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Fernando Rueda
Fernando Rueda

Entrevista a Fernando Rueda, autor de “El regreso de El Lobo”

“El primero que tiene que disfrutar de un libro es su autor”

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Fernando Rueda es el periodista español que más sabe de servicios de información y contraespionaje. En “El regreso de El Lobo” lo demuestra en cada página. Partiendo de un personaje real ha urdido una trama ficticia teniendo como protagonista a un personaje real, El Lobo, el mayor infiltrado que ha habido en España. Mikel Lejarza, él sólo, estuvo a punto de acabar con ETA y quizá los políticos lo impidieron porque no les interesaba.

Fernando Rueda
Fernando Rueda

Con estos mimbres el escritor madrileño ha compuesto el thriller El regreso del Lobo que es una pieza de orfebrería donde todo encaja a la perfección y las sorpresas nos sacuden un directo al estómago cada vez que pasamos una página. Con su lectura podemos disfrutar, pero también podemos aprender el funcionamiento de los servicios de espionaje de la mano del mayor especialista español sobre el tema. En la entrevista nos desvela los secretos de la novela y de unos servicios que están siendo denostados últimamente.

Por favor, explíquenos brevemente quién era El Lobo.

Mikel Lejarza era un joven vasco cuando fue reclutado en 1973 por el servicio secreto español, entonces llamado SECED, para infiltrarse en ETA. Tuvo un éxito no conocido en la historia del espionaje: gracias a él detuvieron a más de 200 terroristas de la banda armada.

¿Qué significó este infiltrado en los años de la Transición?
Fue la primera vez que el Estado tuvo en su mano acabar con ETA. Gracias a él se conoció cómo funcionaba el interior de la banda y se pudo actuar contra ellos. Todo a costa de que El Lobo tuviera que pasar a la clandestinidad de por vida.

¿Le reconocieron sus méritos o a las alcantarillas del poder les molestaba?
Los espías, y especialmente en España, hacen una labor callada que nadie les reconoce. Son los hombres más limpios para los trabajos más sucios, que dicen en el espionaje. Para que le otorgaran una medalla tuvieron que pasar 35 años. Además, la que le dieron fue de un nivel bastante bajo, nada que ver con los grandes reconocimientos que han hecho a agentes de igual valor en Francia o Gran Bretaña.

¿Conocemos todo lo que tendríamos que saber sobre la lucha contra ETA?
No y quizás nunca lo conoceremos. El CNI actual –antes CESID y SECED- nunca cuenta sus operaciones. Tras Lejarza ha habido muchos otros que se han jugado la vida. Como a él, los españoles no han tenido la ocasión de reconocérselo.

¿El poder, partidos políticos, han coadyuvado para mantener ocultos diferentes hechos?
Lo que ocurre en las alcantarillas, parafraseando a los entrenadores de fútbol cuando hablan de sus vestuarios, queda en las alcantarillas. Solo nos enteramos cuando los agentes son descubiertos en una misión. A El Lobo le pasó varias veces y siempre el servicio secreto negó conocerle.

¿Los servicios secretos españoles, ahora Centro Nacional de Inteligencia (CNI), están a la altura de otros servicios extranjeros?
Sin duda. No son la CIA o el espionaje ruso, pero están entre los mejores. Una leyenda urbana les compara con Mortadelo y Filemón y eso a ellos les gusta. Les da una imagen poco agresiva con la sociedad.

¿Por qué nos da miedo el CNI?
Porque no sabemos lo que hacen y para conseguir sus fines utilizan el viejo dicho de “El fin justifica los medios”.

¿Cuáles de los servicios secretos extranjeros destacaría usted como más importantes?
La CIA es el más potente del mundo, con la ventaja de que en Estados Unidos hay otros muchos servicios de inteligencia, como la NSA para el espionaje tecnológico, que les proporciona información increíblemente valiosa. Los rusos siempre han sido muy buenos y muy peligrosos. Los israelíes del Mossad son muy agresivos…

Cuando un escritor de no ficción especialista en La Casa como usted se pasa a la ficción, aunque ya sea la presente su tercera novela, ¿es porque quiere contar cosas que no puede como periodista de investigación?
No del todo. Con “El regreso de El Lobo” quería hacer una novela que fuera un thriller, pero que al mismo tiempo reflejara los problemas personales de los espías, las relaciones entre ellos. Las informaciones que puedo difundir en prensa o radio no permiten hablar de sentimientos, miedo, tensiones, amores locos…

¿Se fijó en el caso de El Lobo por motivos de amistad o por qué otra razón?
Yo quería hacer una historia humana que buceara en los sentimientos ocultos de los espías y necesitaba un protagonista potente que viviera las situaciones al límite. Soy amigo de El Lobo y rápidamente me di cuenta de que su complicada personalidad y larga historia era ideal para mi protagonista. Ian Fleming se basó sin nombrarlo en el espía de la Segunda Guerra Mundial Yeo Thomas para crear a James Bond y yo decidí utilizar su auténtica identidad. Un homenaje merecido a El Lobo y a todos los espías españoles y de otros países que sufren lo indecible para cumplir las complicadas, y a veces ilegales, órdenes de sus servicios secretos.

¿Por qué ha querido hacer de El Lobo un personaje de ficción?
Igual que Alejandro Magno o tantos otros personajes que aparecen en las novelas históricas, yo he tratado a Lejarza como alguien que escribió hace 40 años una de las páginas más brillantes del espionaje español. La diferencia es que sigue vivo y sigue trabajando para el CNI.

