Al parecer, el príncipe Carlos Miguel de Mecklemburgo (1867-1934) reclamaba unos derechos. Este personaje era miembro de la rama rusa de la Casa de Mecklemburgo-Strelitz, y sirvió en el ejército ruso. Renunció a sus derechos al trono del Estado que llevaba el nombre de su Casa, en el norte de Alemania, para servir en el ejército imperial ruso en la Gran Guerra. En la Revolución de febrero fue arrestado, pero logró huir, y estuvo inmerso en los problemas sucesorios del Estado mencionado que, al parecer, iba a unirse con el de Mecklemburgo-Schwerin. Pero estas cuestiones se paralizaron cuando en enero de 1919 todas las monarquías alemanas cayeron, y estos ducados se convirtieron en Estados de la República de Weimar. Sabemos que el gobierno de Mecklemburgo le pagó cinco millones de marcos por la renuncia al trono, y en 1930 regresó a Alemania. Pues bien, la protesta socialdemócrata se debe referir a otras pretensiones que desconocemos, ya que Müller alude en su discurso a la citada indemnización considerándola como una venta de la sucesión de su trono. Además, consideraba que no podía pretender nada cuando había renunciado a la nacionalidad alemana al comenzar la guerra. Este caso ilustra, en parte, los lazos que las Casas reales tenían entre sí en la Europa previa a la Primera Guerra Mundial, como una pervivencia de rasgos del Antiguo Régimen, y que la contienda como la Revolución Rusa, desbarataron.
La princesa Jutta-Militza de Meclemburgo-Stretliz, princesa montenegrina por su matrimonio con el príncipe heredero Danilo de Montenegro, reclamaba una indemnización de catorce millones de marcos-oro, en función del Tratado de Versalles y de su nacionalidad yugoeslava, que, al parecer, nuevamente había adquirido.
Pero la principal reclamación procedía del antiguo káiser Guillermo II. El monarca destronado solicitaba trescientas mil fanegas de tierra alemana, castillos y propiedades por un valor de 180 millones de marcos-oro. Müller consideraba inmoral esta pretensión en función de varias razones. En primer lugar, Guillermo tenía grandes propiedades en Holanda, donde residía. En segundo lugar, el líder socialdemócrata recordaba la situación en la que habían quedado las familias alemanas al terminar la contienda frente a la del monarca. El tercer argumento se refería a la ilegalidad de las apropiaciones de propiedades por parte de la familia real en la historia.
Hemos empleado como fuente principal el número 5421 de El Socialista. Sobre las pervivencias del Antiguo Régimen hasta la Gran Guerra sigue siendo muy atractivo el libro de Arno Mayer, La persistencia del Antiguo Régimen: Europa hasta la Gran Guerra, publicado a principios de los ochenta.
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