Cleofé Campuzano es educadora de museos. Inició sus estudios universitarios en Filología Hispánica, posteriormente se graduó en Educación Social y se especializó en la vertiente sociocultural. Posee el Máster en Antropología social y cultural por la Universidad de Murcia y el Máster en museos, educación y comunicación por la Universidad de Zaragoza. Habitualmente colabora en diversos medios con trabajos científicos y reseñas. Ha participado en revistas de poesía y espacios literarios como Crátera, Oculta Lit, Low-fi ardentía, Opticks Magazine, La Galla Ciencia, Empireuma, El coloquio de los perros y Círculo de Poesía, entre otros. Actualmente divide su tiempo entre sus investigaciones sobre patrimonio y educación, la poesía y el comisariado pedagógico en arte contemporáneo.
Publicado en la prestigiosa colección de poesía de la conocida editorial madrileña Devenir, que tantos y buenos autores ha dado a nuestra lírica contemporánea, el libro se inicia con un prólogo del poeta oriolano José Luis Zerón Huguet, autor de referencia en Alicante y Murcia, que pone de relieve la entidad lírica de El ocho de la abejas, un laborioso trabajo, como el de los insectos a los que alude en el título, donde Cleofé Campuzano transcribe un personal vitalismo con versos blancos donde deja entrever un pensamiento íntimo, fruto de una lúcida introspección sobre una realidad a menudo ajena.
Como señala José Luis Zerón en su prólogo, este poemario “nos habla, sobre todo, del ser humano, del aprendizaje experiencial al que está condenado desde que nace hasta que muere”, si la experiencia es la madre de todas las ciencias, el ser humano no ha dejado de indagar para hallar asideros imposibles en un mundo que lo aboca a la desaparición. Sin embargo, Cleofé parece haber encontrado la respuesta en el lenguaje, cuidado y rítmico a pesar de su aparente versolibrismo, y tan rico como elevado, así emplea vocablos como trochas, lejío, greda, ácrato, cernidura.
El poemario se estructura en tres partes, con los siguientes epígrafes y número de composiciones: “La eternidad que vive en los tejados”, integrado por quince poemas; “Por fin la rueda encuentra reposo”, dividido en seis poemas breves; y “Ocho, mímesis, abejas”, último apartado que da título al conjunto y que está constituido por catorce composiciones. En total treinta y cinco poemas como las celdillas de un panal. Nos encontramos, pues, con una obra madura, cargada de simbolismo y con vocación metafísica, veamos algunos versos extraídos del poema “Sitios en nombres propios”:
“No tardamos en dejar arrebolada la boca
en la tarde de un álamo
nutrido de años y años
ante estas mismas preguntas.”
O estos versos de “Los usos del tiempo”:
“Cuando perdemos valor,
envejecemos.
La miseria nos acerca a nuestro misterio.”
La poesía de Cleofé Campuzano es su particular forma de autoconocimiento, se nutre para ello de cierta inspiración surrealista que en ocasiones puede parecer un tanto hermética pero esto, lejos de ser un hándicap, supone un verdadero estímulo para el lector avezado por cuanto apunta a una profundidad y estilo propios.
Un comentario aparte merecen las citas que introducen algunos poemas, donde podemos encontrar desde un fragmento de Tolstoi hasta versos de Anna Ajmátova, A. Pushkin y Arseni Tarkovski, una proliferación de autores rusos que demuestra una interesante filiación con su literatura e historia.
Otro aspecto a destacar es la forma que la poeta dispone para sus versos pues abundan los encabalgamientos abruptos, que lejos de hacer más áspero el discurso aportan una dimensión adicional a su significado. En definitiva, El ocho de las abejas supone el primer hito de una joven poeta llamada a contarnos muchas cosas pero con un decir único, en progresión.
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