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José Zoilo
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José Zoilo (Foto: cedida por el autor)

Entrevista a José Zoilo: “La batalla de Guadalete supuso un cambio de paradigma cultural en la península ibérica”

Autor de “El nombre de Dios”
Por Javier Velasco Oliaga
viernes 25 de septiembre de 2020, 09:08h

Para José Zoilo, el año 2019 ha sido triunfal. Publicó su primera novela histórica “El alano” que le ha supuesto muchas satisfacciones, ya que ganó el Primer Premio de Novela Histórica de Pozuelo de Alarcón que patrocina la asociación de “Escritores con la historia” y ha sido proclamado finalista del Premio a la mejor novela histórica del año "Los Cerros de Úbeda". Después terminó de publicar su trilogía de “Las cenizas de Hispania” y cuando coincidimos el año pasado en el Certamen de Novela Histórica de Úbeda ya me dijo que que tenía casi preparada una nueva novela.

José Zoilo Hernández
José Zoilo Hernández (Foto: cedida por el autor)

Esa novela es la que acaba de publicar Ediciones B bajo el título de “El nombre de Dios”, donde narra no sólo la batalla de Guadalete, que sería decisiva para la pérdida de toda la península a manos de los musulmanes. Las batallas de Écija, Zaragoza y Toulouse son, también, relatadas con pulso firme y muy colorista. Así, se consagra José Zoilo como un gran narrador de batallas. La dicha batalla de Guadalete cambió el curso de la historia de Hispania y daría paso a la llamada largísima Reconquista que duraría ocho siglos. En la entrevista, el autor tinerfeño nos cuenta sus inquietudes para escribir la novela y nos sorprende con algún que otro secretillo.

Este último año le ha traído muchas satisfacciones. Publicación de la trilogía “Las cenizas de Hispania”, ganador del I Premio de Novela Histórica “Escritores con la Historia” de Pozuelo de Alarcón y ahora finalista del Premio a la mejor novela del año “Los cerros de Úbeda”. ¿Cómo se siente con tanta actividad y tantos galardones?

La verdad es que estoy un poco abrumado. Cuando me embarqué en la aventura de escribir ficción, nunca imaginé que mi primera novela tuviera tal recorrido. Primero publicar en un gran grupo como Penguin Random House; poco después ganar el premio de Pozuelo de Alarcón de Escritores con la Historia, lo que fue increíble para mí, pues me lo entregaban compañeros de letras a los que siempre he admirado; y, por último (de momento, porque Attax no para de darme alegrías) haber llegado a finalista de “Los cerros de Úbeda” ha sido la guinda, el colofón perfecto para un año increíble en lo literario.

El año pasado asistió al Certamen Internacional de Novela Histórica de Úbeda. Y este año no le queda más remedio que volver a presentar su nueva novela y por si gana el premio. ¿Qué significa Úbeda para usted?

Pues sí, el año pasado tuve la fortuna de acudir al Certamen por primera vez, que era algo que me apetecía mucho hacer no solo desde que escribo, sino también como lector. El Certamen de Úbeda es, probablemente, la cita más importante que tiene la novela histórica a nivel nacional (y con invitados internacionales de primer nivel), y poder vivirlo desde dentro siempre había sido uno de mis deseos. Este año me encantaría repetir, porque Úbeda es como mi casa literaria, que me acogió tras la publicación de mi primera novela.

Acaba de publicar en Ediciones B su nueva novela histórica “El nombre de Dios”. ¿Cuándo pergeñó la novela?

Comencé a trabajar en la documentación en el año 2016 –una tarea muy complicada por la cantidad de fuentes, y lo lejanas que son en relación con el escenario elegido–, pero no fue hasta principios de 2018 cuando me decidí a escribirla.

El confinamiento que hemos padecido, ¿le ha ayudado a escribir más? ¿Terminó la novela durante la pandemia?

Pues te confieso que me ha resultado imposible tener la concentración necesaria para escribir durante ese tiempo. Yo necesito tener la mente “limpia”, estar tranquilo para poder crear, es algo de lo que me he dado cuenta desde que empecé en esto, y con la incertidumbre reinante durante el confinamiento me ha sido imposible alcanzar esa paz interior.

Durante ese tiempo solo pude releer el primer borrador de mi última novela hasta ahora, que no es El nombre de Dios y que acababa de terminar una semana antes del confinamiento. El último borrador de El nombre de Dios lo terminé en octubre de 2019, pero después vinieron las lógicas correcciones.

¿Qué hace que a un biólogo le guste tanto la historia para dedicar tantas novelas al género?

