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"Los Evangelios a la luz de la Historia. ¿Leyendas piadosas o relatos verídicos?", de Bruno Bioul

Editorial EDAF
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
sábado 30 de mayo de 2020, 08:00h
Los Evangelios a la luz de la Historia
Los Evangelios a la luz de la Historia
El autor es un diplomado en historia por la Universidad de Lovaina, una de las joyas culturales católicas de los jesuitas. Ya el subtítulo genera un interés preferente para su lectura. En la Primera Parte se aproxima a cual es el cuadro político que se puede dibujar en aquella tierra palestinense, que el Hijo de Dios recorrió de punta a cabo.

Roma vence, torticeramente, a Khartago, y ya considerará al Mediterráneo como el Mare Nostrum, ya no hay nadie que se le pueda oponer, e irá situando sus peones y sus apoyos en todos los estados orientales, desde Macedonia hasta Pérgamo y, porque no decirlo, hasta en la tierra de los judíos y en Egipto. No obstante siempre aparecen soberanos, que tratan de defenderse de la voracidad imperialista de Roma, tales como Mitrídates VI del Ponto Euxino o Antioco III el Grande de Siria, o con anterioridad ya Pirro el Grande del Epiro. Los procónsules romanos se encargarán de poner estas regias fichas amistosas en su sitio, con tratados políticos siempre favorables a Roma, o manu militari; uno de los más destacados procónsules será Gneo Pompeyo Magno.

Ya en el año 167 a. C. la familia de los Macabeos se levantará contra los seléucidas, y generarán una independencia sui generis en Israel; pero ahora esta familia ya no existe, y Roma colocará a un crudelísimo títere en el trono de David y de Salomón llamado Herodes; que es un idumeo o descendiente de los edomitas de Esaú. Durante 30 años, desde el año 37 a. C., se comportará como: “amigo y aliado del pueblo romano”. A la muerte de Herodes el Grande, el SPQR hará valer globalmente el testamento del tirano; Galilea y Perea serán para Herodes Antipas; Filipo recibe Tiro y Sidón con la Siria meridional; y el primogénito Herodes Arquelao obtendrá Judea, Samaría e Idumea; brutal e injusto como era, sería exiliado a la Galia. Los funcionarios romanos siempre manifestaron un desprecio indubitable hacia los judíos.

Otro hecho muy interesante se refiere a como estaba la economía en la Palestina del siglo I: se conoce que las riquezas obtenidas en aquellas tierras enriquecieron a los herodianos, saduceos y fariseos, ya que el sistema fiscal era muy presionante. Existían varias escuelas de pensamiento religioso, aunque el pueblo judío esperaba la llegada del Mesías, que los liberase del yugo romano y los volviese a enaltecer. Eran denominados como: saduceos, fariseos, zelotas, sicarios, samaritanos, esenios, grupos proféticos, grupos mesiánicos y grupos bautistas; y, además, políticamente estaban los herodianos, los grupos helénicos y los que medraban alrededor de la silla gestatoria del prefecto del pretorio o procurador de augusto. Los judíos consideraban que su tierra israelita era posesión de Yahvéh-Dios y, por consiguiente, “tierra santa”. Tras la destrucción del Templo de Yahvéh en el año-70 d. C., solo subsistirán, y se enfrentarán de forma inmisericorde, dos grupos: los farisaicos o tannaítas y los nazaritas o cristianos; la oposición será radical e irreversible. En la segunda parte se realiza una aproximación a las fuentes textuales y arqueológicas que intentan demostrar la existencia real del Hijo de Dios.

En las fuentes politeístas, sobre todo romanas, los textos referidos a Cristo se refieren a Plinio el Joven (en una carta escrita al emperador Trajano, donde explicita las matanzas y torturas que realiza contra los cristianos), Tácito (cita el incendio de Roma por Nerón, y la acusación volcada hacia “esa execrable superstición”) y Suetonio (“de los cristianos, raza entregada a una nueva y culpable superstición”). En ninguno de ellos existe la más mínima sensibilidad hacia los seguidores de Jesús de Nazaret, sino todo lo contrario. Luciano de Samosata, “que fue empalado por ello”. Para los griegos y los romanos cultos el cristianismo es una locura. El historiador judío Flavio Josefo: “hermano de Jesús llamado el Cristo”, y, "en el caso de que se le pudiera llamar hombre”.

Las fuentes cristianas son obvias en las referencias a Jesucristo; tanto en las canónicas, como en las apócrifas. Se realiza un acercamiento correcto a la Sábana Santa de Turín, que no tengo la más mínima duda de que fue la tela que envolvió el cuerpo de un varón de 1’83 metros de altura, con los signos externos de quien padeció todos los suplicios citados en las pasiones evangélicas, y que no es otro que Jesucristo. El estudio del C14 se hizo mal, e incluso uno de sus fautuores científicos, muerto de un adenocarcinoma de próstata, el prof. Rodgers, así lo reconoció. La tercera parte se refiere a la historicidad de los evangelios. Esas Buenas Nuevas anunciadas no son libros de historia sensu stricto, sino narraciones más o menos cronológicas, donde se mencionan algunos de los hechos de Cristo como una especie de catequesis viviente.

En la cuarta parte se plantea la verosimilitud de los evangelios, presentando datos historicistas sobre los protagonistas históricos de estos textos, además de una importante pléyade de menciones a hechos definitorios de la sociología vivencial palestinense. Los narradores tenían un conocimiento muy correcto sobre el contexto cronológico y geográfico en el que se desenvolvió Jesucristo. Algo ocurrió en el hecho de la Resurrección, ya que aquellos medrosos apóstoles se lanzaron abiertamente a predicar las enseñanzas del Hijo de Dios Hecho Hombre. La conclusión es que los evangelistas describen personajes y lugares verdaderos y conocidos, que frecuentan. Negarlo es negar la evidencia. Libro sobresaliente y de recomendación valiente para dejar claras las creencias de los que creemos. Totus aut nihil!

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