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Amin Maalouf
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Amin Maalouf presenta su novela “Los desorientados”

"La guerra transforma a las personas perversamente"
Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Amin Maalouf escogió una tarde otoñal para presentar a sus seguidores madrileños su nuevo libro Los desorientados. En esta ocasión ha abandonado la historia y los ensayos para centrarse en una novela muy actual y cercana, muy pegada a su tierra, que tuvo que abandonar en 1975, y a sus emociones. La novela ha sido publicada en Alianza Literaria.

Los desorientados
Los desorientados

"Los desorientados" es su novela más personal y emotiva

La cálida tarde madrileña recordaba más a Beirut que al París en el que reside. La Casa Árabe estaba a rebosar de simpatizantes de su obra y de personalidades del mundo musulmán. Se dieron cita varios embajadores del norte de África y del Cercano Oriente que acudieron a escuchar a un escritor que está a medio camino entre dos mundos: el oriente y el occidente: el musulmán y el católico. En gran parte debido a su nunca olvidada tierra libanesa.

Economista, sociólogo, politólogo, novelista, poeta, libretista de ópera, ensayista, Amin Maalouf es una persona multidisciplinar y profundamente curiosa. Viajero impenitente, va recogiendo allí donde va la esencia de la tierra y de sus gentes, aunque reconoció no estar muy al tanto de la realidad política española respecto a los problemas recientemente surgidos por la intención de independencia de Cataluña, pero prometió estudiar el tema y formarse una opinión al respecto. Supongo que nos la dará en su próxima visita a España; pero sí conocía perfectamente la Transición española a la que calificó de “modélica”.

Los desorientados es, quizá, su novela más personal y emotiva. Una llamada inesperada hace al protagonista volver a su tierra veinticinco años después. Con la ayuda de su amiga Semiramis, el personaje favorito del autor, emprende el trabajo de reunir a sus amigos que queden vivos para hablar con ellos. En la novela, Amin Maalouf ha dejado muchas de sus propias experiencias, siempre tratando de entender lo que ha sucedido tanto a los que tuvieron que partir, como a los que tuvieron que quedarse.

El autor fue de los primeros, “la guerra en el Líbano comenzó el 13 de abril de 1975 bajo la ventana de mi casa. Estábamos mi mujer y yo cuando oímos la explosión del autobús en Ain Rumane. Ese día comenzó el conflicto”, recuerda el escritor libanés. Una guerra que continúa casi cuarenta años después. Ese día ya pensó que no quería que sus hijos viviesen en un país en guerra y casi sin pensarlo decidió trasladarse a París, “48 horas antes de irme, aún no lo tenía decidido”, rememora, pero la decisión fue fuerte y partió el primero y a los dos meses su familia, para no regresar.

“Cuando te marchas de tu país no tienes derecho a desentenderte de lo que allí ocurre”, afirma el escritor. La marcha fue por motivos meramente militares, nunca había pensado hasta ese momento irse de la tierra que le vio nacer. Hizo sus estudios en su país, trabajó en su país, viendo que muchos amigos habían partido a estudiar o vivir a Europa. Él nunca sintió esa necesidad de irse hasta que estalló la guerra. Comenzó y se marchó, llanamente, “yo nunca me he sentido culpable de irme”, afirma tajante el autor de León el Africano.

La guerra fue el detonante de su partida, “la perversidad de la guerra”, así define el conflicto bélico. “Cuando vives la guerra desde dentro, uno de los aspectos más inesperados es que las personas se transforman”, opina el escritor. “Las personas, generalmente se transforman en usurpadores, en monstruos; se podría decir que la guerra convierte a los seres en destructores. Como dice el adagio popular: la guerra transforma a los niños en hombres y a los hombres en bestias”, así de contundente se muestra el escritor nacido en Beirut en 1949.

Evidentemente tiene toda la razón del mundo, pero como reconoce, no todos se convierten en monstruos, unos se van a la diáspora. “Lo único que podíamos hacer las personas responsables que no queríamos ensuciarnos con la guerra eran marcharnos” lejos de la patria y otros, los menos, que se quedan, intentan vivir alejados del conflicto sin contaminarse, normalmente suelen ser mujeres que se quedan con sus maridos aunque preferirían irse. “Las guerras llegan al fondo de cada individuo”, sentencia Amin Maalouf.

Él optó por irse, por educar a sus hijos en paz, se convirtió en emigrante. “Hay países que tienen una actitud positiva de la emigración y otros negativa. Yo tengo la suerte de pertenecer a una sociedad que integra a los emigrantes, además, los libaneses somos emigrantes por naturaleza”, opina.

Otra de las preocupaciones de su libro es la guerra de religiones. “La cultura árabe se siente una cultura derrotada, es un sentimiento muy extendido en el mundo árabe, una gran civilización que ha atravesado un largo período de decadencia y que ahora eso está cambiando”, señala el escritor libanés. Aunque cree que ahora, con todas las revoluciones que se están produciendo en Oriente, se comienza a salir del letargo en el que han vivido.

En su novela habla de los problemas de convivencia que ha habido en el Líbano durante todos los años del conflicto, lo cual no ocurría anteriormente porque, como recordó, la mejor amiga de su madre era musulmana y ella católica, “discutían a menudo, pero luego se iban de viaje juntas”. En aquel tiempo había una cierta tolerancia, un querer vivir en armonía, “que nunca se consiguió”, pero sí un sentido de la convivencia, “siento tristeza recordando aquellos tiempos porque creo que algo se ha perdido y se debería recuperar ese sentido de la tolerancia”, añade Amin Maalouf.

“Hoy hay una regresión. Hemos desaprendido a vivir juntos. Hoy sabemos mucho menos de lo que es convivir que hace cuarenta años. Hemos perdido el arte de la convivencia”, adujo el escritor mostrándose pesimista respecto al futuro de convivencia entre los israelitas y los árabes, “en mi opinión, no hay solución al conflicto”, así se mostró contundente en sus pensamientos, indulgente en sus formas, porque cuando habla lo hace melódicamente, reposadamente, alternando miradas perdidas a un infinito elevado y con grandes silencios, mientras piensa lo que tiene que decir, calibrando sus palabras para no herir sentimientos, pero sí remover conciencias.

“Soy un optimista preocupado”, se definió. “Veo el futuro aterrador y fascinante al mismo tiempo”, añadió. Quizá porque no cree que nuestros dirigentes estén dando lo mejor de sí. Por eso en Los desorientados dibuja un mundo real que invita a movilizarse ante lo perverso y qué mejor que contando una parte de su historia con el fin de que aprendamos a convivir en paz y para conseguirlo cree que se “debe acabar con la discriminación de la mujer y de las minorías”, una buena receta que deberíamos llevar a cabo sin demora.

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