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"El acuerdo del seny. Superar el nacionalismo desde la libertad" de Juan Milián Querol

Por Alfredo Crespo Alcázar
jueves 02 de julio de 2015, 21:58h
'El acuerdo del seny. Superar el nacionalismo desde la libertad' de Juan Milián Querol

Tres rasgos caracterizan la obra de Juan Milián Querol: actual, oportuna y necesaria. La acometida rupturista, acentuada a partir de septiembre de 2012, que viene librando el nacionalismo catalán exige una respuesta tan contundente como bien fundamentada. En caso contrario, el conjunto de máximas sobre las que se ha cimentado aquél, se convertirán en pensamiento único: “muchos catalanes nos hemos sentido desamparados durante demasiado tiempo por culpa del enorme error de quienes confunden, aquí y allá, catalanes con nacionalistas. El nacionalismo puede sumar un millón y medio de voluntades. Quizás algo más. Pero en Cataluña somos siete millones y medio de catalanes y cualquier gobierno, catalán o español, debería pensar siempre por el bien común de todos ellos” (pág. 13).

Su actual escaño en el Parlamento de Cataluña como diputado del Partido Popular, convierte al autor en testigo excepcional de cuantas dinámicas y dialécticas políticas se vienen desarrollando en la citada comunidad autónoma. Sin embargo, en El acuerdo del seny no hallaremos un ápice de proselitismo a favor de su partido, ni de su estrategia, ni de su trayectoria.

En efecto, se trata de una obra con aspiraciones más amplias: ejercer como portavoz de un sentimiento transversal que apuesta por la complementariedad, nunca la exclusión, de las identidades catalana y española. Por tanto, va dirigida a un público en el cual sólo debe residir una característica: la defensa de la convivencia en libertad.

En anteriores trabajos, Milián Querol había demostrado solvencia académica y capacidad intelectual. A modo de ejemplo, en Es la hora. David Cameron analizó rigurosamente cómo el líder tory (y actual Primer Ministro británico) había cambiado el modus operandi, en lo que a comunicación política se refiere, del Partido Conservador, adaptándolo al siglo XXI.

En la que tenemos entre manos, el lector encontrará un estilo directo, dinámico y, a su vez, compatible con el manejo de abundante bibliografía y citas de autoridad. Bien podría ser este libro la base para una futura tesis doctoral, orientada a refutar algunos de los dogmas que integran el discurso del nacionalismo catalán (“España nos roba”, “Cataluña subsidia a España”, “Cataluña nuevo Estado de la Unión Europea”).

Al respecto, para una mejor contextualización, Juan Milián no se conforma con transmitirnos el momento presente sino que las referencias al pasado son habituales. La finalidad es bien concreta: contraponer el antiguo catalanismo (movimiento integrador, deseoso de jugar un rol constructivo en la política española, con Francesc Cambó como figura paradigmática) con el actual, caracterizado por un esencialismo populista que le lleva, por un lado a percibir la ruptura como un fenómeno inevitable y, por otro, a obviar el pluralismo que define a Cataluña.

En el medio de ambos extremos, Milián cuestiona la supuesta centralidad de los gobiernos de Jordi Pujol “posiblemente la moderación del nacionalismo era un mito, un simple instrumento de cooptación de mayorías en forma de pal de paller, que ahora ha pasado a mejor vida” (pág. 102). Autores como Francesc de Carreras o entidades cívicas como Sociedad Civil Catalana defienden idénticas tesis sobre las aspiraciones reales, camufladas gracias a un excelente manejo de la ambigüedad, de quien gobernara Cataluña entre 1980 y 2003.

Otra característica que sobresale de la obra y del autor es que evita deliberadamente caer en el peligroso terreno de “lo políticamente correcto”, de la equidistancia y de la falsa imparcialidad. Frente a ello, prefiere adentrarse en el campo de las soluciones tangibles. ¿Existe alguna fórmula para poner punto y final a la tensión presente? Para Milián, sí: el diálogo, aunque bajo ciertas condiciones de partida.

