No vemos lo que hay detrás de los hermosos cuadros que abarrotan el museo. Muchos de ellos contienen auténticas profecías. Rafael Sanzio, Tiziano, El Bosco, El Greco o Goya son algunos de los pintores que esconden una sabiduría profética, por eso él mismo dice que "yo entiendo la historia de una forma diferente al resto del mundo". La entiende y tiene la rara habilidad de hacerla entender, de explicarla de una forma sencilla que nos abre a un mundo diferente.
Por eso cuando dice lo que acaba de hacer el actual Papa, la figura de Carlos V aparece en la conversación. "El Papa Benedicto XVI ha hecho lo mismo que hizo el emperador Carlos V, ha renunciado al puesto para prepararse para la vida eterna", sentencia y continúa explicando, "ha tomado una decisión de conciencia; es un católico de verdad, una persona muy brillante que, reconociendo su debilidad, ha optado por apartarse a meditar, lo mismo que hizo nuestro rey más universal, retirarse a un convento a meditar, lo que se conoce como Meditatio mortis".
Por casualidad, cuando Benedicto XVI anunció la renuncia al papado, Javier Sierra estaba leyendo el pasaje del libro en el que habla de Carlos V. Su interpretación es la más brillante que he oído sobre la renuncia, está claro que Javier Sierra es, además de un gran novelista, un fino analista de la actualidad. Esto me da pie para preguntarle sobre nuestro rey Juan Carlos I: "el rey debería abdicar, pero no lo va a hacer, es un Borbón en el sentido más estricto de la palabra, un bon vivant.
En ocasiones hay que tomar drásticas decisiones, unos lo hacen, otros no. Nuestros políticos, está claro que no. "Está cambiando el orden social. Se hunde la democracia, se hunde la monarquía, se hunde el papado, se hunde el deporte de élite, ante este hundimiento hay que iniciar un regreso a la autenticidad", analiza el novelista turolense. El problema es si lo estamos haciendo. La respuesta la sabemos todos, pero el autor va más allá en su análisis y él tiene la certeza de que el mundo actual se parece mucho al Renacimiento que ha tratado en El maestro del Prado".
"El tiempo que estamos viviendo y el Renacimiento tiene unos patrones fundamentales idénticos. En el Renacimiento aparece la imprenta, una nueva forma de comunicarse, en la actualidad aparece Internet. Tenemos ahora la herramienta necesaria para crear una democracia en tiempo real, justo lo que soñaban los griegos", desgrana con comedimiento, pero no se queda ahí: "En el Renacimiento había auténtico miedo al fin del mundo, en el año 1500 había una fiebre milenarista auténtica y en la actualidad nos ocurre lo mismo, sólo tenemos que ver lo que ha ocurrido con el final del calendario Maya".
Pero no deja ahí la cuestión, continúa explicando las similitudes de ambos periodos históricos. "El colapso económico, una crisis de gran envergadura hace que se cambie el antiguo régimen del que se salió y se saldrá por dos factores, uno volviendo a los clásicos y dos con grandes descubrimientos geográficos, en la antigüedad con el descubrimiento de América y en la actualidad esos descubrimientos son médicos, del espacio o del fondo de los océanos", señala.
Analiza la historia de una manera tan interesante que su novela casi queda en segundo plano. Es generoso hasta en eso, no es el típico escritor que solo quiere hablar de su libro; quiere que entendamos el mundo en que vivimos, que lo veamos con unos ojos diferentes, con la mente más abierta. Pero ahí que cambiar de tercio y hablar del libro y del museo del Prado, "un museo que no tiene relieve, parece un contenedor de pinturas, bastante aburrido, que necesita que le demos relieve, color. Por eso uno de sus protagonistas, el profesor Fovel tiene mucho de fantasma, aunque no he querido que fuese el Belfegor del museo del Louvre", nos anticipa el escritor.
La pregunta de si sucedió realmente lo que cuenta es obligada, "realmente me ocurrió eso. Tenía muchas notas, sobre eso, que aparecieron justo en el momento de querer escribir un libro sobre el museo del Prado", relata. El libro, pues, es mitad ficción y mitad no ficción, "en la editorial tuvimos un buen debate en cómo calificarlo. Al final, ha salido encuadrado en no ficción, pero tiene estructura de novela, si no el libro sería ilegible. Tiene que haber una trama, un misterio para que los lectores queden atrapados entre tantos datos, si no se irían tergiversando. Cuando quieres que algo perviva tienes que buscar un formato de cuento, de leyenda, justo lo que hacían los clásicos", desgrana el autor de El Ángel perdido.
"Para mí, el libro no tiene estructura de best seller, he intentado hacer un libro que sea un género híbrido entre ficción y no ficción, algo que saben hacer muy bien ciertos escritores anglosajones y que definen como género de faction"; sintetizan acertadamente, ya que la novela se basa en hecho reales que ha enriquecido con su imaginación. Pero no solo eso. La novela tiene un gran proceso de documentación, de buscar fuentes realmente increíbles como el libro del Apocalypsis Nova, que nunca se llegó a publicar pero que algunos ejemplares autógrafos se conservan en España, como en la biblioteca del Monasterio de El Escorial o en la Biblioteca Nacional.
Pretende, y lo consigue, que sus libros no sean vacíos, que su lectura termine enriqueciendo realmente y en este último quizá ocurra más que en sus obras anteriores. Como señala una máxima antigua: enseñar deleitando. Y está claro que lo consigue. A partir de ahora, nos acercaremos al Museo del Prado con otros ojos, ahora más avispados. Si para Javier Sierra, Velázquez es un pintor muy matemático, Goya, el Greco o el Bosco son algo totalmente diferente, pintores a contracorriente que no fueron entendidos en su época. Ya lo apuntó Picasso sobre su pintura y vale también para ellos, "yo veo cosas que los demás no ven. Al autor le ocurre lo mismo y escribe cosas que los demás no hacen.
Por eso esta obra suya tiene dos partes muy meditadas por él. Una más simbólica que interesa al lector y otra con una carga de profundidad que remueve al lector. "La función trascendente del arte", dice. Si el arte, como bien apunta, se creó en España, cerca de los Pirineos, a uno y otro lado, las cuevas poseen unas pinturas "que no se hacen para recordar un hecho, sino con un propósito mágico de comunicación con el más allá. No se pintaba un bisonte sino el alma del bisonte. Lo mismo que Tiziano no pintaba a Carlos V, sino a su alma, lo que bien supo hacer el pintor italiano: El espíritu del arte primordial", finaliza el escritor, que ha conseguido precisamente lo que esos pintores dejaron para la posteridad.
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