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"Post scriptum" de André Cruchaga

Por Gregorio Muelas Bermúdez
viernes 10 de marzo de 2017, 07:27h
Post scriptum
Post scriptum

El poeta salvadoreño André Cruchaga es una de las máximas figuras de la poesía centroamericana actual, su dilatada obra avala el quehacer de un autor comprometido con los sentimientos más profundos del ser humano y su poesía se convierte en un vehemente alegato contra una realidad maniquea dominada por los intereses corporativos y el capital.

En "Post scriptum" vuelve a incidir en los temas que le preocupan pues André tiene la asombrosa capacidad de mutar su lenguaje para concebir un amplio registro de tonos para expresar su particular universo creativo.

En el presente volumen cuenta con la inestimable colaboración de la escritora y traductora rumana Elisabeta Botan, que realiza un impecable trabajo de traducción a la lengua de Eminescu, vertiendo con fidelidad y emoción el lenguaje críptico de un poeta que sabe purgar a la palabra de la ponzoña relativista, pues André Cruchaga es un incansable buscador de verdades ocultas. Elisabeta Botan es autora además del comentario que figura en la contraportada, que nos introduce sabiamente en la naturaleza onírica y la “belleza embriagadora” de unos paisajes poblados “con imágenes fantasmagóricas, códigos y símbolos”, proporcionando al lector las claves necesarias para abordar la lectura de un poemario oscuro y denso, marca del poeta.

Constituido por noventa y ocho poemas en prosa, fechados en 2013, a modo de dietario metafísico, y desde su reducto, Barataria, André Cruchaga canta, a veces con desencanto pero con un relámpago de esperanza, a un tiempo manchado por la ceniza, repleto de espejos y espejismos que acentúan la soledad del hombre que espera en el andén a que Dios hable con él, una espera que se transforma en monólogo con “algo” que escucha, y que se transfigura en discurso metaliterario para tratar de aliviar el hastío y la ansiedad que la noche y el silencio le generan.

De expresionismo podríamos tachar el estilo del poeta salvadoreño, que a la manera de los cineastas alemanes de la época muda, puebla de aristas el decorado de sus composiciones, donde las sombras son persuasivas. Pasadizo, ataúd, crematorio, pantano, escombro, son algunos de los escenarios donde el poema se adentra con intención crítica. Pero si algo define su estilo es su enorme capacidad para acordar conceptos e ideas en un discurso atonal que deslumbra e inquieta. Así su escritura se puede desglosar en diversas esferas que se superponen e interrelacionan para dotar de sentido el juego de las palabras, que el poeta conjuga con el virtuosismo de un malabarista. Algo que también se articula de forma tipográfica, entre paréntesis y en cursiva, donde una segunda voz se expresa con voluntad aforística, veamos un magnífico ejemplo: “(No toda luz es fuego de luciérnagas por más que se le quiera conferir misterio a lo inmóvil.)”

En definitiva, André Cruchaga se entrega a un admirable ejercicio de desnudez creativa al trazar paradigmas oníricos que encierran grandes metáforas sobre la incertidumbre y el derrumbe en un mundo anestesiado por el consumo y una falsa sensación de inmortalidad, consciente de que sólo en los recovecos oscuros del alma anida la verdadera esencia del ser humano. Así el poeta salvadoreño plantea un reto al lector, que debe descifrar su doble sentido a través del andamiaje de papel de unos versos ateridos por el frío de la noche sin estrellas.

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