En efecto, ese diálogo no deberá realizarse con el nacionalismo catalán y sí con la sociedad catalana. En consecuencia, para el autor “el secesionismo no puede ser premiado como interlocutor o representante de la mayoría de los catalanes, porque no lo es (ahí entran en juego las cifras estadísticas) y porque la democracia no puede someterse al chantaje de su parcelación” (págs. 180-181).

Los puentes se han roto, no sólo entre España y Cataluña como gusta de afirmar el nacionalismo en cuantos foros y tribunas participa, sino en la propia Cataluña. Urge, por tanto, reconstruirlos y, aunque Milián cree que la independencia no se consumará, esta aseveración resulta compatible con aquella otra en la que sostiene que la actual tensión (y sus costes) no se puede mantener. Con sus mismas palabras: “la metáfora del matrimonio desavenido reina en el simplismo de las redes sociales como si Cataluña y el resto de España fueran entidades homogéneas que contaran con una sola voluntad cada una; como si cada una fuera una única persona sin matices, ni contradicciones. Así de sencillo es el mundo para el nacionalismo, y así de persuasivo” (pág. 91).

La fractura social se ha convertido en el principal “logro” del nacionalismo catalán. Ello, a su vez, ha provocado otras perniciosas consecuencias, como por ejemplo, que la combinación de asociacionismo y sociedad civil, que históricamente había conformado la fisonomía de Cataluña, se encuentre en peligro de extinción.

En efecto, el nacional-populismo margina a todos aquellos que no se pliegan o se ponen al servicio de su “proyecto emancipador”. Más en particular, Milián lamenta que muchos intelectuales contrarios a la filosofía nacionalista hayan carecido de valor para expresar en público aquellas ideas que sí manifiestan en privado. Esta suerte de conducta bipolar obedece al temor a la marginación social y profesional.

Milián da un paso más y explica que ese dialogo deberá vertebrarse alrededor de un proyecto común, compartido y atractivo de España. Dicho con otras palabras: son necesarias ideas y valores que penetren en las instituciones y un Estado más eficaz (fenómeno que, aclara, no es sinónimo ni de aumentar el autogobierno ni de recentralizar). La Transición debe servir de modelo. En este punto, observamos cómo el autor va en contra de aquellas voces académicas, políticas y periodísticas que pretenden la voladura del Pacto del 78.

Asimismo, tampoco se decanta por el Estado federal como panacea para todos los problemas actuales, aunque admite que podría ofrecer ciertas soluciones puntuales. Sin embargo, dentro de las mismas no se encuentra la capacidad para apaciguar al nacionalismo, pues éste, insiste, siempre está preparado para renovar el listado de agravios (más supuestos que reales) y externalizar responsabilidades (como se evidenció durante la época de elaboración, tramitación y aprobación del Estatuto de 2006).

En consecuencia, resultará más útil, a la par que eficaz, realizar una adecuada distribución competencial entre los diferentes niveles de gobierno y dotar de contenido real a conceptos y materias como el mérito, el esfuerzo, la autoridad del profesor en el aula y la educación. Ninguna de estas características se observarían en una Cataluña independiente, la cual estaría dominada por “una elite extractiva con más poder y un mercado más reducido y menos libre”, (pág. 33).

Finalmente, no podía faltar la referencia al “derecho a decidir”, expresión que califica de “confusa y jurídicamente inexistente” y cuyo uso por sus defensores sirve para estigmatizar como anti-demócratas a quienes se oponen a él. Juan Milián plantea la problemática otra manera: conceder un referendo y ganarlo por parte de los partidarios de la unidad, no implicará ni que el nacionalismo asuma su derrota con deportividad ni que ponga fin a la queja permanente. Por el contrario, “reformulará sus horizontes para hacerse sentir siempre necesario en la sociedad”. Escocia, tras el 18 de septiembre y el 7 de mayo otorga la razón al autor.

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