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"Soledades", de Luis de Góngora

Col. Un gozo en mi pozo, N.4, Editorial Pandora, Sevilla, 2024
jueves 10 de abril de 2025, 21:20h
Soledades
Soledades
Es muy probable que Góngora atesore una lírica suprema, lo que no impidió que recibiera duras críticas en su momento. Eso sí que es un clásico, me refiero a la extraordinaria escritura poética de Góngora y a la incomprensión, rechazo y marca evidente del miedo a lo nuevo. En unos certeros y precisos preliminares del gran poeta y ensayista que es Vito Domínguez Calvo, da cuenta de estas circunstancias y del valor histórico del poema narrativo de Góngora que pese a estar sujeto a un “argumento nrrativo bien estructurado se puede decir que no obedece al noble arte del 'contar' y sí a la intención siempre lúdica y subjetiva del 'decir'. No es lo que se cuenta, es cómo se dice”.

Sumido en ese majestuoso juego de luces y sombras, Góngora no tiene parangón y se manifiesta como influencia indiscutible en la poesía americana y en diversas tendencias y autores, sellando por ejemplo, el punto de partida de la Generación del 27. Roland Barthes autor predilecto, es llamado al estrado por Vito Domínguez y nos declara “La poesía es el lenguaje de las transgresiones del lenguaje”, consideración que sin duda debió surgir a la luz de la lectura de las Soledades. Para ese cambio de paradigma en la poesía española que encabezó Góngora, se da cuenta de autores relevantes que aportaron mucha luz a esa asombra obra poética: Pedro Díaz de Rivas, José Pellicer, Juan de Jáuregui y más tarde, Alfonso Reyes, Dámaso Alonso, Caballero Bonald, por supuesto los estudios de José Lara Garrido, Mercedes Blanco, Rosa Navarro, Antonio Carreira, y un larguísimo listado que se dilata en el tiempo para fijarse en obras que dialogan con los lectores con independencia de su cronología. Con modestia, un servidor rinde homenaje al maestro Góngora en Las edades del bastón, Ed. Corona del Sur, Málaga, 2021.

Nos parece fundamental esa conexión solidaria entre pintura y poesía que refleja la conciencia barroca. No le queda a la zaga el impulso visionario gongorino, con mayor nitidez nos lo expresa Vito Domínguez: “La poesía hecha pintura, que se podría comprender desde esa corriente europeísta de atracción por la naturaleza y el paisaje que quedó reflejada en las obras de pintores flamencos como Brueghel el Viejo, Van Ostade. Rubens. Una amplia mirada hacia lo natural que Góngora desordena, deforma y reinterpreta a su voluntad, ejercitando la fragmentación y el perspectivismo”.

Con esto en mente, Eduardo Chivite Tortosa, Profesor de Literatura Dramática de la Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla, entre otras muchas inquietudes, ahonda en el sobresaliente trabajo del pintor y profesor en la Universidad de Córdoba, Manuel Garcés La dificultad es patente y lo señala en sus palabras previas: “Enfrentarse a las Soledades desde la mentalidad de un pìntor moderno implica no msolo buscar un motivo, sino también sumergirse en las polémicas artísticas del momento, en las peculiaridades del lenguaje gongorino y la estética barroca”.

Como lector-espectador interesado, el trabajo ilustrativo de Manuel Garcés es todo un ejercicio de equilibrio entre contenidos y formas, un atento pacto entre tradición y modernidad, un recorrido genuino y meticuloso por la luz, el desamor, la soledad, el paisaje, el mundo rural, con una especial atención a la sugerencia cromática que conforma el hilo narrador de su interpretación del texto gongorino. Al fin y al cabo, debe tejer una narración de la imagen sin necesidad de adaptarse al texto y con la responsabilidad de generar su atmósfera pictórica. El propio pintor, en cierto modo, en la descripción de su quehacer nos ofrece la tecla para nuestra experiencia visual: “La pintura por su inmediatez y aleatoriedad produce formas espaciales, huellas y colores imprevistos que colaboran en ese confuso juego mental. Al terminar, intento que el cuadro exprese un cierto aire de extrañamiento e incertidumbre”. Objetivo más que logrado, si se constata la coherente articulación de ideas y emociones, paralelismos escriturales y pictóricos, el itinerario de Góngora que se recorre a la inversa, es decir, en aprehender los distintos fragmentos de la naturaleza, internarse por los trazos de sus pinceles para formar retratos, sombras, curvas y algunas concesiones a la ocasión onírica para contraponer efectos figurativos y abstractos con resonancias de la época azul y rosa de Picasso, ya que, recuérdese, debe transcurrir por un texto que como peregrinaje combina el endecasílabo, el heptasílabo, constantes vaivenes, rupturas, un incesante tensar la cuerda del arco, que el pintor retoma con una serena confluencia espiritual, y la preocupación a partes iguales entre las profundidades propiamente técnicas y el sentido que a su vez, será forjado por su búsqueda del color. Manuel Garcés ya colaboró junto a Roberto Sánchez Terreros en la colección “Relatos del desertor del presidio”, Ed. Pandora (2022) con texto de José Antonio Ramírez Lozano.

De nuevo, Pedro Tabernero logra una edición de prestigio que merecería, cuando menos, la curiosidad de esos millones de aficionados a la buena literatura y a la buena pintura.

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