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Isidro-Juan Palacios desvela en la biografía "Yukio Mishima" las razones de la muerte del llamado "último samurái"

martes 24 de noviembre de 2020, 10:00h
Yukio Mishima
Yukio Mishima
El próximo miércoles 25 de noviembre se cumplen 50 años del impactante suicidio del escritor japonés Yukio Mishima, quien «ha pasado a nuestro universal recuerdo por haber sido el escritor japonés que, con mayor decisión y manifiesta evidencia, defendió la pureza de la cultura tradicional japonesa.

De hecho, al querer dejarle al mundo un testimonio fiel de semejante compromiso, rubricándolo en sangre, llegó a asumir y realizar en sí mismo una de las muertes voluntarias más inimitables que han existido: el seppuku. En la mencionada fecha de 1970, al mediodía de una soleada y fresca mañana, se abre el vientre con una espada corta muriendo al poco, conforme al ritual antaño practicado por los guerreros samurái durante generaciones. Al llevarlo a cabo ante testigos y haberlo consumado tras un incidente provocado a conciencia por el escritor, para llamar la atención sobre lo que tenía que decir y hacer, aquello conmocionó al mundo», explica el profesor Isidro-Juan Palacios, autor de Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái, una biografía sobre esta poliédrica figura que La Esfera de los Libros acaba de publicar.

Así se narra el momento de la muerte de Mishima en el libro:

Mishima y Morita iban a morir por seppuku. El jefe del Tate-no-kai se sentó en el suelo y se descubrió el vientre sin quitarse la guerrera, desenvainó su espada corta de casi veintitrés centímetros (wakizashi). Dio tres vivas al Emperador: «¡Tenno Heika Banzai!»; se tanteó con las yemas de los dedos de la mano izquierda el abdomen… Mientras que el general Masuda pedía por favor a voces que no lo hiciera… Mishi­ma, sujetando con su mano derecha la daga, abrazada con un paño blanco para no cortarse, se hundió en el vientre unos cinco centíme­tros de la afiladísima hoja con un golpe seco. Una tensa, muy tensa lengua de dolor en la carne. Después, recorrió cuanto pudo hacia la derecha abriéndose la herida, sin sacar de su cuerpo el ya ensangren­tado acero. Sin más fuerzas, se desvaneció algo hacia delante y ya no se pudo incorporar. Hizo un gesto a Morita, quien iba a ser el Kai-shaku­nin u oficiante en la decapitación de Mishima para que la agonía se le atenuara, como prescribía la ceremonia del rito. Morita descargó en­tonces un golpe con la katana del siglo xvii de Mishima (para eso la había llevado en realidad), pero, nervioso y tenso como estaba, falló, hasta dos veces. Cedió Morita, algo avergonzado, la espada a su com­pañero Masayoshi Koga, quien, de un solo tajo, separó limpiamente la cabeza herida del tronco de Mishima. Morita, a continuación, se preparó también, hizo las inclinaciones de rigor hacia el Palacio Imperial, grito tres vivas por el Emperador «¡Tenno Heika Banzai!» y, dirigiéndo­se a su amigo Masayoshi Koga, el improvisado Ka-shakunin de Mishi­ma, le pidió: «No me dejes mucho tiempo». Se sentó, se hizo una inci­sión, y Koga lo decapitó certeramente. [Días después, la autopsia oficial de los dos cuerpos reveló que Mishima se había clavado la daga cinco centímetros de profundidad, llegando a ser su reco­rrido abdominal de siete centímetros y medio. Morita solo se hizo un superficial rasguño antes de la decapitación.]

Aquello fue mucho más que un aldabonazo en el mundo entero, no solo en Japón. A través de los telediarios de todas las cadenas, el orbe miró sobrecogido qué es lo que había merecido tanto, tales formas locas de morir, tan insólitos sacrificios japoneses. Desde aquel 25 de noviembre de 1970, bastantes son los que no han dejado de preguntarse el porqué de tan escalofriantes gestos. Las razones han quedado expuestas en las páginas de este libro.

