Andrés Pascual, en "El poder del entusiasmo", presenta su propio testimonio y las herramientas que ha reunido a lo largo de años de capacitación a miles de personas, ofreciendo así el primer método para potenciar esta actitud. ¿Se puede transmitir entusiasmo si no eres una persona que lo siente de verdad? No se trata de intentar proyectar algo que no eres. Hablamos de cultivar una actitud que está al alcance de todos y que nos allana el camino de la vida, convirtiéndonos en personas más plenas y, por qué no, también más prósperas. Tampoco hablamos de hiperactividad. La expectativa de estar entusiasmados todo el tiempo puede generar ansiedad y agotamiento; y es perverso hacer creer a las personas que si no muestran pasión parecerán flojas, poco comprometidas o serán invisibles. El fuego del entusiasmo no es un incendio descontrolado, es una hoguera serena que invita a vivir. ¿Es más difícil desaprender que aprender? Muchas veces, significa dejar atrás creencias y valores que están muy arraigados, pero que nos lastran… Así es. Para crecer hemos de aprender, pero también es importarte filtrar y desaprender. Y, desde luego, en ese dejar ir también están incluidos nuestros valores, que no han de ser algo inmutable. Imagina que hace poco que tienes pareja. Vuestra relación podrá construirse a partir de valores como la autenticidad o la buena comunicación. Hagas lo que hagas, en ese momento lo peor que puedes hacer es fingir ser otra persona o callar cualquier inquietud. Pero a medida que pase el tiempo, aunque los anteriores valores sigan estando ahí, puede que pasen a primera línea otros como la confianza; o la adaptabilidad y corresponsabilidad si media el nacimiento de un bebé. ¿La memoria selectiva, que influye en nuestras percepciones, es la mejor terapia para seguir adelante? Con el tiempo, cuando pasa el dolor, tendemos a recordar episodios que nos produjeron impacto, pero muchas veces, que nos hicieron felices… Somos lo que hemos vivido. No vale la pena gastar energía despreciando una versión anterior a la persona que somos en este momento. Mejor invertir nuestros recursos en ver qué podemos hacer ahora con lo que somos. En efecto, la actitud positiva genera entusiasmo y cambia la manera de enfrentarte a la vida, pero ¿no cree que, a veces, sirve para culpabilizar, incluso en situaciones de enfermedad grave a los que no salen adelante, o no cumple objetivos, porque su actitud no era la correcta? Dices bien, esto no va de positivismo tóxico. Las actitudes positivas no deben imponerse. Experimentar emociones como la tristeza, el enfado o el agotamiento puede ser natural, sano o simplemente humano. Estas emociones que llamamos negativas también tienen su función y su sentido. Si tratamos de enterrarlas bajo fuegos artificiales degradamos nuestra bendita complejidad y perdemos autenticidad. También corremos el riesgo de caer en la culpa. De hecho, no hay mensaje más cruel que el «si no estás bien, es porque no te esfuerzas». Recuerdo un funeral en el que el viudo decía: «Es que no me quiero animar». Lo único que nos pedía era que le acompañásemos en su dolor, que estuviéramos a su lado mientras experimentaba en paz una pena inmensa con la que honraba los años vividos con la persona amada. ¿El fracaso puede generar culpa, aunque seamos personas entusiastas? La palabra «fracaso» tiene su entrada en el diccionario del entusiasmo porque quiere decir que te atreves a vivir. La que no tiene cabida es «fracasado». Del mismo modo, por ejemplo, que no es lo mismo estar triste que ser una persona triste. Por eso, una de las palancas del decálogo del entusiasmo es, después de un fracaso, aplaudir con ganas las grandes remontadas y los pequeños avances.
