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"El águila y los cuervos", de José Soto Chica

Desperta Ferro Ediciones. 2022
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
martes 17 de octubre de 2023, 17:16h
El águila y los cuervos
El águila y los cuervos
Cuando cae el Imperio de Roma de Occidente, todo fue un drama terrible y épico para los europeos del momento. Y, como era de esperar, nada mejor que la editorial Desperta Ferro y José Soto Chica para acercarnos a este momento clave en la Historia Universal. El siglo IV d. C. está marcado en la Historia de Roma, de forma indeleble, como el principio del fin de la Roma occidental; todavía quedaría Roma en Bizancio, hasta el siglo XV, pero la lengua ya era el griego y la religión era la ortodoxa; por lo tanto, nunca fueron muy bien considerados en el Occidente católico.

«La caída del Occidente romano es uno de los temas más abundantemente tratados por la historiografía, desde Gibbon hasta nuestros días, y sigue fascinándonos como fascina mirar a un abismo: ¿cómo un imperio tan poderoso, y en apariencia tan sólido, se debilitó hasta caer en apenas setenta años? Las respuestas a esta cuestión han sido múltiples y se han planteado desde numerosos prismas, achacándose culpas sea a bárbaros, sea a cristianos, sea a ambos; enfatizándose factores climáticos, desequilibrios sociales o marasmo económico; apuntando a la erosión de los viejos valores, a las innúmeras guerras civiles o la corrupción de las élites… Esta pléyade de respuestas subraya el desafío que supone tratar de comprender y explicar por qué Roma cayó, un desafío que asume José Soto Chica, uno de nuestros mayores expertos en la Antigüedad Tardía y autor de libros señeros como ‘Imperio y bárbaros’. ‘La guerra en la Edad Oscura’ o ‘Visigodos’. ‘Hijos de un dios furioso’, para plantear, a su vez, otra pregunta: por qué el ‘imperio gemelo’, la Roma de Oriente, Bizancio, sobrevivió y prosperó, mientras Occidente se hundía y disgregaba. Alrededor de este eje, ‘El águila y los cuervos’ desarrolla un relato vibrante sobre el convulso tiempo que medió entre el reinado de Juliano el Apóstata y el día del año 476 en que Odoacro depuso al último emperador de Occidente, el niño Rómulo Augusto, para enviar las insignias imperiales a Constantinopla. Un relato que integra los distintos aspectos que tener en cuenta para entender el proceso que quebró al Imperio -políticos, militares, sociales, religiosos, económicos o culturales-, pero en el que la erudición no ahoga un ritmo frenético, con personajes trágicos de la talla de Aecio –‘el último de los romanos’- o Gala Placidia, con emperadores funestos como Valentiniano III y otros como Mayoriano que trataron con desesperación de salvar los restos del naufragio, con bárbaros como el godo Alarico o el vándalo Genserico, saqueadores de una ciudad cuyos muros no había hollado ningún enemigo en ochocientos años. Porque lo impensable pasó: Roma cayó, y los cuervos se enseñorearon sobre el águila».

El siglo IV d. C. alumbró dos hechos contradictorios y paradójicos, por un lado, el fortalecimiento de un nuevo orden imperial divinizado, que consiguió sacar a aquel Imperio de Roma, sobre todo en su vertiente occidental de una inexplicable situación de marasmo, colapso, ruina y enfrentamientos civiles, que el SPQR arrastraba desde la notoria crisis sociopolítica y militar del siglo III d.C., con constantes enfrentamientos entre las elites dominantes. Todo ello a pesar del esfuerzo realizado por un más que autoritario Diocleciano, que realizó una completa reorganización de las estructuras imperiales, lo que antecede ya entre los años 284 y 305; quien, con un más que inteligente cinismo se apartó del poder, para irse a vivir a su Iliria natal, y desde allí contemplar como su obra se iba desgajando de forma paulatina, a pesar de que a priori había ido eliminando a sus rivales ciertos o posibles. Entre las confrontaciones podemos destacar, verbigracia, a Majencio y Maximiano contra Severo, Galerio y Constantino; las dos guerras entre Constantino I “el Grande” y Licinio; Procopio contra Valente; Juliano “el Apóstata y Constancio II; Magno Máximo contra Teodosio I “el Grande”; y la guerra del conde de África Gildón contra el gobierno de Occidente dirigido por Estilicón; entre otros enfrentamientos de mayor o menor enjundia. Todas estas guerras entre hermanos conllevaron sobre todo un enorme desgaste, con las innumerables muertes ocurridas en esas luchas por el poder. Junto a estas listas enumerativas de luchas civiles, es preciso citar, asimismo, a pronunciamientos de caudillos, intentos de usurpación y rebeliones múltiples, que fueron aplastados por el poder del SPQR o SENATUS POPULUSQUE ROMANUS; pero, sea como sea, crearon un importante caos y graves daños.

No obstante, los romanos de dicho momento histórico eran plenamente conscientes de a que lugar insondable les catapultaba estos sangrientos enfrentamientos, ya que entre otras cosas les minaban su bienestar. Existe un texto de Flavio Vopisco Siracusano, plausible biógrafo de Probo en la HISTORIA AUGUSTA, probablemente editado en los tiempos del emperador Teodosio I “el Grande”, donde se cita con toda claridad la felicidad de los romanos, si no existiesen las guerras civiles: “¿Cuánta felicidad hubiera brillado para el Imperio si no hubiera habido soldados durante su gobierno? Ningún habitante de las provincias tendría que tributar para el avituallamiento, no se pagaría ninguna soldada extrayéndola de los donativos públicos, la República romana dispondría de tesoros inagotables, el emperador no realizaría ningún gasto y los propietarios no pagarían impuesto alguno. Ciertamente Probo prometía un siglo de oro. No habría en adelante campamentos, en ninguna parte se oiría el corno de guerra, no se fabricarían ya armas, este pueblo de guerreros que ahora trastorna la República con guerras civiles se dedicaría a labrar la tierra. Váyanse los que preparan a los soldados para las guerras civiles, los que desean armar las diestras de sus hermanos para que den muerte a sus hermanos (…)”.

Está claro el inteligente y pragmático análisis que realiza el autor, donde deja bien prístino que las guerras civiles precisaban un gasto ímprobo para el sostenimiento de las legiones de Roma y, consiguientemente, lastraban los ingresos del Estado del SPQR. A este concepto de guerras civiles cruentas, hay que añadir las derrotas sufridas, ante los godos (ostrogodos y visigodos), los hunos o los partos, que conllevaron un gigantesco gasto económico y militar. No obstante, lo anteriormente narrado no produjo una inacción por parte de algunos emperadores inteligentes, por ejemplo, conviene citar al hispano, nacido en Cauca-Coca, Teodosio I, cuyo gobierno siempre fue dirigido hacia intentar endurecer la posición de mando y de gobierno del propio emperador, lo que siempre fue obvio en los emperadores de Roma venidos desde Hispania, que siempre fueron los mejores, desde Trajano, el mejor de todos los tiempos, hasta Adriano o el mencionado Teodosio I. Con todo lo que antecede, deseo recomendar, vivamente, a esta obra ya sobresaliente. «Confusa ebrius est non iens ut producat ex optimis in sobrii sint mulier».

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