Se trata del séptimo poemario del prolífico escritor sevillano, que viene publicando de forma casi ininterrumpida desde 2012, con La luz de entre los cipreses, donde el autor de Raíz olvido (2017) continua indagando en su personal estilo, solemne e inquisitivo, en constante búsqueda de “lo inefable”, nos encontramos pues con un libro maduro que articula su discurso en cinco grandes apartados, hecho común a otros poemarios del autor, que suele optar por esta estructura, con los significativos epígrafes: “Preludio a la realidad”, “Penumbras de la realidad”, “La realidad ardiendo”, “Los falsos días” y “Saber romperse”, precedidos por un poema en forma de prefacio que nos invita a entrar y cerrar la puerta: “Por aquí llegarás sediento a un territorio […] de donde ningún alma sale indemne”.
Jesús Cárdenas entiba su discurso con firmes citas, desde Francisco de Quevedo a Max Aub, pasando por su admirado Francisco Basallote, cual propileos que sostienen las cincuenta y ocho composiciones de ritmo imparisílabo que integran el libro, donde el autor demuestra su dominio de la forma sobre un fondo de versos náufragos, hechos de palabras que logran cruzar la noche silenciosa reteniendo su misterio. La “poesía es verdad” -dice- y es la mano del poeta la que “puede convertir en presencia la ausencia más sombría y desgarradora”. A destacar el guiño culturalista en poemas como “La fundición”, sobre un cuadro de Adolph Menzel, y “El retorno”, en recuerdo de la película homónima del ruso Andréi Zviáguintsev.
Los temas son diversos y la manera de exponerlos tan personal como reveladora, desde la esencia de la escritura y la importancia de la palabra al paso del tiempo como “tren de sueños”, pero es el amor, y con él el anhelo del cuerpo y el placer insinuado, el eje transversal que motiva a Jesús Cárdenas a romper el verso para cruzar el río en brazos de su amada: “Sólo tú, me salvarás si yerra mi salto”.
En definitiva, la voz de Jesús Cárdenas, clara, armónica, templada por la perseverancia de quien intuye su destino, nos invita a la “búsqueda ignota”, a la reflexión “lejos del tedio de cada día”, pues en “la tranquilidad de lo doméstico” se encuentra la belleza.
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