Los comportamientos se contagian, decía siempre un profesor. ¿Las actitudes también? El entusiasmo es tremendamente contagioso por la carga de emociones positivas, la alta expresividad verbal o gestual y, cómo no, por el propósito que anida detrás. Pero al igual que las emociones positivas son contagiosas, también lo son la desmotivación, el conformismo o la desidia. Si las relaciones pierden vitalidad, cada vez nos separamos más; y un equipo, bien sea de trabajo, pareja o familia, solo puede remar hacia el éxito si todos se sienten uno. Aceptación, atención y acción… Aceptación es la última etapa del duelo, según los psicólogos. ¿Hay que llegar ahí para dejar de pelearte con la realidad? Aceptar no es dar por bueno lo que hay, ni conformarse, ni rendirse. Y mucho menos significa que todo te parezca maravilloso. Lo triste es triste, lo injusto es injusto. Tampoco soy tan ingenuo como para pensar que, si abrazas una situación dramática, esta va a volverse idílica como por encanto. La lluvia no te va a mojar menos por el hecho de que mires al cielo con la sonrisa de Buda. Pero tampoco mejorará la cosa si te pones a soltar juramentos. Por el contrario, si entrenas la aceptación evitas mucho sufrimiento, el propio y el que quizá provoques a quienes tienes alrededor. Y ahorras un montón de energía que puedes utilizar en construir a partir de esa situación. Lo que ocurre en la vida es lo que es; lo que hago con ello es lo que soy. ¿Cómo entrena el entusiasmo Andrés Pascual? ¿Qué hacer cuando las circunstancias te ahogan, cuando todo sale mal? Las diez palancas del decálogo que propongo en El poder del entusiasmo no son casuales. Además de estar acreditada su eficacia, vengo años trabajándolas de forma consciente, en mí y en miles de líderes y trabajadores de las empresas con las que colaboramos desde el posgrado de bienestar corporativo. He aprendido a graduar mi energía, a no dejarme arrastrar por ella, a prenderla con urgencia cuando se apaga porque el mundo se pone cuesta arriba. Focalizar la atención en lo que haces… ¿en este mundo donde prima la inmediatez y, casi, el caos? ¡Difícil tarea nos mandas! No es fácil, pero sí muy simple. Y lo mejor de todo es que los ejercicios para cultivar nuestra atención sí que son mucho más sencillos de lo que creemos. Un ejemplo: si estás en la cola del súper, en lugar de darle vueltas a ese comentario que tu vecino hizo sobre ti en la reunión de la comunidad de propietarios, vuelca toda tu atención en un solo estímulo, como el pitido que hace la caja registradora cuando pasan los códigos de barras. Es obvio que no basta con hacer estos ejercicios una vez; has de convertirlos en un hábito. Lo bueno es que, a medida que los integres en tu vida, irás educando tu cerebro para que, por sí mismo, se enfoque en cualquier acción que desarrolles. Ahora muchos terapeutas abogan por la acción. ¿Está de acuerdo en que, a pesar de que algo nos de miedo, merece la pena hacerlo con miedo? En términos de bienestar, mi opinión es que no conviene forzar nada. Pero sí que es conveniente desafiarnos a nosotros mismos para dar un paso más allá del que nos recomienda nuestra sobreprotectora mente. Hay un yogui muy divertido llamado Sadhgurú que dice: «La gente viene a verme y me pide que les bendiga para que no les pase nada. Y yo les digo: ¿Qué tipo de bendición es esa? ¡Que te pase todo lo que te tenga que pasar! ¿Sabes dónde no pasa nada? En la tumba. ¡Mientras estés aquí fuera no puedes dejar de caminar!». Y concluye: «El miedo se debe a que no estás viviendo en la vida; estás viviendo en tu mente». Ikigai, encontrar tu propósito, el sentido para levantarte cada mañana… ¿Este sería el primer objetivo, y el más importante de cada uno de nosotros para ser personas plenas y felices? Sin duda. La ciencia demuestra los beneficios del mero hecho de dedicar un tiempo a buscar un propósito, aunque no lo hayas encontrado. Aun así, siempre hay quien dice: «Eso del propósito es para el que se lo puede permitir, yo he de pagar las facturas y dedicarme a cumplir con mis tareas». Pero esta frase es errónea por dos motivos. Primero, porque todos los seres humanos, sea cual sea nuestro momento vital, hemos de preguntarnos qué hacemos aquí, cuál es el sentido de nuestra existencia. Sin un propósito, el tiempo deja de tener sentido porque el mañana será igual de vacío y falto de sentido que el hoy. Y segundo, porque, para pagar esas facturas y alcanzar nuestras metas, necesitamos forjarnos un propósito superior a nosotros mismos. Es la única forma de generar el entusiasmo que nos hace superar los baches y disfrutar del camino. Querer a los demás es esencial, pero ¿quererse a uno mismo es aún más importante para lograrlo? En mis conferencias de empresa siempre digo que todo liderazgo comienza con el autoliderazgo. Y, bajado a lo cotidiano, la investigadora Kristin Neff, experta en autocompasión, dice: «¿Cómo trataría a una amiga que estuviera sintiendo esto mismo? Pues así voy a tratarme yo». Se han escrito muchos libros de autoayuda, con consejos que vienen bien a miles de personas que atraviesas momentos difíciles, con cuyo impacto positivo inmediato pero que luego se va perdiendo. ¿A quién dirige su obra y cuál ha sido su objetivo al compartir su experiencia? Este libro podría considerarse un legado personal porque recoge los patrones que he extraído de mi propia vida, en la que por fortuna he alcanzado muchos logros, y de años de formaciones a líderes de todo el mundo. Y no tiene edad porque todos necesitamos esta energía del entusiasmo para vivir con plenitud la etapa que nos toca atravesar en cada momento. Pero si hay algo que ha de quedar claro a los lectores, es que toca entrenar… lo cual no es un drama. Las rutinas del entusiasmo son sencillas y saludables y pronto pasas del tener que hacerlas al querer hacerlas. Como dijo el sabio, solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego. Puedes comprar el libro en:
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