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SARGENT PEEPER’S FOREVER EL MITO Y SU LEYENDA

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
jueves 29 de noviembre de 2018, 07:19h

Atrapó el zeitgeist de toda una generación entre revolucionaria y psicodélica. Desde su Love me Do, al paso del Sargento Pimienta, jóvenes de todo el mundo elevaron a The Beatles al rango de iconos planetarios. La banda sonora del siglo XX se escribiría en los surcos de este álbum conceptual abierto a los universos alternativos. Y sin embargo, más que su contenido, su éxito se debe a su embalaje. Una cubierta donde los Fabulous Four posan a la manera del Ejército de Salvación entre una constelación de celebrities. No obstante, la parada sugiere tanto una celebración como un sepelio. ¿El de Paul McCartney?

UN MANIFIESTO ESTÉTICO

Hace cincuenta años y uno más, un 1 de junio de 1967, se editaba el octavo álbum de The Beatles, Sargent Peeper’s Lonely Hearts Club Band. No iba a ser un álbum cualquiera. Un año antes Paul McCartney se había planteado renunciar a los conciertos en vivo. Allá donde fueran aglomeraban multitudes en las antípodas de esa intimidad con la que soñaba. Lenon, por su parte, buscaba una musicalidad más compleja, pero también una obra de arte total. Su inmensa popularidad, sumada a su creciente liderazgo social, les indujeron a plantearse un proyecto que abarcara todos los perfiles de la generación emergente. Para renacer tenían que morir, reinventarse, mutar en sus propios alter-egos.

Lo hicieron a su manera entre lúdica y genial. McCartney propuso que se convirtieran en un grupo ficticio tomando como referencia otra banda de la época, ésta más bien catastrófica, llamada Doctor Hook & The Medicine Show. Pero la puesta en escena fue un hallazgo de George Harrison. Conocía a Peter Blake, el fundador del Pop Art inglés. Se entendieron desde el primer encuentro: se trataba de elevar cualquiera que fuera su creación gráfica al rango de un manifiesto estético.

En principio la idea fue plasmar a The Beatles tocando en un parque. Pero eso no tenía nada de contracultural ni de provocador, como era el deseo de Lenon. Blake propuso fotografiarlos como si fueran muñecos de cera, vestidos de una manera extravagante. Fue Ringo Starr quien concibió esos uniformes del Ejército de Salvación en colores ácidos, mientras Lenon aportaba el concepto decisivo.

Desde sus primeros éxitos la Beatlemanía se caracterizaba por el amor desmesurado de sus fans encarnado por los gritos de un público femenino al borde de la histeria. Marcaba el pleonasmo de la relación de dependencia entre el artista y sus devotos que, en su caso, cobraba una dimensión erótica. Lo propio, por tanto, sería mostrar a los nuevos Beatles rodeados, si no engullidos, por una muchedumbre amorosa. Más que una masa anónima, Lenon sugirió una multitud de celebridades de todos los tiempos, subrayando la ambición polisémica del grupo e incluyendo un guiño a su paradójica situación, precisamente cuando acababan de renunciar a los conciertos masivos. El resultado fue la carátula más icónica de la historia del Pop, tan saturada de ironías y complicidades como de enigmas.

AQUELLOS ANGRY JOUNG MEN

Sabiéndolo mirar, recuerda el célebre fresco de Rafael, La Escuela de Atenas, donde el pintor florentino plasmó a todas las eminencias de la antigüedad presididas por Platón y Aristóteles, que aquí se clonan en los Fab Four. John, Paul, Georges y Ringo aparecen sobre una suerte de túmulo floral, rodeados por cincuenta y siete personajes míticos y nueve figuras del museo de cera –cedidas por Madame Tussaud-, que subrayan otra paradoja: los verdaderos Beatles aparecen disfrazados mientras que sus réplicas no son más que eso, muñecos de cera, emblemas de un pasado en el que ya no se reconocían.

En cuanto a la elección de los personajes todos, salvo Ringo, propusieron sus favoritos. McCartney llegaría a confesar que algunos fueron elegidos simplemente porque su nombre les sonaba bien –el caso de Huxley y Stockhausen-. Lenon, en su perfil más desafiante, llegó a proponer a Adolf Hitler, para situarlo entre Jesucristo y Gandhi. El primero fue excluido por razones evidentes. Incluir al Mesías resultaba igualmente complicado, sobre todo tras la polémica suscitada un año antes por la célebre frase de Lenon –“Somos más célebres que Jesucristo”-. Y en cuanto al líder indio, fue la discográfica quien lo apartó, temiendo que afectara a las ventas del disco en Oriente.

