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Alfredo Hernández García
Alfredo Hernández García

Entrevista a Alfredo Hernández García: “Los españoles estamos dotados para los esfuerzos individuales”

Autor de “Tomoko”

Por Javier Velasco Oliaga
viernes 03 de mayo de 2019, 11:15h

El escritor valenciano Alfredo Hernández García acaba de publicar su cuarta novela “Tomoko”, en la que se sirve de sus vivencias en la Universidad de Judo de Nichidai (Tokio) para contarnos una historia tan sentimental como deportiva y metaliteraria. La protagonista, que da título a la novela, es una joven japonesa que se debatirá entre las costumbres ancestrales de su país, a medio camino entre lo medieval y la más furibunda tecnología, con sus deudas morales y sentimentales hacia el judoka apodado el Hispano.

Tomoko
Tomoko

Tomoko” es una novela de transición escrita por el autor residente en el norte peninsular que se aleja del tono fantasioso de sus tres primeras novelas para centrarse en un realismo sentimental que transciende a una relación donde lo deportivo tiene un papel determinante. En la entrevista, Alfredo Hernández García nos cuenta algunas de sus motivaciones para escribir su nueva novela y algún que otro secreto de la misma.

¿Cómo surgió la idea de escribir “Tomoko”?

Necesitaba ordenar mis recuerdos, para que se introdujeran donde toca y así, el espacio de la memoria quedaría menos expuesto al atiborro, al exceso que todos tenemos de lo recordado. Y ¿dónde tocaba? En una novela, en el único formato en el que treinta años después, se pueden recordar las experiencias. Me surgió entonces la necesidad de escribir y con un toque autobiográfico. “Tomoko” sin ser un libro de viajes, sí contiene el viaje iniciático de un joven que quiere ser más. Japón presta sus paisajes, sus cerezos y sus costumbres. En esta novela intento aunar lo más moderno con lo más antiguo, lo occidental con lo genuinamente oriental. Como se puede comprender, hay que ordenar lo que tenemos que olvidar.

¿Cuál es su experiencia con el judo?

El judo es el deporte al que yo dediqué mi primera vida. Esa era mi obsesión: ser el mejor competidor, y para ello debía usar todas mis armas, como por ejemplo, el atletismo y la halterofilia. La carrera y las pesas eran necesarias para luchar a un buen nivel; el atletismo te da la velocidad, la resistencia, y la halterofilia la potencia. Desde los once años fui fraguando el anhelo de ser un luchador, un competidor fuerte y técnico. Competí en el equipo nacional de judo llegando a ser Campeón de España en varias ocasiones. El judo al ser una disciplina entregada y dura formó mi mente y mi cuerpo.

¿Duele recordar su experiencia en Japón?

Duele recordar todo lo que dejé allí, la pasión por la lucha, esa que me desbordaba, el abandono de lo más grande, aquello por lo que antes daba la vida, todo lo que se parezca a los anteriores sudores. Es difícil olvidar el dolor de los golpes. Aún hoy, por las noches me despierto con la sensación de haber ganado un combate por ippon, las mejores noches, porque otras me despierto con el cuello dolorido, con la garganta a punto de reventar, tras ser estrangulado, acontecimiento muy usual en el judo. Esa es la dureza del recuerdo.

¿Por qué se les da tan bien el judo a los españoles?

Creo, porque nadie lo puede saber con certeza, que los españoles estamos dotados para los esfuerzos individuales, no por ser solitarios, no, sino porque nos fiamos más de nosotros mismos cuando hacemos un deporte de estrategia, que es fundamental para ganar un combate, y aunque la estrategia no debería parecerse a la picaresca, tampoco son contrarias.

¿Son los sentimientos el eje central de “Tomoko”?

Efectivamente. Precisé inventar a Tomoko, la narradora que desborda sentimientos, que debe expresar los suyos y los de Silvestre, mi personaje occidental. Para que Tomoko consiguiese entrelazar sus sentimientos orientales con los occidentales tuve que meterme en una cabeza japonesa, eso fue lo más difícil: tenía que traducir sentimientos orientales para que un lector occidental pudiera comprenderlos. Construí a Tomoko, mi narrador-personaje, y lo hice de manera equilibrada y al mismo tiempo bella. Esa fue también mi mejor elección, que el narrador de la novela fuese el personaje principal. Tomoko es una japonesa desde “el moño a las chanclas” y Silvestre es un levantino bronceado a quien “lo que más le gusta es comer”.

¿El judo es un deporte más físico que mental o al revés?

No sabría contestar, al menos, yo usaba el mismo tiempo para poner a punto mi cuerpo, como para reponer mi mente, para rectificarla después de cada mala experiencia.

¿Cuánto tiempo ha permanecido en Japón para documentarse para la novela?

He viajado varias veces, no para documentarme, sino para recuperar los olores de la costumbridad japonesa. La novela la escribí solo recordando los tres meses que pasé encerrado en Nichidai, la universidad de judo que se encuentra en el centro de Tokio. Para documentarme solo tuve que mirar hacia dentro, en ese lugar en el que se enquistan los recuerdos.

¿Cuáles son las principales diferencias entre el pensamiento occidental y el oriental?

Destacaría el sentido del honor, que en Japón te puede matar, y que en “nuestro pueblo” da risa. Tenemos la misma palabra, pero el concepto para nosotros sería como la hojalata de un juguete. Otra diferencia importante sería la sutilidad japonesa por un gesto sin movimiento o una mirada sin mirar, que en nosotros no tiene una clara traducción. Estas son dos diferencias que a mí particularmente me siguen fascinando, pero podríamos encontrar muchas más.

