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Fernando Martínez Laínez
Fernando Martínez Laínez (Foto: cedida por el autor)

Fernando Martínez Laínez: “El declive es una historia novelada, una variante literaria que me interesa más que la novela histórica clásica”

Entrevista al autor de "El declive"
Por Javier Velasco Oliaga
miércoles 04 de noviembre de 2020, 16:00h

Concluye Fernando Martínez Laínez con “El declive” su trilogía “La senda de los Tercios”. En esta novela se centra en los pormenores de la batalla de Rocroi que supuso el inicio del ocaso de las supremacía militar de los Tercios de Flandes. Sin embargo, en el libro nos daremos cuenta que la derrota no fue tan trágica y significativa como nos quisieron hacer creer los propagandistas flamencos y franceses.

El declive
El declive

Fernando Martínez Laínez es un escritor de largo recorrido, ha publicado diversos ensayos sobre los Tercios españoles, la trilogía La senda de los Tercios y varias novelas históricas, así como otras del género negro. En “El declive” une su amor por nuestra historia y por las novelas de espías, de las que es un gran especialista. En la entrevista, nos da varias claves para disfrutar de la lectura de su nuevo libro.

Termina con “El declive” su trilogía sobre “La senda de los Tercios”. ¿Se ha sentido huérfano al terminarla?

Un poco, sí. La trilogía cierra el ciclo de un periodo decisivo que marca el apogeo y declive de una España hegemónica que empieza a agrietarse, como un espléndido cuadro al que comienzan a salir manchas y se va deteriorando poco a poco.

Ascenso, auge y caída de los Tercios. ¿Es lo que ha querido reflejar en su trilogía?

Esa visión es correcta. La primera parte de la trilogía está dedicada a la toma de Breda y Ambrosio de Spínola. Representa la pujanza militar en 1625, un año memorable de triunfos hispanos. En la segunda, con la batalla de Nördlingen y el personaje del cardenal infante Fernando de Austria, se produce una victoria que estaba a punto de sellar la hegemonía hispana en Europa con la Guerra de los Treinta Años. La tercera, en Rocroi, es un presagio del declive que, como un telón, irá cayendo sobre España a cámara lenta.

¿Estamos más ante una novela histórica o ante una historia novelada?

En este caso es más una historia novelada, una variante literaria que me interesa más que la novela histórica clásica, cuyo esquema–en muchos casos–se repite desde los tiempos de Walter Scott, aunque siga aportando ejemplos magníficos de buen novelar.

Lo que intentó hacer con la trilogía es romper el cliché de una novela de aventuras con telón de fondo histórico. El factor más importante de una “historia novelada”, para mí, es la atmósfera que rodea e impregna al relato y crear con ello una determinada sensación histórica. Lo considero más importante que encajar una trama más o menos alambicada o ingeniosa. Una función que la novela policiaca cumple ya con creces.

No puede ocultar su admiración por los Tercios. ¿Qué le ha llevado a esa devoción por la mejor infantería del mundo?

La lectura de la historia de España en la etapa más importante de su papel en el concierto mundial. Es un pasado que –queramos o no– representa nuestro momento de apogeo histórico, no tenemos otro, y debería formar parte del sentimiento colectivo. España necesita respetar ese pasado como una cuestión de supervivencia. Sin pasado del que nos sintamos orgullosos nuestro destino como nación es menos que dudoso. Un país sin memoria histórica compartida sólo es un conglomerado de voces dispersas.

Se ha centrado en las tres grandes batallas de la primera mitad del siglo XVII. ¿Las escogió porque fueron las más representativas?

Sí, la elección ha sido premeditada. Como bien dice, son las tres batallas más importantes del siglo XVII, aunque tendríamos que haber añadido las dos batallas de las Dunas, y sobre todo en la última en 1658, que supuso un mazazo contundente para España.

Esas tres grandes batallas sucedieron en poco más de una década. ¿Cómo se puede pasar de la gloria al fracaso en tan breve lapso de tiempo?

Porque a los conflictos externos de España en Europa se unieron los conflictos internos, mucho más venenosos, como fueron las guerras para hacer frente a las rebeliones separatistas en Portugal y Cataluña, las sublevaciones en el sur de Italia, la penuria de efectivos humanos y financieros y la falta de aliados, que nos dejó prácticamente aislados frente al mundo. Y a esto hay que añadir la destructiva labor de zapa de la propaganda antihispana, una asignatura que España tiene pendiente desde el tiempo de los Reyes Católicos.

¿En qué medida tuvieron la culpa Felipe IV y el conde-duque de Olivares en el ocaso de los Tercios?

Ni Felipe IV de su valido el conde duque de Olivares estaban a la altura de las circunstancias históricas que ese tiempo que exigía. Felipe IV era un rey políticamente muy mediocre, y el conde duque carecía de la visión práctica necesaria a la hora de llevar a cabo sin recursos los proyectos de gran envergadura y las reformas profundas necesarias. La Monarquía Hispana, en esa hora decisiva, era un Estado de cien cabezas que amenazaba ruina, pero sin que hubiera una sola cabeza capaz de imponer al resto un proyecto común acertado.

“El exceso de confianza en el momento crítico de la batalla de Rocroi resultó fatal”

El ejército español de Francisco de Melo, capitán general de los Tercios de Flandes, partieron con ventaja numérica en la batalla de Rocroi, sin embargo al abrirse el cuerpo central que dirigía en persona Melo, se dejó el paso a la penetración de las tropas de Enghien, posteriormente Luis II de Borbón-Condé. ¿Fue ese el error más grave en la derrota?

Cuando ocurre eso ya se han producido varios errores graves en el bando hispano, como no fortificar el cerco a Rocroi y dejar que los franceses atravesarán tranquilamente el bosque por el que avanzaban, lo que les permitió situar en batalla a su ejército en un terreno favorable. El exceso de confianza en el momento crítico resultó fatal.