Cuando al féretro le llevaron flores de luto, su madre, Shizue, ama­blemente respondió: «¿Flores de luto? Pero si, en realidad, hoy ha sido el día más feliz en la vida de mi hijo». Lo sabía bien Shizue, que había leído toda la obra de su hijo, desde que la escribiera y antes de ser pu­blicada, desde sus primeros giros hasta los últimos, y había seguido en silencio todo lo que él hacía.

En Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái, Isidro-Juan Palacios intenta desvelar ese «misterio envuelto en arte» de «cómo un hombre, en la cima de la celebridad y la gloria, pudo morir así como lo hizo». El libro es una vibrante biografía que busca interpretar al personaje desde nuestro mundo, desentrañar a este escritor convertido en hombre de acción que había nacido aún en un Japón premoderno y que luego vivió en un Japón occidentalizado tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial. Muy pronto se las ingenió para darle la vuelta a esta adversidad impuesta, tanto en su fuero interno como en el hacer de su vida pública, y sorprendió a todos.

«A la edad de su muerte, a los cuarenta y cinco años, –dice Palacios– Mishima había escrito ya, entre novelas, ensayos, cuentos, piezas teatrales, guiones cine­matográficos... doscientas cuarenta y cuatro obras. Conocía a la perfec­ción varios estilos de su lengua, así como el japonés medieval; interve­nía en sus propias películas como actor y codirector; dirigía la escena e interpretaba papeles en el teatro; fue perfecto calígrafo, maestro de ken­do, piloto de reactores, atleta, orador consumado; fundó el Tate-no-kai (Sociedad del Escudo) y hablaba varios idiomas europeos. Yasunari Kawabata, Premio Nobel de literatura de 1968, dijo de él: “Un genio como Mishima solo aparece en la humanidad cada trescientos o cuatrocientos años”. Y se estuvo preguntando hasta su muerte, acaecida también por suicidio en abril de 1972, cómo le habían dado el Premio Nobel a él, y no a Yukio Mishima, que lo merecía mucho más».

Isidro-Juan Palacios (San Lorenzo de El Escorial, 1950), profesor de Oratoria (diplomado por las FF. Hans Seidel-Cánovas del Castillo, 1997), ha estudiado Derecho (Universidad Autónoma de Madrid) y Periodismo (Universidad Complutense de Madrid). Hizo los cursos de doctorado en Ciencias de la Información (UCM) y tiene inscrita su tesis doctoral en literatura contemporánea sobre Yukio Mishima.

Ha sido fundador o director (o ambas cosas a la vez, según los casos) de las siguientes revistas culturales: Graal (1975-77), Punto y Coma (1983-89), Cuestión de Fondo (1984), Veintiuno (1989-2003) y Próximo Milenio (1994-96); y redactor-jefe en Más Allá de la Ciencia (1988-94). Entre 1986 y 1989 dirigió en Radio Nacional el programa Próxima estación: punto y coma.

Contertulio habitual en programas culturales de televisión como El mundo por montera, El sol de medianoche, asesor además en La Tabla Redonda, coordinador también en El Faro de Alejandría y «tribuno de los libros» en Las noches blancas. Ha dirigido la colección de libros Paraísos Perdidos en la editorial Grupo Libro. En 1994 codirigió la Primera Universidad de Verano de Estudios Místicos de Ávila. También ha sido coordinador y profesor en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense, director de Comunicación, Exposiciones y asesor del director general de la Biblioteca Nacional, profesor de Lengua y Literatura Española y Literatura Universal y profesor de Oratoria en la Universidad Internacional de la Rioja.

Ha impartido 67 conferencias, 3.280 horas lectivas como profesor de Oratoria política por toda España y escrito más de 500 artículos especializados. Tiene textos publicados en las siguientes obras colectivas: El final de los tiempos (1989), La Tabla Redonda (1994), El Islam ante el nuevo orden mundial (1996), La mística en el siglo XXI (2002) y Ernst Jünger y sus pronósticos del Tercer Milenio (2006). Y es autor de Apariciones de la Virgen. Leyenda y realidad del misterio mariano (1994) y Eremitas: enseñanzas místicas de los Padres del desierto, publicado en 2007 en esta editorial.

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