La elección final abrazó a escritores como Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, Oscar Wilde y H.G.Wells, con estrellas del cine tan hilarantes como Stan Laurel y Oliver Hardy, o Shirley Temple. También a iconos sexuales de la talla de Marilyn Monroe y Marlène Dietrich, junto a Marlon Brando y Johnny Weismuller. A falta de Gandhi, incorporaron gurús como Yogananda en compañía de Albert Einstein y Carl G. Jung. Sus coqueteos revolucionarios se licuaron en una efigie de Karl Marx. Su concepto de la vida como aventura en la del explorador Livingstone, y también en la de Lawrence de Arabia. Su perseverancia en la provocación, en la del satanista Aleister Crowley. Su poética, en la de Dylan Thomas –y en la del padre del movimiento beat, William Burroughs- Y lo más alucinante y rara vez advertido, la música que más les electrizaba se plasmó en el perfil un joven y contestatario folksinger, entonces muy lejos del Nobel de Literatura, llamado Bob Dylan.

Sin pretenderlo, el collage coaguló las referencias culturales de una generación que se rebelaba contra los cánones impuestos por su predecesora. Pero asimismo, se erigió en un paradigma de la modernidad entendida como una fractal de signos en batalla, tanto más elocuente cuanto más disonante.

Los nuevos Beatles ya no se presentaban como simples artistas. Aspiraban a liderar todas las reivindicaciones de esos Jóvenes Airados que no se manifestaban contra la masacre de Vietnam, ya en el umbral de la Primavera de Praga. Por eso se vistieron con los histriónicos ropajes del Ejército de Salvación. Su guerra ponía en pie una armada de corazones solitarios que respiraban una nueva conciencia planetaria sobre sus eternos campos de fresas.

PAUL IS DEAD

Que esa caótica y deliberada multiplicación de signos lo que suscitó una leyenda macabra al respecto. La carátula sugiere una resurrección –su nuevo estilo- tanto como un entierro. ¿Sólo el del anterior?

Poco antes de que el disco saliera a la venta se difundió el rumor de la muerte del bajista del grupo en un accidente automovilístico. Se decía que Paul había sido sustituido por un doble, de modo que el grupo no frenara su imparable ascensión, y que la cubierta de Sargen Peeper’s estaba sembrada de guiños funerarios a modo de homenaje. Hoy sabemos que fueron los propios Beatles quienes jugaron a eso, por puro sarcasmo, pero también para beneficiarse de una ingente publicidad gratuita.

El hecho de que McCartney se mantenga de frente, como un cadáver en su ataúd, mientras los otros tres lo hacen en escorzo, se completa con la evidencia de que solo él sostiene un instrumento de color negro.

Asimismo, la composición floral donde leemos “Beatles” se compone de jacintos rojos –la flor de la muerte-, mientras que las amapolas amarillas sugieren la forma de una guitarra para un zurdo, como McCartney. Por último, en el escudo sobre su brazo derecho –más visible en la foto interior del álbum, se lee OPD –el anagrama con que se declara una muerte oficialmente (Officially Pronunced Dead)-. De nada sirvió que su agente explicara una y mil veces que ese escudo era el del cuerpo de policía de Ontario -Ontario Police Department-. Pesó más la mano que aparece sobre su cabeza: el gesto del religioso que bendice al difunto antes de su inhumación. Aquel irrelevante OPD derivó en un lisérgico PID –Paul is Dead-. Y así nació la teoría conspiranoica más estupefaciente de la historia del rock.

PAUL IS LIVE

Como todas ellas, tenía una poderosa base argumental. Por su capacidad de arrastre de multitudes, más aún si cabe por su postura desafiante frente a todos los poderes fácticos, desde el Vaticano al Pentágono, esos cuatro muchachos de Liverpool que las nuevas generaciones contemplan hoy como el retrato del abuelo atrapado en un bloque de ámbar, suponían el enemigo público número uno del establishment. Al asesinato de Ghandi había seguido el de Kennedy, y un año después el de Luther King. Los nuevos profetas del No a la guerra, el amor libre y la psicodelia estaban en el punto de mira. Pero ellos, naturalmente, se reían de todo eso. Entonces estaban muy lejos de imaginar que un psicópata acabaría con la vida de John Lenon trece años después.

