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"Bajo la bruma del silencio", de Miguel Santos

Memoria enterrada, infancia en ruinas y el temblor de la verdad
lunes 19 de mayo de 2025, 20:19h
Bajo la bruma del silencio
Bajo la bruma del silencio

En la mañana del 31 de mayo de 1970, la tierra tembló en Perú. El glaciar Huascarán se desgajó con furia y sepultó en minutos la ciudad de Yungay. La historia registra la cifra, la fotografía aérea del desastre, el silencio posterior. Pero ¿qué ocurre cuando la literatura decide mirar no solo la tragedia, sino la vida que resistió bajo ella?

Bajo la bruma del silencio (Santos, 2024) no es una novela sobre un terremoto. Es una novela sobre lo que sobrevive a pesar del terremoto. Miguel Santos reconstruye, con una prosa sobria y un ritmo pausado, el itinerario emocional de un personaje improbable: un payaso de nombre Cucharita que, rodeado de niños, intenta sostener la esperanza entre ruinas. El planteamiento podría parecer ingenuo si no fuera porque la narración rehúye el sentimentalismo y se ancla en una visión amarga, humana y lúcida de la catástrofe.

La elección de un protagonista popular, casi marginal, como mediador simbólico del trauma no es inocente. Armando Peña, alias Cucharita, es una figura desplazada del centro institucional, del relato heroico, de la épica salvadora. Pero precisamente por eso, como diría Wayne C. Booth (1983), resulta un narrador potencialmente fiable desde lo emocional, si no desde lo factual. Su voz no busca imponer verdad, sino sobrevivirla. El lector no sigue una investigación periodística ni una crónica documental: sigue los fragmentos dispersos de una memoria personal e íntima, tejida en medio del polvo.

En este sentido, Santos se inscribe en una tradición narrativa que explora la infancia como espacio de resistencia ante la catástrofe: de Los girasoles ciegos de Alberto Méndez a La carretera de Cormac McCarthy, pasando por ciertos cuentos de Mariana Enriquez, la infancia aparece no como símbolo de pureza, sino como límite ético: ¿qué puede soportar un niño?, ¿cómo se reconstruye una historia si no se le puede contar del todo la verdad?

El enfoque de la novela es doble. Por un lado, hay una clara voluntad de fidelidad histórica: los hechos del terremoto de Áncash son reales, la destrucción total de Yungay está documentada, y Santos parece haber investigado con rigor las condiciones geográficas y sociales del momento. Pero al mismo tiempo, hay una dimensión de ficción que problematiza la memoria: no se trata de contar el desastre, sino de escenificar cómo se lo recuerda, se lo transmite o se lo calla.

Como sugiere Susan Sontag (2003), toda representación del sufrimiento ajeno implica una negociación ética. La fotografía, la palabra o el relato no son ventanas neutrales: son mediaciones cargadas de intención. En Bajo la bruma del silencio, el testimonio no se ofrece como redención, sino como pregunta abierta. El narrador no busca conmover al lector: lo enfrenta con la incomodidad de estar vivo cuando otros no lo estuvieron.

En este punto, la novela también dialoga con el concepto de “sufrimiento a distancia” formulado por Luc Boltanski (2004), quien advierte del riesgo de una compasión convertida en espectáculo. Santos evita ese riesgo. La escritura no estetiza el dolor. Lo recoge con cuidado, con el mismo respeto con que un sobreviviente levantaría un objeto querido de entre los escombros.

Una de las virtudes de la novela es su contención. Pese a tratar un acontecimiento brutal, Santos escribe sin grandilocuencia ni retórica del horror. La violencia es sugerida, no exhibida. La muerte se intuye, no se describe con crudeza. El lector no asiste a una película de catástrofes; camina entre las sombras de una comunidad que intenta rehacerse desde lo mínimo: una risa, un gesto, una historia contada entre niños.

La dimensión simbólica del personaje del payaso es especialmente potente. En la tradición de la literatura del trauma, el bufón representa a menudo la posibilidad de decir lo indecible. Como el narrador de El tambor de hojalata, como el narrador de El corazón delator, la máscara permite nombrar lo insoportable. Aquí, Cucharita se convierte en médium: no de una verdad objetiva, sino de una experiencia compartida del duelo.

No faltan, por supuesto, zonas menos logradas: algunos pasajes caen en una reiteración emocional que podría haberse afinado; ciertos diálogos suenan algo construidos. Pero incluso en sus momentos menos sutiles, la novela mantiene una coherencia ética admirable. No traiciona su núcleo: el de una comunidad devastada que no espera ser salvada, sino escuchada.

Y eso es, tal vez, lo más valioso de esta obra. Bajo la bruma del silencio no pretende ofrecer consuelo. Ofrece, en cambio, una forma de compañía. Una literatura que no busca la lágrima fácil, sino la memoria compartida. Que no finge cerrar heridas, pero ayuda a nombrarlas.

NOTAS

Boltanski, L. (2004). Distant Suffering: Morality, Media and Politics. Cambridge University Press.

Booth, W. C. (1983). The Rhetoric of Fiction. University of Chicago Press.

Santos, M. (2024). Bajo la bruma del silencio. Knowmadas Books.

Sontag, S. (2003). Regarding the Pain of Others. Nueva York: Farrar, Straus and Giroux.

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