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"Partes del juego", de Eleonora Finkelstein

Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2017

Por Gregorio Muelas Bermúdez
lunes 21 de enero de 2019, 06:27h
Partes del juego
Partes del juego

“¿Quién podría construir la misma ciudad sagrada

con esta enorme cantidad de escombros?”

Con este aforema comienza “Desorden”, primera sección de Partes del juego, dos versos que sintetizan el estado de las cosas en nuestro mundo, aquejado por la progresiva desacralización y el alarmante incremento de las desigualdades. Un comienzo certero para el sexto libro de la poeta y editora argentina Eleonora Finkelstein (Mar del Plata, 1960), publicado por Ediciones Liliputienses en la Colección de poesía Fundación Obra Pía de los Pizarro. El escritor José María Cumbreño es quien intenta, y consigue, la cuadratura del círculo con una encomiable labor cultural y editorial que viene dando luz a lo mejor de la poesía hispanoamericana actual.

"Partes del juego" se divide en tres secciones: la mencionada “Desorden”, “Mítica” y “Lógica”, integradas por doce, quince y trece composiciones respectivamente, introducidas por un breve poema a modo de tesis. Merece la pena citarlos por su precisa elocuencia: “Solo la ciudad es real, / a veces, la literatura” (Mítica); “Un plan es un orden de cosas / algunas suceden, otras no” (Lógica).

Sencillez y lucidez son las señas de identidad de un poemario donde Eleonora Finkelstein expresa los temas que le preocupan con voz clara, libre y, sobre todo, con una notable carga de profundidad, como cuando habla del paisaje: el vertedero (“ahí estaba todo / los deshecho, lo desechado”), la fundición de una antigua industria, la universidad, el centro “de una ciudad cordillerana”, México, Nueva York, Berkeley… Destacan los poemas en forma de tríptico, donde se intercalan diálogos y acotaciones, y donde se hace eco del pasado, así se suceden lugares y momentos de “los viejos buenos tiempos”, que ya no son como eran pues “la memoria es una niebla dura y ácida”. La poesía de Finkelstein es una cartografía sentimental aderezada con “efectos especiales” y notas de Patti Smith.

La segunda sección no puede empezar con una declaración más contundente: “-Debo aclarar que esto es ficción. Ficción, / como todo lo que tenemos en la memoria / por más que lo llamemos recuerdo-.” Aquí el verso de Eleonora se vuelve más escéptico, más crítico, así escribe: “unas pocas generaciones sin hambre / y podemos llamarnos aristócratas”. “Mítica” es un tránsito por esa memoria reconstruida, esos pasajes entre la imaginación y el recuerdo; “regresar no es un viaje” llega a decir porque “tanto habremos cambiado” “que ya ni el perro de la casa (como a Ulises) nos reconoce”. Así imagina a su bisabuela Graciana o recuerda a su amor en Amsterdam y las lecciones de ajedrez de su padre, en realidad un ajuste de cuentas con su progenitor, al que llama con no poca ironía “Gran maestro”, al que consiguió hacer tablas el día del divorcio de sus padres.

En “Lógica”, el discurso contradice constantemente el título pues los versos adquieren un tono a medio camino entre la inspiración surrealista y la vocación estética que le prestan ciertos tótems culturalistas, Ofelia y Circe, o influencias líricas, William Carlos Williams y Marianne Moore. También observamos una interesante reflexión sobre la propia escritura, “el maravilloso mundo de las ideas” donde el “ritmo es un veneno” y el sentido “es un veneno peor” al que la forma, ventana al cielo o al suelo, nos pone a mano una salida. Aquí también el verso adopta un trazo aforístico, veamos dos magníficos ejemplos: “1) Futuro es el próximo segundo”; “2) Verdad no es una suma de datos”.

En conclusión, Eleonora Finkelstein pone sobre la mesa su parte del juego, del juego que es la vida, la vida tamizada por el pensamiento como esa regla que mide los planos de un edificio en construcción.

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