Cosas de infancia, supongo. Siempre me ha gustado la historia y todo lo relacionado con ella, desde muy pequeño. Además del baloncesto, siempre he tenido la historia y la lectura como aficiones, así que si desde muy pequeño he jugado con el balón naranja, tarde o temprano tenía que intentar algo con mis otras dos pasiones, y no se me ocurría nada mejor.

“El nombre de Dios” comienza prácticamente con la batalla de Guadalete. ¿Qué significó esa batalla para el futuro de Hispania?

Pues, aunque muchos contemporáneos no lo percibieran justo antes del envite, supuso un cambio de paradigma cultural en la península ibérica. Por primera vez desde hacía muchos siglos la herencia romana, y también la germánica, muy influenciada por aquella, dejó su lugar a una nueva, y completamente distinta, en gran parte del territorio. Un instante crucial en nuestra historia.

¿Cómo pudieron unas tropas musulmanas tan exiguas hacerse en poco más de tres años con el control de la península Ibérica?

Es una de las preguntas que se hacen los historiadores, por supuesto, con múltiples respuestas (y de lo más variadas, algunos incluso hasta negando la invasión). Como explico en la nota histórica de la novela (que es muy extensa para intentar abarcar todo lo expuesto en la trama), teniendo en cuenta a algunos autores, el éxito musulmán provendría de dos formas de actuar: por un lado, la brutalidad en algunas acciones, dirigidas a amedrentar a la población y evitar alzamientos y favorecer la entrega sin lucha; por otro, conscientes de su debilidad en tierra extranjera, en la firma de tratados con la élite local para que esta continuara gobernando, mas sujeta a su disciplina. Aplicar la yizya, como ellos la llamaban, lo que prosperó en algunas zonas como la Oróspeda con el caudillo visigodo Teodomiro (el Tudmir arabizado), o con el también visigodo Casio, (conocido como el conde Casio, o Qasi) al norte de Aragón. A través de estos personajes y, en algunos casos sus descendientes, como en el de los de Qasi (Banu Qasi), era el gobernador musulmán quien ejercía el control final sobre aquellas tierras.

¿Hubo demasiadas traiciones entre los nobles y el clero visigodo?

Sí, claro; situados en una escala de poder tan elevada, ese tipo de actuaciones resultaban muy habituales, y no solo entre los visigodos, aunque se les haya colgado el “sambenito” del morbus gothorum. El poder y la ambición casan muy mal en la mayoría de los casos, y quien alcanza cotas elevadas de poder suele poseer una notable ambición, salvo excepciones, como puede ser Ademar en la novela. En la trama abundan personajes con capacidad de decisión cuyas motivaciones son exclusivamente personales, lo que provoca que otros no tengan más remedio que cargar con sus decisiones interesadas, alejadas del bien común.

¿Qué papel jugó el obispo Oppas?

Pues aquí entramos no ya tanto en la historia, sino también en la leyenda, que para este período en muchas ocasiones es más prolija que la primera. Oppas, obispo de Hispalis, era uno de los hermanos del rey Witiza, cuya temprana muerte terminó aupando al poder a Rodrigo, duque, o dux, hasta entonces, de la provincia de la Bética. Según algunas tradiciones (no tienen por qué ser históricas, como tampoco ocurre con otras cuestiones de la llegada musulmana) fue quien decidió traicionar a Rodrigo en su batalla contra las huestes del caudillo musulmán Tariq ibn Ziyab (algunas fuentes de dudosa veracidad histórica apuntan a que estaría de acuerdo con este último desde antes de su llegada a la península). Semejante decisión privaría al ejército de Rodrigo de su arma más temible, la que el propio Oppas y su hermano Sisberto comandaban en la batalla: la caballería.

En la novela, con Rodrigo muerto o desaparecido, la traición de Oppas parecía haber obtenido sus frutos, pero a partir de entonces nada ocurre como él había esperado.

El protagonista de la novela, Ademar, es uno de los personajes íntegros de la obra. ¿Se ha basado en algún personaje histórico para crearle?

No pensé en personaje histórico alguno al dar forma a Ademar, porque Ademar es un personaje muy poco habitual dentro de una élite gobernante (da igual el origen) dominada por la ambición. Se trata de un personaje fuerte, al que la vida golpea en varias ocasiones, pero que en pocas veces antepone sus aspiraciones personales a sus responsabilidades con los suyos. Quizá podría parecerse ligeramente a cierto comes visigodo de Las cenizas de Hispania…

“En la novela decidí seguir otra leyenda musulmana que asegura que Tariq ibn Ziyab quema sus naves al llegar a la península”

Su hermano Ragnarico es uno de los nobles que se pasan al enemigo. ¿Cuáles fueron los traidores más significativos de esta historia?