¿Qué es lo que más atrae a los occidentales del pensamiento oriental?

Nos atrae lo que no se posee, y en Japón existe un concepto primordial con el que se cimenta la sociedad: la idea de la pertenencia. Concepto del que nosotros carecemos. Así, los trabajadores de las empresas japonesas pertenecen a su empresa, al igual que los alumnos de las universidades pertenecen a ellas, todos se deben a las instancias superiores y no pueden entenderlo de otra manera. Mi personaje Silvestre, en su cruzada por hacerse japonés, sobre todo como judoka, lucha para pertenecer a Nichidai y que esta universidad le acepte.

A cualquier occidental, también, le impresiona, la capacidad de sufrimiento; en cambio, a mí me subyugó desde el principio la amabilidad y el respeto que muestran los japoneses, lo que puede parecernos servilismo, incluso obsequiosidad, y no lo es.

“Estamos hartos de ver y leer personajes que no dan rienda suelta a sus sentimientos”

El protagonista, el Hispano, ¿está basado en alguna persona real?

Tuve que novelar los recuerdos, y no hizo falta mucho esfuerzo: mis tres meses en Nichidai unidos a mis combates de judo crearon mi personaje el Hispano. Aunque hay mucho de autobiográfico tuve que cambiar algunos nombres de luchadores japoneses, que por ser tan conocidos podrían sentirse utilizados. Todo lo que se cuenta de la lucha es real.

La novela está escrita en primera persona. ¿Por qué decidió hacerlo así?

Tomoko, mi personaje femenino cuenta una historia intimísima, y lo hace desde sus vísceras orientales, y no se me ocurre otra manera más íntima que la primera persona para narrar los sentimientos privados, aunque en este caso Tomoko los comparte con todos los japoneses, con toda la “japonesidad”. Ella al principio se enorgullece de su japonesismo, pero al final lo aborrecerá.

Todo lo que hacemos tiene un fin y este solo puede conocerse al final

¿Cómo definiría su forma de narrar?

En esta novela rompí una lanza por las emociones. “Tomoko” es narrada con realismo sentimental, con el que pretendo dar a entender el poder de los sentimientos, esos, que si llegan al límite, al no poder satisfacerlos pueden producir “la pasión coagulada”. Es “la pasión coagulada” mi concepto más novedoso…. Incluso, diría más, es mi concepto estrella: es la pasión que al no usarse se coagula, la pasión que en Tomoko puede ser tan material como la sangre. Estamos hartos de ver y leer personajes que no dan rienda suelta a sus sentimientos, yo a ese no hacer le he puesto nombre: la pasión coagulada que más bien parece una dolencia médica -a todos nos da miedo un coágulo-, y que en realidad, es el aviso de que cualquier persona puede padecer de este tipo de pasión si se encuentra en un proceso de espera infinita.

Conseguí que el concepto la pasión coagulada se comportase como una metáfora. ¿O es que alguien puede creer que algo tan sentimental como la pasión puede espesarse hasta convertirse en un esputo o coágulo?

Al parecer hablas de la “pasión coagulada” como si fuera una enfermedad, entonces ¿Qué efectos secundarios o secuelas puede dejar dicha patalogía?

Para explicar esa dolencia inventé otro concepto, la “penelopez”, que no es ni más ni menos que el efecto de la espera. Todo aquel que espera a alguien y que ya sabe que nunca va a llegar se convierte en un/a Penélope involuntario/a. Tomoco tiene toda la fuerza de la Penélope de Ulises. La “penelopez” es esa desazón sin límites.

¿Es que existen dos Penélopes, una voluntaria y otra involuntaria?

Sí. Considero que la Penélope de Ulises es voluntaria, en cambio, Tomoko es la primera Penélope involuntaria, lo cual, para ella será más doloroso, como se podrá comprender después de leer la novela.

¿Estamos ante una novela metaliteraria?

Tomoko” tiene una parte, no menos importante, en la que mi segunda vida (la primera fue el judo) habla por su cuenta. En esta segunda vida di la palabra a la filosofía y, sobre todo, a la literatura. Efectivamente, las ideas filosóficas, unidas a mis pretensiones literarias, tomaron el relevo de la narración e hice una propuesta para la vida, para la posteridad, y para la literatura. Ante lo que me preguntas te contesto que si esto es metaliteratura, entonces sí.

En la novela, da la sensación de que la vida no va hacia delante, sino que vivimos de manera circular, algo sin fin. ¿A qué es debido eso?

Es importante en “Tomoko” la idea de destino. Todo lo que hacemos tiene un fin y este solo puede conocerse al final. Una vez conocido el final es fácil meterlo todo en un círculo.

¿Habrá una nueva historia que continúe la trama de “Tomoko”?

Me gustaría. Por eso, en la parte más metaliteraria de la novela, Charles Sánchezland –mi alter ego, mi personaje más intelectual- se saca de la manga la novela circular. Charles, para solventar sus desventuras vitales, crea una forma nueva de escribir, que se llamará la novela circular, un género nuevo que no es otra cosa que voltear y voltear una novela casi perfecta, y sacar de ella magníficas secuelas. Puede parecer que esta es mi propuesta literaria para el futuro… no estaría mal.

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Alfredo Hernández García
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