El Quijote puede parecer un libro -lo compramos-, un referente -lo aceptamos-, un hito hispánico e icono cultural -lo vendemos-. Pero es sencillamente el acto de existir impreso en una lectura muy oral con todo su repertorio de consecuencias y ambivalencias. Apenas se lee, se toca o explica en la escuela, que está entregada a misiones tecno-burocráticas de gran enjundia (que pasan por pedagógicas), diseñadas por gerifaltes educativos de postín que muy probablemente no se hayan leído nunca el libro. Tampoco es necesario leérselo a conciencia en orden lineal de principio a fin, del primer al último capítulo con sus dos partes. Con tenerlo cerca y a la mano para abrirlo al azar por cualquier página, a ver qué nos encontramos, a ver qué nos cuenta, basta.