Si hiciéramos caso a la tradición asturiana sin duda Oppas y el resto de witizanos, refiriéndonos así a los simpatizantes del difunto rey Witiza, pero habría varios más, como el Conde Julián, señor de Ceuta, el que entregaría a los bereberes las naves necesarias para cruzar el estrecho como respuesta a la violación de su hija a manos de Rodrigo. Pero claro, volvemos a chocar con la leyenda, y en este caso decidí no incluir a Julián en la novela, entre otras cosas porque decidí seguir otra leyenda musulmana que asegura que Tariq ibn Ziyab quema sus naves al llegar a la península como recordatorio a los suyos de que no había retirada posible; ¿cómo iba a quemar unas naves que le habían prestado?

En esta novela he aprendido a elegir la fuente según la conveniencia de la trama, pues no en vano, como todos mis compañeros novelistas, lo que escribimos es ficción histórica.

La relación entre Ragnarico y Ademar está llena de odio. ¿Ocurrieron bastantes sucesos de este tipo entre familiares y hermanos?

Ademar es un personaje crucial en la novela, como también lo es su medio hermano: podríamos decir que son antagónicos. El primero es un conde visigodo cuyo destino se ve unido al de Rodrigo al apoyar a aquel en su ascenso al trono de Toledo, para evitar así que su medio hermano terminara desposeyéndolo de sus tierras. Si Ademar confiaba en Rodrigo para mantener sus prerrogativas, Ragnarico confiaba en Oppas para arrebatárselas. Siempre en dos bandos opuestos: habrían estado enfrentados aunque Tariq ibn Ziyab nunca hubiera cruzado el estrecho.

El momento político que vivía la Hispania visigoda era muy complicado. Por un lado estaban Rodrigo y quienes lo apoyaban, por otro los partidarios del difunto rey, que, vamos a decir que se las “tenían tiesas” entre ellos, y por si esto no fuera suficiente, en el momento del ascenso de Rodrigo al trono de Toledo las provincias de la Tarraconense y la Septimania reconocieron a otro noble como su rey, en este caso a Agila II. Por supuesto, este no prestó ayuda en ningún momento a Rodrigo, lo que vino a complicar aún más las relaciones entre sus partidarios. Para su desgracia, el odio y el revanchismo estaban a la orden del día.

Quería tener la posibilidad de contar la misma historia desde muchos puntos de vista

En parte de la novela, la acción va pasando de Ademar al líder musulmán Tariq ibn Ziyab. ¿Le gusta jugar con dos tramas para dar más intriga al desarrollo de la novela?

Esta novela la he planteado de forma muy distinta a la trilogía de Las cenizas de Hispania. Para narrar esta historia no me servía un único punto de vista, como ocurría con mi querido Attax en la Hispania tardorromana; no, en este caso quería tener la posibilidad de contar la misma historia desde muchos puntos de vista. Nobles como Ademar, conquistadores como Tariq, plebeyos como Elvia o Hermigio, traidores como Ragnarico o Argimiro, árabes como Musa ibn Nusayr, incluso algún que otro franco como el duque Eudes. Ese era mi reto al elegir la época y la trama, dar voz a cada uno de los actores, lo que por otro lado facilita que el ritmo de la novela sea trepidante.

En “El nombre de Dios” hay muchas escenas de batallas, Guadalete, Écija, Zaragoza… ¿Qué tiene de especial para usted la recreación de estas batallas? ¿Cómo se ha documentado?

Es algo que me encanta, supongo que porque mi autor favorito es Bernard Cornwell, y adoro cada una de las palabras que escribe en el desarrollo de las suyas. Creo que narrar las batallas es algo que hasta hace unos años no se solía tener en cuenta en la ficción histórica nacional; se solía hacer referencia a los resultados y las implicaciones de una batalla en la trama de una novela, pero no se entraba de lleno en ella. A mí me encanta “bajar al barro”, que el lector pueda sentir la terrible escena que tenía que haber sido un campo como el de Guadalete, la defensa de Coviacum o la batalla del río Órbigo. A mi entender es fundamental para comprender la profundidad de lo que sucede en la trama y el comportamiento de sus protagonistas.

Como con el proceso de construcción de la trama y la documentación asociada, he devorado todas las publicaciones al respecto que me han interesado. Es una época fascinante, y tenemos la suerte de que varios historiadores españoles son referentes en este período, como Santiago Castellanos, José Soto Chica o Javier Arce, así como también otros anglosajones como Chris Whickam o Peter Heather. Asimismo, existe una documentación excepcional acerca de las formas de hacer la guerra en ese momento que ayuda a mejorar la narración y hacerla más realista.

