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Soñando una filosofía del sueño

Soñando una filosofía del sueño

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Decía William Shakespeare, que soñó sueños intraducibles y que por serlo se hicieron realidades, que estamos hechos de la misma materia de la que están hechos nuestros sueños. Pero no sabemos todavía si la materia de los sueños yace en la memoria o en la imaginación, o si la imaginación trabaja con los materiales que allega la memoria, y menos si la memoria sólo puede laborar con lo que le suministra la imaginación.

Mas lucubrar tales ardides y sutilezas es una perogrullada, pues Kant ya nos ha enseñado que es menester tener fe, o confiar en la existencia de inicios y de fines, para poder conocer algo, para creer que algo conocemos. Y ya que hemos hablado de la fe, hablemos ahora de la función que tienen los sueños en la realidad, que es, como diría el argentino Borges, el sueño de algún espejo, siendo el espejo el símbolo con el que todo occidental ha fraguado el concepto de novela. La novela, digamos de paso, es una novedad. 

¿Son nuestros sueños novedades o vanas repeticiones de experiencias que queremos y no podemos vivir? Aventuremos la hipótesis que sigue: todo sueño es una experiencia. ¿Cuáles son los sentidos que usamos para oír, ver o sentir cuando estamos soñando? ¿Hay un oído lírico y una piel lírica? Rulfo, un escritor mexicano olvidado por la crítica, en su obra `Pedro Páramo´, dechado de alucinaciones, ha lanzado al mundo la siguiente bella expresión: "soñando mentiras". Importa distinguir, decía Moisés ben Maimón, mejor conocido como Maimónides, que antes importa distinguir lo verdadero de lo falso que lo Bueno de lo Malo. Y Spinoza, de raigambre judía también, dice en su `Ética´ que el Bien y el Mal, más que substancias, son representaciones. Todo sueño es una representación, un simulacro de la realidad que no por ser simulacro aporta menos datos de los que aporta la realidad. 

La luz del sol es tan brillante en el jardín como en el jardín soñado, así como el amor es igual de romántico en las calles de París que en el París que soñamos y en el que colocamos a Verlaine como contertulio. ¿Qué diferencia hay entre la experiencia real y la soñada? La duración, esto es, el tiempo de cada cual. H. Bergson, que más literato que filósofo era, nos hace ver que cuando contemplamos un terrón de azúcar que se disuelve en algún líquido, tal disolución nos hace sentir que el tiempo es lento. ¿Por qué? Por tres razones, a saber: porque es un fenómeno al que no estamos acostumbrados, porque imaginamos el alma del terrón de azúcar despidiéndose de su cuerpo y porque toda disolución nos parece un fenómeno cargado de patetismo. Nuestros sentidos, sin ayuda de la memoria, son lentos y asustadizos, recuérdese. 

Desde tiempos antiguos, y sobre todo en los tiempos de los filósofos geniales que fueron los presocráticos, ha habido hombres que han propuesto, como el Tales de Mileto citado en el libro `De Anima´, de Aristóteles, que todo está lleno de dioses, o que todas las cosas, a decir del moderno Swedenborg, ora un hígado, ora el corazón, ya el árbol, ya la nube, son entes que están hechos de pequeños entes, de nimios hígados, corazones, árboles y nubes. ¿El terrón de azúcar está hecho de pequeños terrones de azúcar o del alma del azúcar? ¿Y qué diferencia hay entre el alma del azúcar y el alma del terrón? ¿Hay un alma para cada cuerpo? ¿Acaso hay un alma universal del azúcar que "baja", según la sabiduría rabínica del Talmud, para animar cada terrón en determinados tiempos? Maimónides explica en su hermosa `Guía de los perplejos´ que sin preparación filosófica somos incapaces de entender las proposiciones y las palabras, y que sin la tal creemos, por ejemplo, que estamos hechos a "imagen" y "semejanza" de Dios. El hombre que carece de filosofía es antropomorfista y hace de todas las cosas espejos en los que ve reflejado su horrible rostro, que sueña es hermoso. 

"Imagen", "tsélem", refiere antes la substancia que la forma, dice Maimónides, así como "semejanza" o "dmut" signa la idea de atributo abstracto primero y después la de analogía física. En el magín llevamos la imagen del águila, esto es, una noción de su substancia, así como una noción de su conducta. Estamos "soñando mentiras" cuando soñamos que somos un águila, mas no cuando soñamos que tenemos el vigor del águila. Estamos "soñando mentiras", además, cuando soñamos que somos un terrón de azúcar que se deshace, pero no cuando sentimos la desesperación de la disolución. Nadie ignora que el tiempo, más que una condición del ambiente es una categoría intelectual inasequible para la imaginación y para la memoria, o sea, que no puede ser soñada. ¿Sentimos, al soñar que nos diluimos, la lentitud del tiempo real o externo, o dicho prudentemente, de la vivencia? No, pero imaginamos que lo sentimos, es decir, al soñar creamos un tiempo idóneo para poder soñar. 

Berkeley muy bien razonó, afirma Borges, el problema del tiempo, y en sus `Principios´ leemos: "¿No es razonable afirmar que el movimiento no existe fuera de la mente pues, si la sucesión de ideas en ella se torna más rápida, sabemos que el movimiento aparecerá más lento sin que haya habido ninguna alteración en ningún objeto externo?". Vivimos "soñando mentiras" porque éstas son las únicas materias que podemos sintetizar y porque sin ellas no tendríamos tiempo para soñar cosa alguna. ¡La vida corporal del Dante no alcanzaba para soñar la `Divina Comedia´, ni la de Platón para ir y regresar del mundo celeste! Todos hemos soñado años en horas, meses en minutos y minutos en segundos. Borges, en su `Nueva refutación del tiempo´, dice que vivimos en un "indefinido temor imbuido de ciencia que es la mejor claridad de la metafísica". Somos sobremanera torpes al interpretar nuestros sueños, pero más para interpretar la realidad, a la que queremos someter a las leyes de nuestros sueños, mera metafísica o aspiración a materializar, cual rabinos, nuestros sueños en un Golem, que también es un sueño.

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