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Azorín
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"Diégesis, ardid de aprendiz" de Edvardo Zeind Palafox

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
El día de ayer tuve que explicar qué es la diégesis, tecnicismo que pretende, aunque sin lograrlo, explicar cómo es la estructura de una novela, sea descriptiva, psicológica, sea narrativa, de aventuras. Decía el sabio Borges que toda novela psicológica tiene algo de acción, decía que toda novela de acción tiene algo de circunspección imaginativa, es decir, "psicológica", como dicen hoy los modernos.
Las personas que recibieron mis explicaciones, por cierto, no entendieron lo que dije, por lo que me fue menester recordar un antiguo consejo de nuestro maestro Azorín, que dicta que al escribir o hablar pongamos una cosa detrás de la otra, sin complicaciones. Pero cabe preguntar: ¿el recién llegado a la vida inicia su existencia pensando o actuando?

Cierto es que nos quejaríamos si empezáramos actuando nuestra vida; cierto, sí, que si empezáramos pensando también nos quejaríamos. Todo nos apesadumbra. Y es que las tristezas se hicieron para los hombres, y más para los que créense bestias o dioses, que se complacen viviendo en valles y bosques y selvas de lágrimas. Somos torpes porque somos gentes de acción, pensamos; somos harto quietos o quietistas porque somos filósofos, sopesamos. Gracias a Dios y al padre Almeida, al que conocí merced al crítico Larra, ahora sabemos que nuestra condición humana se distingue por su infinita inconformidad. Para mí, como para Azorín, hay dos grandes filosofías: la de Spinoza, que quiso reducir el amor a las medidas del aritmético laúd, y la del Antiguo Testamento, que propaga la idea de un dios justo que trata al hombre como se merece.

¿Pero qué es filosofar? Es delimitar, separar, escindir, prescindir. Digamos que la diégesis es el andamio o planteo que hace que una historia sea creíble o increíble, que hace que el lector suspenda, a decir de Coleridge, voluntariamente su incredulidad. Cervantes, con su gran introducción al mundo fantástico del Quijote, suspende nuestra incredulidad diciendo: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme", y lo hace porque evita mentar precisamente el espacio de la acción y porque inserta un misterio, a saber: ¿por qué no quiere recordar tal nombre el tal narrador? El lector enciende la luz de su imaginación en leyendo tales líneas, enterándose de que el protagonista es un "hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor"; es decir, que la imaginación del lector suspende la incredulidad, pues de lo contrario dejaría de ser imaginación.

Las personas para las que peroré todo lo anterior no quedaron satisfechas, y dijeron que no entreveían la razón por la que yo no hablada claramente de la diégesis. Respondí a sus quejas lo mejor que pude citando el versículo 4 del Capítulo I del `Génesis´, que dice: "Et vidit Deus lucem quod esset bonat et divisit Deus lucem ac tenebras". ¿A qué preguntar por las tinieblas, por la substancia de la diégesis, siendo que ésta antes que substancia es accidente? Tengo a la mano las `Meditaciones del Quijote´, del meditador José Ortega y Gasset, donde leo: "Caballerías quiere decir aventuras: los libros de caballerías fueron el último grande retoñar del viejo tronco épico". Yo no puedo asegurar que Cervantes pensó en la diégesis al hacer su novela, aunque es sabido de todos que Cervantes trabajaba con saludable y sabia lentitud.

Puedo, eso sí, apostar que Cervantes, como recomendaba Ortega, planeaba el día, tanto el suyo como el de su héroe. Y es cosa harto diferente el reflexionar nuestra existencia que el colocar nuestra existencia en un andamio, siempre frágil y siempre lleno de oscuridades, de sombras. La épica, protagonizada por héroes y por dioses, no puede tener diégesis, pues los héroes y los dioses están más allá de toda ley física y psicológica; el drama, que es acción pura, libre albedrío arrostrando la necia necesidad, si está sustentado por la diégesis ya no es drama, sino lírica; y la lírica, para serlo, para ser realmente lírica y no hipocresía de actor, no puede depender de la estructuración ajena o de convenios académicos. Dividamos, imitando a Dios, "luz" y "tinieblas", "espontaneidad" y "diégesis", y hagámoslo como quería Goethe, haciendo de nuestra poesía un soplo.
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