Lo primero que llama la atención es lo original del título, que toma la idea de mantra -palabra sánscrita que se refiere a sonidos que, según algunas creencias, poseen algún poder espiritual- que aplicada al lenguaje poético puede ayudar a meditar tanto sobre cuestiones cotidianas como sobre los grandes temas universales, como el amor y la muerte, pero también la esperanza que se tiende entre ambas. Completan el epígrafe las dos citas iniciales, de Isadora Duncan y Ruth St. Denis, sobre el baile como acción mística y cíclica.
El poemario se abre con un prólogo firmado por Manuel de la Fuente Vidal, que bajo el significativo título “Bailar la libertad” presenta el texto y a su autor desde la amistad y el agradecimiento, con humor y sinceridad mediante citas cinéfilas y notas rockanroleras.
“Bailamos como cantamos” escribe Manuel de la Fuente y tal vez sea ésta la tesis de un libro compuesto mayoritariamente por poemas de juventud donde la danza y la poesía dialogan en armonía porque la lírica no es más, ni menos, que arte en movimiento.
Álvaro Hernando nos invita a bailar contra el dolor, “contra la salvedad/ y la excepción” porque cada paso es un poema “que sólo puede ser leído/ con los ojos cerrados”.
Veintinueve poemas, sin división en partes, componen este libro donde el autor emplea muy diversas formas, así entre las breves composiciones “Poema de ida” y “VI”, salida y llegada, principio y final de un camino “entre pasos y personas”, podemos hallar el poema en prosa “Vademécum del alma”, y el poema-río “Pacto”, pero también los vanguardistas “Decir”, donde afirma que “es sencillamente lo que queda después de exhalar tiempo”, “Acertijo”, donde se plantea una lectura alternativa a través de glosas tachadas, o “Bailemos, bailemos”, donde una sucesión de verbos clave entre guiones desemboca en el más infausto: “-Olvidar-”. Pero si hay un poema verdaderamente significativo, y emotivo, ese es “Legado”, donde evoca la figura del padre y sus consejos: “Bailar es volver a ser feliz”.
Una variedad de formas, sin alardes ni ornamentos superfluos, que hace de este poemario una lectura tan amena como estimulante, donde se advierte a un autor que, sin duda, tiene mucho que decir y mucho que bailar.
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