que intento responder en la novela la sé de antemano. Pero primero hay que captar la atención del lector y luego ir explicando los pormenores. Para mí es más importante el cómo que el qué”, desgrana con efectividad y preciosismo.

“En nuestra vida tenemos muchas ventanas cerradas, sobre todo de la adolescencia, de nuestros enamoramientos y las tenemos que abrir”, dice con un cálido acento mediterráneo. Son esas ventanas abiertas las respuestas de nuestra vida que la protagonista Enda Berger va abriendo una a una, muchos años después de creerlas cerradas para siempre.

El hombre que arreglaba bicicletas es la historia de un escritor que, al morir, deja un extraño testamento que hace que se conozcan los dos grandes amores que tuvo en su vida. “Cada una es para la otra el camino para comprender lo que ya no está. Una parte de él que se habían perdido”, explica en escritor. Artur Font, el novelista de género negro, nunca olvidó una parte de su vida.

Para el autor, es muy importante el campo, por ello se dedica en sus ratos de ocio al cultivo biológico. Siempre se ha mostrado en contra del urbanismo sostenible y también del turismo. Lo de la burbuja inmobiliaria que ha destrozado nuestras cosas le parece una aberración tanto política como empresarial. “Por eso he querido acercar a la gente de fuera a que conozca la costa y cómo vivimos nosotros, ya que los castellonenses somos personas muy peculiares debido a que tenemos en poco espacio físico costas y montañas”, describe su querido terruño.

Sin embargo, “hay también gente que viene de fuera con una caravana y se queda a vivir para siempre con nosotros”, apunta. Esa gente también se refleja en la novela y la va describiendo a pinceladas, dejando que el lector rellene huecos. “Cuando describo es como si fuese pidiendo cartas en un juego. No me gusta que el lector vea recortado su papel imaginativo, es como si se fueran cerrado puertas”, sostiene razonando.

Cualquier mínimo detalle de la novela tiene su por qué, hasta cualquier personaje secundario tiene su importancia, “todos están al servicio de la trama y alguno llega a tener un papel importantísimo al final”, descubre tímidamente. En su opinión, el final es el que necesita el lector y del que ha quedado muy satisfecho. “Un final bastante cerrado para que el lector pueda decir que se ha comido todo el postre”, puntualiza metafóricamente.

Es la metáfora algo muy característico de su estilo literario, pero lo que más le caracteriza es su forma de armar la novela, de dar a todo la verosimilitud precisa. “Sobre una idea voy construyendo la trama y llega un momento en que si consigues lo que realmente quieres y disfrutas en el proceso, el escritor se convierte en lector”, señala. Es en ese momento cuando la narración tiene una fuerza imparable. Ese disfrute se nota en toda la novela.

A mitad del libro el autor justifica el título de El hombre que arreglaba las bicicletas, y no es precisamente una novela de bicicletas, aunque sí hay una que cambia la vida de dos personas en Barcelona, “pero la bicicleta marca el ritmo de la novela”, apostilla. “Describo la Barcelona de después de los Juegos Olímpicos. Desde Castellón miramos muchos hacia allí, tenemos una relación muy especial porque la veíamos como una ciudad cultural y underground”, recuerda. Allí vivió unos intensos años, como hizo en Irlanda trabajando de arqueólogo. Muchas de esas experiencias y vivencias están reflejadas en la novela. En sus libros siempre hay un viaje.

De tanto aconsejar a los escritores, como editor, sobre sus novelas, se ha vuelto un poco obsesivo y “ahora las planifico mucho. Siempre sé cómo van a acabar antes de empezar”, nos descubre y añade que “la emoción siempre está en mis textos”. Precisamente, en estos tiempos en que estamos viviendo una época en que la información ha de ser precisa, concisa y directa, la emoción, en sus novelas, toma un papel primordial, al igual que la sencillez. “Todos debemos de ser más sencillos y no desarmar el reloj para ver cómo transcurre el tiempo”, puntualiza metafóricamente.

La novela está dedicada a las dos personas que le enseñaron a montar en bicicleta: su padre biológico y su padre adoptivo. “Es un homenaje a unos valores. A las personas que me dieron ciertos valores”, finaliza. Son esos valores que se van perdiendo poco a poco, los que unos cuantos, como Ángel Gil Cheza, queremos mantener.

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