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"Mahmud o el señor de las aguas", de Antoine Wauters

“Aquí (señala un punto negro bajo su barca) / es donde mamá plantaba las flores que papá vendía”

Por Pere Mateu Tella
lunes 15 de enero de 2024, 12:11h
Mahmud o el señor de las aguas
Mahmud o el señor de las aguas

Cuando era pequeño íbamos al lago, nadábamos cerca de la orilla, nunca nos alejábamos por miedo, las corrientes eran constantes y las noticias bullían con muertes en el agua. Mi abuela siempre estaba preocupada, cuando le decía que íbamos a nadar se santiguaba rápidamente evitando lo que todos sabían, intentando mantener la calma. Después de disputas sin remedio y acusaciones dolientes se daba cuenta de que no obedecía y simplemente me aconsejaba: “ten cuidado con las algas, si te atrapan no podrás salir”.

En noviembre de 2023, un otoño calurosamente horrendo en perspectiva climática, lleno de violencia, sangre y disputa se traduce al español "Mahmud o el señor de las aguas" obra de Antoine Wauters (1981, Bélgica) galardonada con ni más ni menos que siete premios de literatura francesa -hasta la fecha- entre los que se encuentra el Prix Marguerite Duras. Wauters se descubre así como una gran revelación de la literatura francófona. No es formidable solamente su historia, sino que destaca su modus de escritura presentando una novela en verso.

En la narración vemos que Mahmud, el anciano protagonista, se sumerge a diario en el lago al Asad, un lago artificial creado en las sinuosidades del río Éufrates después de la construcción de la presa de Tabqa. Absorto en sus pensamientos y sin tener miedo a perderse, ya que conoce muy bien la zona, bucea por su antiguo vecindario, la casa en la que vivió y las calles por las que deambulaba. Mientras, su barca se queda tanteando las aguas, andando como un zapatero por encima de todo, viendo el pasado expuesto en una caja de cristal, un recuerdo permanente para peces, olvidado para humanos. Aparece entonces su hogar desmantelado, ahijado por algas y renacuajos. Se hunde en un abismo metido en una natación fría y envolvente como el recuerdo de despedida.

“¿Quién diría que bajo esta barca yacen la humilde vajilla, nuestras mesas, nuestras camas y la pizarrita de madera lacada donde escribí mis primeras palabras, cuando aún nada estaba perdido y todo parecía posible?”. […] “Abajo, en el hondo, a una profundidad inalcanzable, creo ver la puerta hundida, el aljibe, las ventanas rotas de la casa y, tras ellas, tras ellas las cortinas azules, la sonrisa de mamá que me invita a acercarme y papá a su lado”.

En la obra aparecen una gran cantidad de tópicos literarios, es una historia perdida, un recuerdo aguado. La voz habla desde la memoria del abismo y postula la sumersión acuática como una meditación, la cura del traumatismo o como solución acuosa. Es el recuerdo de un pueblo entero, una memoria poco conocida escrita con versos despiadados llenos de pena, soledad y pocas esperanzas. Un cuento que recuerda toda una vida: crecimiento, romance y muerte. Una muestra de la lucha reivindicativa desde lo privado, una escritura de escritorio que remonta la revolución.

“Cierro los ojos y desciendo / desciendo hasta que no queda ya más ruido / que el del agua contra mi corazón, / el agua que me respira y consuela / como sólo puede hacerlo una madre. / Al nadar me vuelvo niño otra vez” […] “Todo sigue ahí. / Basta con mover los pies”.

Mosquitos y moscas pasean por las páginas del libro. Nenúfares susurran los recuerdos amorosos y hablan de Leila, de Sarah y de los hijos perdidos. Lirios de agua como muestra de amor, como una vivencia dolorosa pero bella que da luz al recuerdo brumoso y oscuro de pérdida. Los renacuajos te envuelven, te rodean y acogen como a una madre, perdido tú y perdidos ellos buscando cariño en el agua.

“¿Qué importa que se desplomen los montoncitos, papá? / ¿Qué importan los templos / y las ciudades sumergidas? / Al final, todo se derrumba. / Sé que están ahí, pero cuando se desvanecen, /sólo me quedan las palabras para buscarlos. / Las palabras, / cazamariposas de nuestras causas perdidas”.

La mentira como protección, el padre desaparecido por culpa de la militancia, el secuestro encarcelado. En la cárcel no escribe, memoriza su poética y revive viejas historias. Sus hijos viven en un fraude, el ala derecha del ave familiar no está en casa. Sin él los otros se mantienen firmes, siguen su ruta miedosos, observando en cada paso el camino para no tropezar, pero no pueden volar sin las dos bandas. Al volver ya es demasiado tarde, todo está perdido, la tierra, el país y la familia. Un recuerdo presente, una memoria que se graba para siempre. Una lección que permite conocer la Siria desconocida, la casa de muchos y las aguas llenas de vida y muerte.

“Y nuestra Siria, / nuestros árboles, / Mahmud, / los lugares donde nos amamos, / nuestra tierra, / todo se hundió”.

Wauters presenta un hogar lleno de soledad, un lugar obligado a la desidia y al abandonado. Una crónica geopolítica de la historia actual con un eco irrompible de libertad. Nos arrastra y nos traga como un alga, nos deja sin aire y termina con nosotros despiadadamente. Es así como mi abuela dejó de rezar por mí y empezó a interesarse por la historia de los lagos, leyendo a Mahmud, leyendo sus recuerdos.

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