¿Fue la derrota tan estrepitosa como cuentan las crónicas francesas?

No, aunque es cierto que militarmente fue un traspiés importante. Las bajas en el campo de batalla fueron prácticamente similares. Pero la transcendencia histórica de Rocroi dependió sobre todo del factor psicológico y la propaganda. Francia consiguió convencer a toda Europa de que había asestado un golpe mortal a los tercios. Lo peor para España fue la pérdida insustituible de varios miles de soldados veteranos de los tercios, cuando nuestra escasez de combatientes era manifiesta.

¿España siempre perdió la batalla de la propaganda?

Casi siempre, sí. Es como si nos persiguiera la maldición de la Leyenda Negra, pregonada en muchos casos por los mismos españoles con ayuda de la desidia nacional y la tendencia tribal que nos corroe.

Las tropas de refuerzo de Jean de Beck ¿Llegaron a tiempo o se retrasaron? ¿No hubo demasiados errores de planteamiento?

Las tropas de Beck que venían desde Luxemburgo no llegaron a tiempo, cuando hubieran podido decidir el combate. Es una de las incógnitas de la batalla. Lo cierto es que Beck y Melo no se llevaban bien, y también había tensiones con el conde de Fontaine que mandaba la infantería. Los presagios, en cuanto a disponer de un mando hispano unificado eficiente, no eran buenos, y la realidad lo confirmó.

Nos persigue la maldición de la Leyenda Negra, pregonada en muchos casos por los mismos españoles con ayuda de la desidia nacional y la tendencia tribal que nos corroe

Francisco de Melo se movía entre la admiración de Felipe IV y los denuestos de sus subordinados. ¿Cómo lo calificaría usted?

Como digo, era un mal presagio. Felipe IV no sabía mucho de lo que estaba pasando militarmente en Flandes. Creía que Melo era un gran general porque había ganado la batalla de Honnecourt, en la que su participación fue secundaria. No tenía madera de soldado y sus merecimientos tenían más que ver con el papeleo y el manejo diplomático. No son de extrañar los denuestos en algunas tropas españolas, al ver el mal despliegue del ejército en un campo reducido, y la orden que se dio a los tercios de permanecer fijos, sin avanzar, cuando la primera línea francesa ya empezaba a ceder.

Se rebajó en exceso la asignación presupuestaria de los Tercios durante esa década?

El déficit del ejército hispano en Flandes era crónico, y el presupuesto de los tercios se había ido rebajando en los últimos años, pero en el momento de Rocroi se habían recibido muevas remesas de dinero y la tropa estaba atendida, sin riesgo alguno de motín. Pocos años después la situación financiera sería mucho peor.

En la novela vuelve a utilizar dos narradores, uno omnisciente y otro en primera persona. ¿Le gusta esa fórmula para contar la historia desde diferentes puntos de vista?

La fórmula me gusta porque aumenta la profundidad del campo histórico en la ficción. Cualquier visión desde una sola perspectiva–creo–resulta incompleta. Cuanto más ojos y voces configuren el relato, mayor será la aproximación a lo que ocurrió o pudo ocurrir cuando hablamos de historia.

El narrador en primera persona es Gaspar Antolínez, por mal nombre Caronte, director de las inteligencias de la monarquía española, ¿qué le hizo escoger a este personaje como narrador?

Las incógnitas que aún perduran sobre Rocroi exigían un personaje capaz de contar retrospectivamente la “película” de la batalla, reuniendo todas las piezas. Algo que–en mi opinión– podía hacer un protagonista que moviera secretamente los resortes y el desarrollo de una contienda cuyo resultado era conocido, pero no sus causas. Un jefe de espionaje se ajustaba a ese papel, y por eso elegí a Caronte.

¿Ha unido su gusto por la novelas de espionaje con las novelas históricas?

Esa inclinación viene de lejos. Las novelas de espionaje y las novelas históricas son géneros muy afines. Ambos se plantean reconstruir desde dentro lo que los investigadores de la historia hacen desde fuera, como decía Margarite Yourcenar. En el caso del espionaje, además, la relación histórica resulta evidente puesto que sitúa en primer plano al factor geopolítico, sin el cual cualquier relato histórico es incomprensible.

¿Qué papel jugaron esos servicios de inteligencia en la planificación de la batalla?

En Rocroi, lo mismo que en todo episodio bélico trascendente, el papel oscuro del espionaje es siempre fundamental y en muchas ocasiones decisivo. La realidad fue que el mando francés supo “leer” perfectamente la batalla y conocía con bastante precisión los planes de Melo. La inteligencia hispana, por el contrario, no estuvo en esa ocasión a la altura esperada, y manejó muy mal los informes que le llegaban en el momento clave. El bando español parecía estar ciego, mientras que el francés parecía saberlo todo. Los espías franceses, sin duda, influyeron en el resultado de la batalla, aunque el rastro de su actuación se haya difuminado. Pero esos son los mejores espías, aquellos de los que no se sabe nada y ni siquiera dejan huella.

La inclusión en el libro de testimonios directos de algunos de esos personajes o informes de la corona. ¿Le dan un valor añadido a su narración?

Así lo creo. ¿Por qué prescindir en un relato de testimonios o informes directos de personajes reales? Eso le aporta un valor añadido, es un apoyo literario más. ¿Por qué dejar a la imaginación lo que conocemos con seguridad?

Para finalizar, ¿va a escribir algún libro más sobre los tercios o ya ha cumplido su cometido propuesto?

Continuar o no continuar escribiendo depende de la voluntad, y para un escritor el mayor desafío es siempre el próximo libro, y el tema de los tercios es inagotable.

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