Primero aparecieron los depredadores venidos a menos. Seres de dudoso reconocimiento que trataron de devorarnos arrancándonos el sueño a tiras y que, tras demasiadas noches en vela, conseguimos despistar sumergiéndonos en una corriente de agua que nos llevó a otros lugares diferentes y, quizás, más apacibles. En realidad todo el mundo sabe que existen, pero la filosofía de Hobbes sentenciando que «el hombre es un lobo para el hombre» procuramos eludirla o, cuando menos, alejarnos de ella pensando aquello de que «será otro al que le ocurra».
Después, los devastadores venidos a más. Seres de reconocimiento consagrado que consideraron al pez pequeño una amenaza alimentaria y que mostraron sus afilados incisivos buscando mayor Poder con nuestra destrucción. Luchas encarnizadas en las que nuestros dientes de leche se vieron incapaces de enfrentarse a su fuerza y que, tras lágrimas sangrientas, nos obligaron a huir tomando caminos aledaños y sigilosos sin darles la satisfacción de un sacrificio mortal. Sin embargo, las corrientes marinas son tan infinitas como imprevisibles.
Mujeres. Madres. Pequeñas. Luchadoras. Soñadoras.
¿Cuándo han visto ustedes que una hormiga aniquile un elefante?
He de decir que la luz tardó en llegar. Pero cuando llegó, lo hizo en forma de torrente. Nadando entre bambalinas, cuando los nudillos crujían de seguir golpeando puertas y la sal erosionaba nuestro objetivo, hallamos aletas amigas que ofrecieron una sonrisa ligada a su ayuda. En un mar infinito vestido de basura y muerte, encontrar peces solidarios es un milagro. Y permítanme considerarlo así, aun manifestando abiertamente mi vertiente agnóstica, porque en pleno siglo XXI está científicamente demostrado que los milagros no son otra cosa que frutos de nuestra imaginación. No obstante, ocurrió. Ocurrió que algunos escritores, periodistas y creativos de todas las vertientes con larga trayectoria nadando se volcaron en nuestra manera de ver el mundo y nos tendieron su aliento. En unas aguas donde, no se equivoquen, prima el dinero sobre la literatura y la publicidad sobre la calidad, hemos tenido la gran fortuna –o insistencia- de conocer otros peces que en lugar de devorar, destruir, aniquilar, desean formar parte de esa idea bucólica y utópica basada en la propia literatura como fuente de enriquecimiento del ser humano sin necesidad de ensalzamiento capitalista alguno.
He aquí mi conclusión: el pez pequeño que soporta cláusulas leoninas, comentarios sexistas, discriminación y marginación, se aúna en bancos grandes cargados de valores que van más allá del mercantilismo. Y eso, precisamente eso, es lo que hace que la literatura de calidad sobreviva en el tiempo. Porque nosotros no somos enemigos. Los enemigos son ellos.