"Canción de amor a Francisco Cabezas escrita por sus diecinueve sobrinos", de Juan González Cabezas

Si tomáramos la consideración de Fernando Pessoa del poeta como fingidor, es muy posible que el autor de poemarios como Viridarium, Amor en Penibética, Estancias, Los poemas médicos, En síntesis así como un extenso libro titulado El libro de Isabel que puede seguirse a través de redes sociales, nuestro autor podría ser un ilustre representante de esa concepción, en la medida que su pasión es la poesía como género de ficción y no lo extraliterario como tablao de palmas. Un poeta erudito, riguroso, hedonista a la vez, clandestino en la genuina aceptación del término, en suma, unas señas de identidad que le hacen tan reconocible como original en sus aplicaciones prácticas. El poeta aborda el poema desde el todo. Un todo universal e interdisciplinar al que le añade técnica y pasión. Siempre planea una ironía inteligente en sus obras. El título del poemario "Canción de amor a Francisco Cabezas escrita por sus diecinueve sobrinos", ya sería una característica manifiesta de esa atmósfera previa para insertar lo irónico como base constructiva del poemario, que se conforma como un único poema de 380 versos. No obstante, el asunto de la “consanguinidad especial” que refiere el prologuista, nos advierte de la seriedad del tema. El propio poeta abre fuego con los datos históricos que dan fe de la verosimilitud o de la veracidad de los hechos: “En Madrid había fresas con nata,/hileras de asnos,/avefrías cayendo/en la nieve,/diecinueve niños/dando vueltas de campana”, circunstancia que, además de su desarrollo narrativo cerrará en la capital con pronósticos claros: “En el monte de las perlas,/una mañana de septiembre/irán las muleras a llevarte/camisas limpias para Madrid”. La crítica coincide en general con la propia aportación del autor que reconoce que su poemario va dedicado a un familiar (un tío de Ubrique que anduvo por Madrid), pero el poeta reconoce que su libro puede describirse como una elegía, porque hay un lamento, una oda porque hay un tormento de canción, y es una égloga porque hay un diálogo entre dos personajes aunque en esta ocasión no son unos pastores sino unos astronautas que inician la ascensión a la luna a bordo del Apolo VIII, Frank Borman que además desde su perspectiva de astronauta da cobertura a los 19 sobrinos del tío del poeta. Es decir, la cita inicial cumple el doble papel de detonante de la propia historia poética y de ser parte de la misma historia poética. Luego, James Lovell, otro integrante de la misión específicamente mencionado, por dos veces, a modo interrogativo: “¿Cómo es esto, Lovell?”, aludiendo al mundo de cine y de la agricultura con Robert Mitchum y la propia película “La hija de Ryan” y también abordando la esfera de la publicidad y del dato histórico en la culminación de lo irónico: “¿Como es esto, Lovell?/oh, dioses periféricos dando/malta La Braña todas las mañanas/ a los niños”. Unos versos que se refuerzan por el recuerdo del propio anuncio publicitario en la que un pregonero nos hace saber por orden del alcalde la necesidad de mezclar la malta con el café porque además de mejorar se economizaba.

380 versos que multiplican sus redes polisémicas, que reafirman no sólo una profunda mirada de lo que no es común, incluso de lo exótico sino también una necesidad de aunar sus pasiones, la publicidad que no deja de ser una aliada de la poesía cuando no una descendiente; la naturaleza viva, la geografía, el movimiento, el viaje, aquí Madrid, Arcos de la Frontera, Eibar, Guadarrama, Mallorca, Londres, Valparaíso, Nueva York y lugares tan concretos como El Retiro o La Gran Vía y la inmensidad o lejanía a través del Océano Pacífico o la Estrella Orión; la música con Beethoven, Falla, Händel, Bach o el ya mítico “Oxygène” de Jean Michel Jarre; la pintura con Murillo, Velázquez; el cine no en la medida de la generación de poetas como Rafael Alberti que nace con el cine pero sí con aquella con otra cuya educación sentimental viene de la mano del cine, La Metro, Robert Mitchum, “La hija de Ryan”, La Colegiata de Sant Vicenç de Cardona donde Orson Welles rodó Campanadas a medianoche, reconocida como tesoro de la cultura cinematográfica europea, Hanna Barbera y hasta el deporte con el passing shot en imagen de Tyrone Power que nos recuerda la magistral película de Woody Allen “Match Point”; y desde luego, la literatura, con personajes universales como Tom Sawyer o Huckleberry, pero también Lord Byron y su hermanastra Augusta Leigh o la idea de John Milton en El paraíso perdido, o el excepcional acercamiento a la ciudad con las resonancias del poema de Lorca “Llueve en Santiago” que se enfatiza con el reconocimiento de una obra clave, Política de Aristóteles, donde el objetivo del ser humano es la felicidad y ello solo es posible dentro de la ciudad. Una poética luminosa y armónica que nos transmite una visión del mundo tan auténtica porque precisamente la autenticidad requiere una profunda introspección de sí mismo y un mejor conocimiento para su expresión. La exigencia del poema es absoluta en Juan González Cabezas y al tiempo derrocha tanto simbolismo como esperanza. Un poemario que la fusión o confusión de sus límites es un verdadero canto a la vida, a la ciencia y a la libertad.

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