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En "La edad de la punzada" el escritor mexicano Xavier Velasco recuerda el paso por su colegio

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Esta es la historia del peor alumno del colegio. Corrección: de la historia del colegio. Con casi catorce años, unos cuantos apestados sociales por amigos y el boletín de calificaciones constelado de círculos rojos, nuestro protagonista sobrevive a un instituto sólo-para-varones soñando a toda hora con esas vecinitas a las que nunca ha osado saludar.

                                                          

Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras (Gibrán Jalil Gilbrán, El loco). Así empieza La edad de la punzada, última novela de Xavier Velasco. Una obra autobiográfica donde el autor de la galardonada Diablo Guardián, ahora más que nunca libre de cualquier máscara, rememora de forma minuciosa y fiel sus años de adolescencia -de los trece a los diecisiete- y los trágicos acontecimientos personales y familiares, sucedidos en ese corto periodo de tiempo, que contribuyeron a convertir al adolescente mimado, engreído y rufián que fue en el hombre que quiere ser decente para no defraudar al afamado escritor que es ahora.

La edad de la punzada, "una manera de rendir homenaje a mis padres", según el autor, cuenta la historia de una de esas adolescencias en picado donde todo parece salir mal, en medio de una prisa por vivir que invita a acelerar y cerrar los ojos, hasta que cualquier día uno se despierta en lo hondo de un auténtico infierno para adultos: allí donde la risa es un mero recurso de sobrevivencia. "Cuando empecé a escribir de esto siempre pensé que tenía que haber otro perdido, que anduviera como yo, siendo adolescente y en medio de una vida miserable, preguntándose si habría por allí una bandera de la cual pudiera colgarse para no terminar de naufragar", ha dicho Xavier Velasco.

No busca Velasco de los lectores la aprobación de sus actos de rebeldía durante esos años adolescentes -lo que a todas luces no conseguiría, sino más bien se empeña en mostrarles todas las posibles caras de una misma moneda, para que no se dejen engañar por falsas apariencias, para que no se confíen ni crean estar a salvo de nada ni de nadie, pues a veces la vida no se parece en nada al retrato bucólico y pletórico de belleza que preside un salón.

Si, ya en las primeras páginas de la novela, el adolescente Xavier se jacta de que nadie sabe quién es -lo que le produce placer y descanso, desde la publicación de este libro no podrá decir lo mismo el adulto Velasco, pues es la escritura de esta obra sobre un momento clave en la vida de los seres humanos -la adolescencia- la forma que ha elegido para terminar de presentarse en sociedad este escritor atípico y vocacional, especialmente obsesionado en la creación de personajes, que cree que "con los personajes es más fácil entendérselas que uno mismo".

Niño mimado, alumno problemático, pésimo estudiante, mentiroso, ladrón, inadaptado, pandillero en moto, chico malo de buena familia,... Xavier Velasco no escatima en adjetivos para describir con todo lujo de detalles al adolescente que fue, aquel chico rico, engreído y problemático que, con sus estudiadas hazañas en solitario o en malas compañías, puso en jaque la vida de sus padres, profesores y vecinos. Pero tras esa máscara maligna en la que durante mucho tiempo se escondió Velasco, el autor deja entrever también a alguien soñador, distraído, enamoradizo, tímido e inocente, cuya existencia se verá marcada por la tragedia de tener que vivir parte de esos años de adolescencia -en los que la punzada del amor parece lo único importante, con un padre preso -por un supuesto delito económico sobre el que el autor no es generoso en detalles-, una madre coraje que se desmorona por momentos -fallecida hace un año y a cuya memoria dedica la novela- y una vida de lujo que se escapa por las rendijas de una casa que es necesario vender.

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas.

Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004), la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007) y Puedo explicarlo todo. En su blog literario La leonina faena afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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