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Las malas palabras

viernes 25 de julio de 2025, 07:42h
Las malas palabras
Las malas palabras (Foto: Priscilla Gac-Artigas)

Desde mi más temprana edad me dijeron que no utilizara las malas palabras, que era mala educación.

Desde siempre he identificado las malas palabras con leyes impuestas y con una disciplina de hierro, algo así como la máscara de hierro en una novela de Alejandro Dumas, aquella con que ocultaron la identidad y el rostro de un misterioso personaje del que hizo referencia Voltaire durante el siglo de Luis XIV, El Estado soy yo.

Quizás, por ello veo con simpatía las malas palabras.

Cuando aprendí a leer me dieron el “Manual de Carreño”, lectura obligada para aprender las buenas costumbres, y efectivamente, entre ellas se encontraba el que no había que decir las malas palabras, el no poner los codos sobre la mesa, y sobre todo callar cuando hablaban los mayores, los detentores del poder.

Más adelante, en el colegio, en las obligatorias visitas a una caja estrecha con otro misterioso personaje escondido tras una rejilla donde había que decir en voz alta los pecadillos de la niñez, todos sabíamos que las malas palabras debían estar en la lista y que ellas conllevaban un leve castigo, menor, en todo caso que los placenteros pecadillos de fantasía.

Así fue como pasó mi vida y fui asociando las malas palabras con el poder y mis malas palabras con una expresión de rebeldía o escape de sentimientos. Por ejemplo, cada vez que me tropiezo dejo escapar una mala palabra. Debo confesar que me tropiezo frecuentemente puesto que me gusta caminar mirando hacia adelante, o a las nubes, y no hacia abajo, aunque, aunque siempre escucho los lamentos de dolor de los de abajo y me cuido de no pisarlos, al contrario, les invito a gritar una mala palabra y no un lamento.

Esta mañana desperté temblando, Voltaire, El Estado soy yo, las malas palabras, la máscara de hierro para silenciar habían poblado mis sueños y pesadillas.

Abiertos los ojos, regresó a mi mente una camioneta que día tras día, al borde de la playa recorría el camino provocando una ola de silencio. En ella se leía repetidamente “Jew Rule” y flotaban dos banderas de Israel junto a una bandera norteamericana y otra mitad de Israel y mitad norteamericana. El silencio reinaba a su paso, interrumpido por una mala palabra, palabra prohibida por el moderno “El Estado soy yo”, asimilándola falsamente a una, sí mala palabra: antisemitismo.

La Pietà apareció en una primera plana de un diario español, “El País”. No la de Miguel Ángel, una Pietà moderna, no de mármol, de carne y hueso, una madre en Gaza sosteniendo el cuerpo de su hijo, las costillas podían contarse bajo su piel. Una de las miles y miles muriéndose de hambre, no por la sequía, no por una mala cosecha, por ser palestinas, y por ello el alimento les es negado. Acompañaba el artículo la foto de niños, ollas vacías en sus manos implorado por un pedazo de pan.

Amanecía en el mundo, un mundo en silencio frente al crimen, un mundo guardando silencio sin atreverse a pronunciar una mala palabra, palabra prohibida y que hoy grito ¡GENOCIDIO!

Y no es el poder de Israel, no es una mala palabra, es una palabra que señala, a Netanyahu y su camarilla de militares, al moderno Luis XIV que gobierna nuestro país, a quienes callan, callamos, por miedo, por vergüenza, callan, callamos.

Gustavo Gac-Artigas. Poeta, novelista, dramaturgo y hombre de teatro chileno. Miembro del PEN Chile, PEN América y correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

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