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"La Carta Magna. El nacimiento de un símbolo", de Carlos Dominguez González

Editorial La Ergástula
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
sábado 29 de agosto de 2020, 20:06h
La Carta Magna
La Carta Magna
El libro, que hoy tengo el placentero honor de presentar, representa una de mis debilidades históricas, y se refiere a una dinastía por la que tengo una gran simpatía e interés históricos. Me refiero a los Plantagênet; quienes en realidad nunca utilizaron esa apelativo calificativo, el cual les llegó desde la historiografía posterior o por la mala intención de algunos de sus enemigos, a causa de que el conde Godofredo V de Anjou, abuelo paterno de Ricardo Corazón de León y de Juan Sin Tierra, llevaba una plantita de retama o plantagenêt en su cimera.

Esta dinastía orgullosa, que reinó en Inglaterra entre 1154 y 1399, marcó los destinos europeos bajo el poder casi imperial del, probablemente, más eximio de sus miembros Enrique II Plantagenêt de Inglaterra [5 de marzo de 1133-REY DE INGLATERRA desde 1154, hasta, Fortaleza de Chinon, 6 de julio de 1189]. Este libro, magnífico, ilustra el inicio del declive político de esta familia, por mor de los continuos enfrentamientos entre sus miembros; los hijos (Enrique el Joven; Godofredo de Bretaña; Ricardo Corazón de León; Juan Sin Tierra) entre sí, y contra su padre (Enrique II), o aliados con su madre, la simpar Leonor de Aquitania contra su progenitor. En suma, y como era de esperar, este comportamiento soberbio conllevaría que Juan I Sin Tierra Plantagenêt [Palacio de Beaumont, Oxford, 24 de diciembre de 1166-REY DE INGLATERRA, desde 1199, hasta 19 de octubre de 1216, en Newark Castle, Nottinghamshire] se viera obligado a adjurar de sus prerrogativas, y someterse a la obligada negociación con sus barones laicos y eclesiásticos, e inclusive con los alguaciles y demás fieles súbditos suyos.

Llegado a este punto debo indicar, en función del rigor histórico, y me sorprende que el prof. Domínguez González pase de puntillas sobre ello: pero ha pasado a la Historia como uno de los pilares fundamentales, si no el inicial, del parlamentarismo moderno. Paradójico el aserto, cuando está documentado como CUNA DEL PARLAMENTARISMO Y PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD o WORLD MEMORY, por la Unesco, en junio del 2013, que el título corresponde a las CORTES DEL REINO DE LEÓN DE ABRIL DE 1188 POR EL REY ALFONSO IX DE LEÓN: «En el nombre de Dios Todopoderoso. Yo don Alfonso, rey de León y de Galicia, habiendo celebrado Curia en León, con el arzobispo de Compostela y los obispos y los magnates de mi reyno y con los ciudadanos elegidos de cada una de las ciudades, establecí y confirmé bajo juramento que a todos los de mi reyno, tanto clérigos como laicos, les respetaría las buenas costumbres que tienen establecidas por mis antecesores».

Y estimo que entre 1188 y 1215 van unos cuantos años a favor del Reino de León. Obviado este lapsus, el libro no tiene desperdicio; y, comenzando por el final, felicitó muy efusivamente al historiador por colocar entre las páginas 147-160 todo el texto traducido de la susodicha Carta Magna; es una auténtica delicia conspicua tenerla traducida. El rey Juan I siempre ha tenido muy mala prensa, y así aparece en la página 139, por causa de haberse posicionado en contra de aquel texto que le obligaron a firmar. Será el primero de sus acusadores, y al que han seguido los demás, Roger de Wendover, que lo anatematizó, diez años después de la muerte del soberano, por: aplastar al archidiácono Geoffrey con una capa de plomo, de amenazar con sacar los ojos a los prelados papales, y de perder Normandía por estar disfrutando de su esposa adolescente.

El monje-historiador Matthew Paris (1200-1259), que escribió la notable crónica Historia Anglorum lo califica de: último de los reyes, principal abominación de los ingleses, desgracia para la nobleza inglesa. No obstante serán los anglicanos, por su enfrentamiento con el papado, los que lo enaltezcan. La Carta Magna nace en el continente europeo, por causa: 1º) de que los pensadores y filósofos estiman, de forma ineludible, que el gobernar presupone, como condición sine qua non, el absoluto respeto a la ley; los derechos de los súbditos deben ser protegidos, aunque sea dentro del marco feudal y eclesiástico, y por rutinas de gobierno cada vez más sofisticadas y disciplinadas. Y, 2º) porque la política desarrollada por el monarca Plantagenêt es claramente atrabiliaria; ya que el rey de Inglaterra necesita, de forma perentoria, amplios caudales dinerarios para tratar de recuperar el ducado matriz-Plantagenêt de Normandía, ahora en poder del enemigo por antonomasia Felipe II Augusto de Francia. Todo se precipitará con la derrota, sin apelación, militar y diplomática, que se va a producir en la batalla de Bouvines (año-1214).

En ese momento histórico todo importa, ya que en el Alto Medioevo la indignidad que supone la pérdida de una fortaleza o la destitución de un funcionario regio son ineluctables. La soberbia incontrolada del joven Plantagenêt ya se va a poner de manifiesto, en el año 1185, cuando fue nombrado por su padre, el ya citado rey Enrique II de Inglaterra, regente de Irlanda. El cronista Gerald de Gales, que lo acompaña, define su actuación de estulta, y muy ofensiva para sus aliados irlandeses, a los que tiró de las barbas de forma muy irrespetuosa. Pero, siempre, y cuando asciende al trono de Inglaterra, su tactismo será el de recuperar aún y siempre el lar normando de sus antepasados, y este caos económico será su tumba política. Por lo tanto, con estas pinceladas literarias-críticas he pretendido acercarme a este libro sobresaliente, que recomiendo sin reservas, sobre uno de los grandes hechos del Alto Medioevo. ¡Totus aut nihil!

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