Conocida como Colombine, con esta obra la autora se adelanta a su tiempo y se podría decir, a juicio de la prologuista Mercedes de Pablos, que “su temática encaja perfectamente con los eslóganes del movimiento Mee Too”.
Su protagonista, Isabel, aunque nos parezca insoportablemente machista a la luz de los nuevos tiempos, es experta en la utilización de las armas de mujer con que la sociedad patriarcal dotaba a quien debía usar los subterfugios para hacer cumplir su voluntad.
La inestable anatomía de los sentimientos es el alfa y omega de esta historia en la que cabe un cierto aire de vodevil y enredo pero en la que prevalece sobre todo la contundente honestidad de su autora a la hora de retratar una historia de amor y de traiciones.
Quiero vivir mi vida es una novela sorprendente, sin duda, por la novedad de dotar de voz propia a sus protagonistas femeninas pero, sobre todo, por la finura en el andamio psicológico de sus personajes, magistralmente presentados como una obra coral que sin embargo dota a cada uno de ellos de perfiles tan personales como poco estereotipados.
Todo ello con fórmulas hoy habituales en la literatura actual pero radicalmente novedosas en un tiempo donde era casi imposible escapar de los maniqueísmos y esperar de los lectores que se identificaran con el bueno, la buena, con su felicidad y su infelicidad.
“Carmen de Burgos, vivió la vida que eligió sin miedo, una valentía que hoy nos parece heroica y hasta pantagruélica. Si la vida te acobarda con sus desgracias y sus dolores, los dramas de la muerte, las fracturas, el desamor, la vida de una mujer contracorriente lleva arañazos de serie... nada es fácil para quien decide remontar la torrentera de la diferencia” comenta, Mercedes de Pablo en el prólogo.
La obra está prologada por Gregorio Marañón, quién fue su amigo y médico hasta su óbito -murió en sus brazos-, y en él elogia como la autora habla de los celos como una patología.
En palabras de Ramón Gómez de la Serna: “Carmen vino a Madrid a rehacer su vida, sin recursos, con su hija en brazos, como esas pobres de mantón con su hijo palpitante bajo el mantón en una pieza de ellas y del niño, del niño que es un leve y elevado bulto que remata enaltecedoramente la estatura de la madre, y que parece como ese niño empotrado en la piedra, consubstancial y ahondado en ella de Nuestra Señora de la Almudena.
Carmen, con su sombrerito triste y con su hija siempre en brazos, hizo sus estudios de maestra superior, ganó sus oposiciones a Normales entreverando todo eso con artículos en todos lados y hasta escribiendo fajas en casa de una modista que tenía un periódico de modas.
Carmen entonces era Carmen de Burgos y para dar variedad a su nombre empleaba los seudónimos ingenuos y románticos de Raquel, Honorine, Marianela. Apenada, nerviosa, fatigada, escribía para vivir, hasta que por fin fue la primera redactora de periódico. Por entonces Augusto Figueroa, el gran periodista, le dijo un día, a la salida de El Diario Universal: Usted debe firmar Colombine, y ella se llamó desde entonces Colombine”.
Puedes comprar el libro en: