D.A.- Cinco años después de publicar El cuento que quisiera escribir contigo, vuelves al ruedo literario con Algunas historias no sirven para escribir canciones de amor, un esperado libro de relatos en el que, me consta, has querido dar lo mejor de ti. J.I.G.- Efectivamente. Por unas circunstancias o por otras, he tardado un lustro en volver a publicar un libro particular, aunque entre medias han surgido varias publicaciones colectivas que he coordinado. Supongo que para el mundo editorial, y quizás para la memoria de algunos lectores, parece demasiado tiempo, pero –como bien dices– este libro se ha cocido a fuego lento y creo que al final he conseguido, por primera vez, publicar el libro que llevaba mucho tiempo perfilando en mis pensamientos. D.A.- Diría que Algunas historias… es un recopilatorio en el que caben tus “grandes éxitos” como Las visiones de Toña, El secreto de su nombre o Las novias viudas, junto a relatos nuevos que aspiran a convertirse en auténticos hits. Yo apostaría por Galanes o La señorita Jéster Sú, estratégicamente situados al comienzo del libro. J.I.G.- Desde el propio título, el libro es una metáfora musical. En un principio iban a aparecer 15 cuentos inéditos, pero –como haría un cantante en un concierto de presentación de su nuevo disco– decidimos añadir los cuatro cuentos que a lo largo de mis veinticinco años de trayectoria literaria más premios y reconocimientos habían recibido, y que además, por su temática, encajaban perfectamente con la idea y la esencia general del libro. En cuanto a los nuevos, hay varios que están gustando mucho, los que has citado, Ella y él, Solitario, Héroes de hojalata, el mismo que da título al libro… En cualquier caso, los cuatro “grandes éxitos”, como les llamas, no se incluyen como relleno, porque el libro supera las 300 páginas, sino como un recordatorio para los lectores de siempre y una muestra de mi repertorio para los que se asoman por primera vez a mi obra. D.A.- Siempre te he tenido por un escritor generoso y creo que, en esta ocasión, lo demuestras con unos “agradecimientos y homenajes que son, en sí mismos, una historia más”. J.I.G.- Gracias por esa consideración, pero si apelamos a aquello de “de bien nacidos…” es más una cuestión de justicia y gratitud que de generosidad. Las bodas de plata literarias no son una cuestión baladí y hay muchas personas que me han ayudado a llegar hasta aquí, a crecer como hombre y como escritor. Y, tanto en esos agradecimientos como en algunos relatos –se me viene a la cabeza Champán para todos–, hay muchos reconocimientos a personas, lugares, acontecimientos… D.A.- Y hasta incluyes “cameos” en tus relatos. J.I.G.- Eso, como te decía, tiene que ver con esa gratitud y esa admiración que siento por muchas personas, como escritoras de la talla de Elena Santiago, músicos como Pistolo Quevedo, Carlos Crespo o los hermanos Jimeno, o adalides de la cultura como Toño Negro, alma del premio “Café Compás”, que gané hace más de veinte años, y que sigue apostando por la literatura y la promoción de nuevos valores narrativos. D.A.- El premio de la Crítica de Castilla y León, Tomás Sánchez Santiago, ha prologado tu libro, calificando tu escritura como una “escritura simbiótica”. Creo que este adjetivo es de lo más acertado. En el fondo, como buen observador que eres, nos hablas siempre de relaciones y de esas difíciles interacciones que se producen entre los seres humanos. J.I.G.- Tomás ha sido siempre un referente para mí. En mi opinión es el mejor entre los nuestros, el más poliédrico. Y su prólogo, preciso y precioso, es un gran regalo. A partir de ahí, está claro que la vida, las personas, sus sentimientos y emociones, sus relaciones, sus azares, sus triunfos y sus fracasos han sido siempre temas que me han interesado especialmente. Y más, si cabe, en este libro de perdedores que se convierten en héroes gracias a la literatura. D.A.- Se dice de los poetas que son un tanto obsesivos con su obra, pero veo que hay narradores que hacéis lo mismo. Pongo, por ejemplo, Wine room, que conoce al menos tres ediciones distintas, y que ha ido evolucionado desde La sonrisa del náufrago hasta su forma definitiva en Algunas historias… J.I.G.- Ese cuento es el cuarto repescado, por el mismo motivo que te decía con los tres que citabas antes. Además, en este caso, la distinta versión de una misma realidad por parte de sus dos protagonistas suele calar y arrancar una sonrisa entre los lectores. D.A.- Tampoco podían faltar los relatos navideños. Hace más de diez años que creaste el proyecto cultural Contamos la Navidad, en el que ya han participado más de cuatrocientos escritores e ilustradores, y has querido rescatar para esta ocasión tan señalada algunos de ellos como Martin «Scrooge» o Chucky. J.I.G.- Así es. En los cinco años que separan mis dos últimos libros han aparecido entregas de Contamos la Navidad en las que he participado, y he incluido en el libro esos relatos que, para la inmensa mayoría de lectores, son inéditos, pero que me parecía que atesoraban encantos e ingredientes suficientes para formar parte del libro. D.A.- Por su extensión, algunos de los relatos incluidos en este volumen podrían ser considerados novelas cortas. Héroes de hojalata y El príncipe etíope tienen casi cuarenta páginas y Algunas historias no sirven para escribir canciones de amor alcanza las cuarenta y cinco. Por lo que veo, parece como si, con los años y la experiencia, quisieras alargar tus historias. ¿Será que con el tiempo tienes más cosas que contar? ¿O será que te está rodando ya en la cabeza la idea de una nueva novela? J.I.G.- Precisamente la demora en la publicación del libro, por culpa de la pandemia que nos tiene en vilo, me permitió repasar esos tres textos que mencionas, gustarme, dejarme llevar por las descripciones, las escenificaciones y los diálogos. Y quizás sean, efectivamente, un tránsito entre mi vida como cuentista y un hipotético futuro como novelista.
D.A.- Y volviendo al relato que da al título a todo el volumen. En el mismo, tienen una aparición estelar el grupo de música Jimenos Band, que recientemente te han acompañado en la presentación oficial del libro… J.I.G.- Los Jimenos Band me han dedicado muchas canciones en sus conciertos y les debía una. Sus interpretaciones de temas de Joaquín Sabina eran muy apropiadas para poner la banda sonora de ese cuento de desgaste y desamor que, por otra parte, es demoledor o, como dice Tomás en su prólogo, implacable. Pero además de en ese cuento, Nacho Jimeno –el vocalista del grupo– protagoniza la portada, con una foto que combina muy bien con el título del libro. D.A.- Y ya que citas el título, ¿qué te llevó a elegirlo? J.I.G.- Creo que esta vez –no siempre es así– desde el principio tenía claro qué título iba a tener el libro; y más cuando el mosaico de historias que quería contar tenían mucho que ver con temas delicados como el caciquismo rural, la xenofobia, la discriminación laboral de la mujer, la soledad, la muerte, el suicidio, la despoblación de nuestros pueblos, la pobreza, el destino que conduce a la ruina, el desamor, las desavenencias familiares… D.A.- Un panorama un tanto desolador, a priori. J.I.G.- Eso puede parecer, pero en general, hay un toque de esperanza, de piedad y de ternura que embalsama las situaciones y alivia los dolores. Y gestos de justicia y de dignidad que refuerzan la condición humana y quitan gravedad a las heridas que provocan la injusticia o la fatalidad. D.A.- La crítica y los lectores han recibido de una forma muy favorable un libro publicado en un momento de especial zozobra. J.I.G.- Tienes razón. Fue un riesgo lanzarse al ruedo y publicar justo en este momento en el que todo es muy raro. Pero la apuesta ha salido bien y el riesgo ha merecido la pena. Son numerosos los comentarios favorables de algunos lectores y ya han aparecido críticas y reseñas laudatorias de varios especialistas que me han producido rubor. Pero cuando uno ha cuidado hasta el más mínimo detalle –no dejando al azar el orden de publicación de los relatos, la precisión del lenguaje, la mesura en la adjetivación, la fuerza de las descripciones y la cinematografía de las escenificaciones, la importancia de las voces, la magnanimidad de los narradores que no abusan de su situación de privilegio, la rotundidad de los diálogos y la contundencia de unos finales sorprendentes pero nada artificiosos– y comprueba que ese trabajo minucioso está adquiriendo reconocimiento, empieza a pensar que igual ha logrado su objetivo de firmar su libro más redondo. D.A.- Te olvidas de un detalle importante, los personajes: el galán narrador del primer cuento, Natalio el portero de edificio, Boni el portero de fútbol, el anciano Marino, León Monfort, el mago Rufus... Y llama mucho la atención el papel de la mujer en el libro. J.I.G.- Los personajes son fundamentales en mis historias. Y yo he querido crear unos perdedores a los que se les tenga cariño y no lástima. Bueno, igual al avaro Martin «Scrooge» o al misógino y xenófobo narciso Norberto Nieto no tanto. Pero creo que sí que hay personajes muy llamativos, que me han hecho disfrutar mucho mientras los creaba o ellos se empeñaban en crecer contra mi voluntad, como es el caso de Horacio, el camarero argentino de El príncipe etíope. En cuanto a los relatos con protagonistas femeninas o contados con voces de mujer, siempre me han seducido las mujeres como personajes literarios, su psicología, su fuerza de carácter, la capacidad para vencer a la fuerza con la inteligencia, con la sutileza. Hay quien opina que abundan las mujeres en los cuentos porque es un argumento comercial, ya que el público femenino es el que compra más libros, pero la realidad es que las mujeres de estar historias se han ganado a pulso su protagonismo, su dignidad, mi respeto y mi homenaje. D.A.- Estamos terminando y precisamente quiero referirme a un rasgo característico en tus historias. El poder de los desenlaces, la fuerza y la capacidad de sorpresa de los finales. J.I.G.- Como muy bien sabes, no siempre coinciden el desenlace y el final en una película o en una novela. En el caso de los cuentos, dada su brevedad, es más fácil que el desenlace y el final se fundan en una misma escena. Pero yo trato siempre de que sean chispazos sorprendentes pero bien asentados en la trama, que no sean gigantes con pies de barro o tracas pirotécnicas. Y, a partir de esa capacidad de sorpresa, intento que no sean sarcófagos herméticamente cerrados sino espacios abiertos y con perspectiva, en los que el lector puede opinar y decantarse por unos u otros personajes o juzgar unas situaciones u otras. Eso sí, desde Galanes, que inaugura la recopilación, no siempre ganan los buenos, e incluso un final que parece claro puede dar un giro de ciento ochenta grados con un inesperado ramillete de palabras. D.A.- Por último, me gustaría que nos adelantaras algo de tus próximos proyectos. ¿Hay algo a la vista o tendremos que esperar (espero que no) otro lustro para tu nuevo libro? J.I.G.- Hace unos días, en la presentación oficial del libro en Portillo, aseguraba el escritor Rodrigo Martín Noriega que tenía que ser menos generoso con proyectos colectivos y pensar más en mis lectores particulares, que es –en el fondo– una forma de obligarme a escribir mis propios libros. Y le voy a hacer caso, porque cuando uno tarda un lustro en volver a publicar, y más en estos tiempos en que tanto papel se manda a la imprenta, corre el riesgo de que los lectores se olviden de él. Eso no quiere decir que vaya a actuar con prisas. Simplemente es fruto de que mi vida me ofrece ahora la posibilidad de remansarme, de enfrentarme con tiempo y serenidad al folio en blanco y creo que tanto mis textos como mis lectores van a agradecer esa tranquilidad y esa dedicación más exclusiva. Una dedicación que ya está preparando un proyecto de relatos invernales que creo que va a quedar muy atractivo con las ilustraciones de la artista salmantina Carmen Borrego; y luego, quién sabe, puede que uno de los cuentos de este libro se estire para convertirse en novela, o quizás algunos puntos de vista peculiares sobre comportamientos humanos durante el coronavirus fragüen en una novela, o tal vez tome altura una trama policíaca que lleva mucho tiempo en pista sin terminar de despegar. 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