¿Qué es lo que le gusta del formato literario de thriller?
Me atrapa el desarrollo de la acción de escritores estadounidenses del género como Robert Ludlum, que te llevan en volandas y te sorprenden continuamente. Pero también soy un apasionado de novelistas ingleses como Graham Greene, que buscan lo que pulula por el interior de la cabeza de los espías y del resto de protagonistas de sus obras. Una mezcla de ambos me parece perfecta.

Estamos acostumbrados a leer thrillers donde la verosimilitud brilla por su ausencia, el suyo es verosímil e incluso podría haber sido real. ¿Por qué ha querido hacer su novela tan creíble?
Gracias, me gusta mucho su comentario, para qué negarlo. Ese era uno de mis objetivos desde el principio. Otro crítico literario ha destacado la verosimilitud destacando que por suerte estoy lejos de Dan Brown. Incluso el propio Lejarza cuando leyó el manuscrito me dijo que la gente se iba a pensar que era real. Yo creo que al leer una novela el argumento te tiene que envolver y obligarte a querer acercarte a la siguiente página. Y si has leído que Frederyck Forsyth o Ken Follet son los que la escriben y sabes que son periodistas, siempre te inclinas a creer que la realidad y la ficción se entremezclan. Quizás porque conocemos perfectamente el ambiente del espionaje, porque ellos y yo lo hemos vivido muy de cerca.

¿Es complicado montar una novela donde todas las piezas cuadren?
Para mí ha sido una maravillosa y complicada aventura. Dos años sintiendo el sabor de la salsa agridulce: una veces encantado y otras, desesperado. Pero eso son historias de escritores que se olvidan cuando consigues un buen texto.

Salvo Samantha Lambert, los espías americanos parecen menos objetivos que Frédéric Leblanc o Mikel Lejarza, incluso diría que menos preparados, ¿por qué los ha pintado así?
El mundo del espionaje sufrió un gran cambio tras los atentados del 11-S. Los más importantes servicios de inteligencia del mundo, la CIA y el FBI, quedaron en ridículo. Su estrategia contra el terrorismo había fracasado. Durante esos años 2001 y 2002 que refleja la novela, les preocupa más cómo volver a conseguir el perdón de sus gobernantes, que dejen de pisarles los callos, que ponerse a buscar una auténtica estrategia a largo plazo para vencer a Al Qaeda. Lambert es una agente de campo que siempre ha sabido que el espionaje del hombre contra el hombre no podía ser sustituido por satélites, en contra de lo que había hecho la CIA los años anteriores. Por su parte, Lejarza y su jubilado controlador Leblanc, siempre han trabajado en un mundo con menos dependencia de los satélites, en el que el espía tenía que valerse por sí mismo, para lo que siempre ha sido imprescindible ver los problemas tal y como son.

¿Ha sido Mikel Lejarza el mejor infiltrado de la historia?
Que conozcamos, no ha habido otro igual. El Lobo tiene además una especificación desconocida: en los 40 años que lleva en el espionaje, no solo se ha infiltrado en ETA, también en otros grupos terroristas, en mafias de todo tipo y hasta en grupos de blanqueo de dinero.

El doble juego está inoculado en las venas de los espías. ¿En este mundo de doble juego, de dobles verdades se puede confiar en alguien? ¿Se pueden tener amigos?
El doble y hasta triple juego es como dice una característica del espionaje, en el que los agentes son capaces de hacer cualquier cosa con tal de conseguir su objetivo. Es muy complicado tener amigos, incluso en tu propio bando, porque los tuyos, si hace falta, también te venden para conseguir sus fines. Aún así, a veces se hacen amigos, pero son excepciones.

Uno de los personajes dice en la novela que “lo que uno es siempre sale a flote”. ¿Pese a todas las experiencias que viven los protagonistas, la persona que es de una forma siempre lo será?
El espionaje marca a las personas que lo viven y de una forma especial a los infiltrados, que tienen que identificarse con los que son sus enemigos y desidentificarse de los que son sus amigos. Con frecuencia, la tensión que viven y que se prolonga en el tiempo, es tan agresiva con uno mismo, que termina convirtiéndose en una persona desconocida para sí mismo. En la novela, a Lejarza le vuelven a subir a una noria sin él quererlo. Nadie sabe cómo va a reaccionar, porque los problemas sicológicos que padece son complicados. Algunos creen que “lo que uno es siempre sale a flote”, pero yo no estoy tan seguro.

¿Cómo se le ocurrió esta aventura?
Un día me pregunté si alguien podría infiltrarse en Al Qaeda para dar caza a Bin Laden. Estuve semanas hablando con amigos del mundo del espionaje que me dijeron que eso era casi imposible. Ahí comenzó una larga aventura, que ha recibido comentarios como el tuyo de que lo que se lee podría ocurrir perfectamente.

¿Habrá continuación?
La vida de un espía que se dedica a infiltraciones da para mucho.

Y para terminar. Toda la novela está escrita en tercera persona salvo un capítulo de 2001 que está escrito en primera persona. ¿Por qué lo ha escrito así?
La primera persona era la forma más directa e impactante de hacer llegar al lector lo que se le pasaba al protagonista por la cabeza en un momento de su vida. El primero que tiene que disfrutar de un libro es su autor y a veces el narrador parece que adquiere personalidad propia, va a su bola y te impone lo que tienes que hacer. Y, además, creo que acierta.

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La sombra de Fernando Rueda es alargada
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