Fieles a su estilo, en su siguiente álbum –Abbey Road-, jugaron a favor del complot. En su cubierta vemos a los cuatro cruzando un paso de peatones. Solo Paul lo hace descalzo, a la manera de los difuntos en la India, y precedido por Ringo vestido de negro –color de la muerte en Occidente-, y seguido por John, éste de blanco –color de la muerte en Oriente-. Georges Harrison cierra la marcha, y su vaquero gastado sería el testimonio de que él habría asumido la ardua tarea de enterrarlo.

Entrando ya en el terreno de la escatología críptica, en la matrícula del Volkswagen blanco que aparece en segundo plano se lee: LMW 28 IF. El desciframiento alucinado no se hizo esperar: LMW 28 IF significaría “Living McCartney Would 28 If…” –lo que se traduce como: “McCartney vivo tendría 28 años si…”-. Sobra comentar que en ese momento, el bajista del grupo tenía 27 años. Y que le encantaba parecer un walking dead.

En una entrevista para la BBC se atrevió incluso a verter una de sus ironías cáusticas: “¿Cómo voy a componer algo nuevo si ya estoy muerto?”. McCartney abonó la leyenda hasta que el mundo se olvidó de ella. Pero ya en 1993 editó un remake de la carátula de Abbey Road en la que le vemos cruzado el mismo paso de cebra junto a su perro. Esta vez en la matrícula del Volkswagen blanco se lee 51 IS, atestando que estaba vivo y que tenía 51 años. Quedaba por decir que ese álbum lleva por título Paul is Live, en respuesta al Paul is Dead.

EN UN CIELO DE DIAMANTES

No obstante, los incondicionales de la morgue no se cansaron de buscar indicios ocultos en la discografía del grupo. Al final de Strawberry Fields hubo quien creyó escuchar a Lenon murmurando “I buried Paul” –yo enterré a Paul-, cuando en realidad susurraba “cranberry sauce” –salsa de arándanos-. La frase “He blew his mind out in a car” –se rompió la cabeza yendo en coche-, insertada en A day in the life, vendría a corroborar esta teoría. Por si faltaba una evidencia más, basta reparar en la contracubierta de Sargent Peeper’s: tres de los Beatles aparecen dando la cara y solo Paul de espaldas –lagarto, lagarto-.

Si añadimos a este cóctel la práctica de escuchar sus grabaciones a la inversa, implementada por ellos mismos, accedemos al súmmum del delirio. Lo hizo un disc-jockey americano, Russ Gibb, y causó un maremoto a ambos lados del Atlántico. En Revolution se escucharía insistentemente una súplica –“Turn me on, dead man”, ilumíname, hombre muerto-. Aplicando el mismo procedimiento a So Tired, oiríamos: “Paul is a dead man, miss him, miss him” –Paul es un hombre muerto, nos falta, nos falta-. Por más que su biógrafo, Mark Levinson, multiplicara sus desmentidos en todos los medios, el despropósito de la presunta muerte del Zurdo de Oro y su suplantación por un impostor sigue vivo en infinitos dominios de internet, hasta coronar una de las grabaciones más memorables de los Monty Python. En su All you need is cash, le rinden un homenaje paródico escenificando no ya la muerte virtual de McCartney, sino la de George Harrison.No obstante, los incondicionales de la morgue no se cansaron de buscar indicios ocultos en la discografía del grupo. Al final de Strawberry Fields hubo quien creyó escuchar a Lenon murmurando “I buried Paul” –yo enterré a Paul-, cuando en realidad susurraba “cranberry sauce” –salsa de arándanos-. La frase “He blew his mind out in a car” –se rompió la cabeza yendo en coche-, insertada en A day in the life, vendría a corroborar esta teoría. Por si faltaba una evidencia más, basta reparar en la contracubierta de Sargent Peeper’s: tres de los Beatles aparecen dando la cara y solo Paul de espaldas –lagarto, lagarto-.

Tanto da que la víctima de su corrosivo sentido del humor fuera una mutación de Elvis entre los zombies de Michael Jackson. La gran paradoja de esta historia se cifra en que el gran superviviente de la legendaria banda de Liverpool es precisamente aquél a quien dieron por muerto hace nada menos que medio siglo.

Cincuenta años después, ¿hay en el horizonte algo parecido a lo que supusieron The Beatles? Vuelve a escuchar When I’m Sixty Four y luego pasa al puente que abre la cara B. Nada es más fácil que vivir con los ojos cerrados, cuando ya nadie espera despertar en un cielo de diamantes.

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