En la salvación de las reliquias visigodas, se fija más en la mesa de Salomón. ¿estos pasajes son más de creación literaria que histórica?

Una de las peculiaridades de la conquista musulmana de la península ibérica es que hay muchas fuentes árabes que hacen mención a tesoros o hechos poco demostrables históricamente, pero que a nivel ficción resultan muy interesantes. Una de estas habla de que en los alrededores de Toledo se conservaba el tesoro visigodo, en el que se encontraban las piezas robadas trescientos años antes por Alarico al saquear Roma. Entre ellas estaría la Mesa del rey Salomón, y son varias las fuentes árabes que la nombran, poniendo especial énfasis en que Tariq ibn Ziyab se lanza en su busca en cuanto tiene conocimiento de su existencia. En esas mismas fuentes también se hace mención a que en el instante en el que el califa de Damasco reclama que le sea entregada, se percata de que, o bien le falta una pata, o bien una de ellas es falsa. Por supuesto este fue uno de los puntos que me terminó de decidir a embarcarme en esta nueva aventura.

En la segunda parte del libro, se convierte más en un libro de viaje hasta Roma. ¿Qué ha pretendido con ese cambio?

Era necesario después de lo vivido en la primera mitad, donde el ritmo, al igual que el avance musulmán, es implacable. La segunda parte de la novela se vuelve más pausada al inicio (que no al final), porque de igual manera actúan los caudillos musulmanes una vez Tariq ibn Ziyab y Musa ibn Nusayr son requeridos en Damasco.

También nos cuenta algo poco conocido como la incursión musulmana allende los Pirineos. ¿Debe una novela histórica dar a conocer pasajes un poco olvidados de la historia?

Ese siempre ha sido uno de mis retos, tratar eventos poco conocidos para el gran público, pero también muy interesantes. En el caso de la Hispania romana, pocas veces se trata la época tardoantigua, en el caso de la llegada musulmana a la península solemos quedarnos con la primera resistencia organizada en la cornisa cantábrica –que no es poco, por la importancia que tiene en los siglos posteriores–, pero muy pocas veces se trata lo que sucedió con los visigodos que vivían más allá de los Pirineos, a los que habría que añadir a los hispani, como llamaron a los refugiados que llegaron hasta allí desde la península huyendo del avance musulmán. Ese era parte de mi objetivo inicial, desviar el foco hacia estos, cuya resistencia también merecía una buena novela.

Narbona, Carcasonne y Toulouse son ciudades donde transcurre la novela. ¿Por qué los francos sí supieron hacer frente a los bereberes?

Es un tema difícil de explicar. A mi entender, el empuje musulmán podría haber sido tan fulminante como en la península si no hubieran sido derrotados por primera vez en batalla en el año 721. Una batalla decisiva, en la que se cree que los musulmanes perdieron más de veinte mil efectivos, lo que deja bien claro su importancia. El éxito franco de ahí en adelante se debió a la férrea unificación entre sus territorios (todo lo contrario que lo ocurrido en el reino visigodo), con la presencia de un líder fuerte, Carlos, al que conocemos como Martel, que unificó los reinos de Austrasia y Neustria pocos años antes de las batallas de Tolosa y Poitiers. Según algunos historiadores, Rodrigo no fue consciente de la dimensión del conflicto cuando fue avisado de la presencia bereber en el sur de reino, pues creyó que se trataba de una simple expedición de pillaje. A Carlos, visto lo sucedido con su otrora poderoso vecino del sur, no le quedaron dudas de que en aquella defensa le iba no solo la vida, sino también la supervivencia del estado que le habían entregado sus antecesores.

¿Supuso la batalla de Tolosa el fin de la expansión musulmana en el oeste de Europa?

En un primer momento sí, pero no fue definitiva, pues en los siguientes años las tropas musulmanas siguieron presionando más allá de los Pirineos. No sería hasta once años más tarde cuando se produciría el verdadero punto de inflexión, con la batalla de Poitiers, momento en el que los líderes musulmanes decidieron no seguir avanzando hacia el norte para concentrarse en sus tierras del sur.

Por curiosidad, y para terminar, ¿por qué no trató la batalla de Covadonga en su novela?

Porque es un tema que se ha tratado en muchas ocasiones, y yo en mis novelas intento aportar algo diferente a lo habitual. Covadonga es importantísima por su significado, pero también me parece destacable escribir sobre los últimos visigodos de la Septimania y la primera derrota musulmana en suelo europeo, que tuvo lugar un año antes de la victoria de Pelayo y los suyos.

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