Está claro que el capítulo dedicado a: “Te adoro, sacra Castilla” es una inteligente ironía, que apoyo solemnemente. Pero, olvida el autor, que ninguna entidad hispánica o ibérica ha padecido el castellanismo voraz de ese concepto histórico denominado Castiella, y sigue padeciéndolo en su engendro autonómico, como León o País Leonés-País Llionés (Salamanca+Zamora+Lleón-León) o Reino de León o Corona de León (Asturias, Galicias Lucense y Bracarense y la Extremadura Legionense), borrado de la consciencia colectiva hispana, subsumido su pueblo, su historia, sus tradiciones, su llingua llionesa y su cultura en esa malhadada e inexistente Corona de Castilla, que inclusive se arroga como propia la Universidad Helmanticense, creada por el rey Alfonso IX “el de las Cortes” de León, para “que los mis ciudadanos leoneses no vayan al Estudio General de Castiella en Palencia”. Cortes de 1188 o Cuna del Parlamentarismo según la Unesco en 2013-2017.
Por consiguiente, si los bachilleres navarros lo fueron en la leonesa Salamanca algo aprenderían. Coincido con el autor en que Ruy Ximénez de Rada es uno de los panegiristas máximos de Castilla en contra de León, aunque fuese navarro. En el inicio del Medioevo, un obscuro conde de nómina Casio se islamiza, viaja a Damasco y sus descendientes, los Banu Qasi serán los dominadores de la ribera del Ebro desde su señorío de Tudela. Los magnates bascones se van a organizar para tratar de crear una entidad fuerte, y poderse enfrentar a los sarracenos, creando un Dux o Rey o Primum inter Pares. La vinculación en los siglos IX y X, desde Alfonso III el Magno, sobre todo con Ordoño II y el Magnus Basileus Ramiro II el Grande entre los Reinos de León y de Pamplona es muy estrecha, infantas pamplonesas se matrimonian con infantes o reyes de León, siendo la inteligente reina Toda Aznárez una eficacísima y regia casamentera, influyendo con ello hasta en el khalifa Abd Al-Rahman III Al-Nasir, encargada ella con toda diligencia de la pérdida de la obesidad mórbida y de la recuperación monárquica de su nieto Sancho I el Craso de León, viajando a Córdoba a la consulta del médico Saprut Hasday.
En la página 31 se cita a Alfonso VI como rey de Castilla, algo totalmente erróneo, ya que es rey-emperador de León, y Castilla es un territorio dependiente; el mismo error en Alfonso I el Batallador, cuya titulación es “EMPERADOR DE LEÓN Y REY DE TODAS LAS ESPAÑAS”, y no digamos nada de su magistral esposa URRACA I DE LEÓN “EMPERADORA DE LEÓN Y REYNA DE TODAS LAS ESPANNAS”, por cierta esta genial fémina objeto-biográfico de mi quinto libro que lleva su nombre. Alfonso VII el Emperador de León (mi cuarto libro: “EL REY ALFONSO VII EL EMPERADOR DE LEÓN”. Editorial Cultural Norte) es el monarca leonés que acuerda, de forma espuria; no olvidemos que su dinastía es borgoñona; el devorar, con el monarca Ramiro II el Monje de Aragón, la Navarra nuclear de Sancho VI el Sabio. El Vaticano nunca reconocerá a este último como rey, sino como dux, por aquella división atrabiliaria realizada por Alfonso el Batallador, entregando Aragón a los templarios y Pamplona a los hospitalarios.
Al finalizar el siglo XII ya son los reyes Sancho III y Alfonso VIII de Castilla quienes intentan poner su imperialismo sobre Navarra; los papas Celestino III e Inocencio III lo aceptan, e incluso excomulgan a los dos disidentes, Sancho VII de Navarra y Alfonso IX de León. Todo ello se va deslizando, por el enfrentamiento fratricida entre beaumonteses y agramonteses, hacia la conquista Trastámara del Viejo Reino de los baskunni, por medio del rey Fernando V de Castilla y de León y II de Aragón, y luego, manu militari, I de Navarra llamado “el Católico”. La causa primigenia estriba en la debilidad inherente al primogénito Carlos de Viana, enfrentada a la indubitable fortaleza de un padre casi ciego llamado Juan II; dentro de esa relación tan enfrentada se encuentra, asimismo, el rechazo visceral del padre hacia su hijo. El historiador Orella y Unzúe escribe que “Navarra era un reino independiente, ni francés, ni castellano, ni aragonés, con su nacionalidad propia, con sus partidos políticos, con sus lenguas nacionales”.
Fernando el Católico, maquiavélico e inteligentemente pragmático (mi segundo libro: “BREVE Hª DE FERNANDO EL CATÓLICO”. Nowtilus), aprovecha la aparente neutralidad (en su enfrentamiento con Francia) de los reyes Juan de Albret y Catalina para enviar al duque de Alba con un gran ejército, año 1512; el día de Santiago rendirá Pamplona, y ya podrá adorar las Santas Reliquias en la Catedral. Fernando el Católico se compromete a guardar fueros, pero conmina a villas y ciudades a rendirse, “so pena de ser entrados a sangre y fuego”. El Papa Julio II firmará la bula Exigit contumacium, que sancionaba esa conquista. Ya está Navarra dentro de los reinos de Castilla y de León, este último vilipendiado también ad infinitum. Asimismo el estudio de las clases sociales en la Corona de Navarra es sumamente esclarecedor, y de una rigurosidad a prueba de cualquier crítica. En suma, sobresaliente.
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