Libro de arte donde el relato, en edición bilingüe, se cruza con un centenar de exquisitas ilustraciones. “ARALAR, PASTORES Y GENTILES”, el primer número de la colección Origen (editorial Xibarit) se presenta el miércoles 13 de noviembre en la sede madrileña de Euskal-Etxea, auspiciado por la Delegación en Corte de la Sociedad Bascongada del País y por el restaurante Sagardi. Tras la presentación se podrá asistir a una degustación de quesos artesanales y productos autóctonos. Todos los amigos de TL están invitados. ¿Cómo surgió la colección Origen? Fue una idea de mi amigo, Joseba Urretabizkaia. Hace un par de años montó la editorial “Xibarit”, centrada en la edición de libros de arte. Empezó con una colección dedicada a los juegos vascos: aizkolaris, palakaris, arrijasotzailes. Luego me propuso abordar otra de personajes históricos relevantes. Y, enseguida, contemplamos la posibilidad de abrir una derivada antropológica. La inauguramos con dos viajes: el Sacromonte y Aralar. El mundo de los gitanos y el de los pastores vascos tienen mucho en común. Son mundos perdidos, cosmogonías en extinción. El año próximo continuaremos con las Highlands escocesas, y, en fin, también con un viaje suicida al Kurdistán. Nuestros contactos allá nos aseguran que no saldremos indemnes. Un aliciente más para hacer las maletas. Ediciones muy cuidadas, donde la parte gráfica cuenta tanto como la literaria, ¿no es así? Exactamente así. Las fotografías las firma el propio Joseba sobre los textos. No se trata de un complemento ilustrativo, sino de una extensión. O más bien de una simbiosis. Se suele decir que una imagen vale por mil palabras. Pero en este caso, imagen y palabra van a la par. Y añado algo más: no es cualquier imagen la que vale por mil palabras. Lo determinante no es la mirada. El primer volumen se titula “ARALAR. PASTORES y GENTILES”. ¿Qué tiene de especial la sierra de Aralar? Aralar es la Sierra Madre de Euskal-Herria. Se sitúa en su epicentro mítico, geográfico y sentimental, entre Gipuzkoa y Navarra. Hoy lo preside un arcángel, el pesador de almas y matador de dragones. Su presencia remite a esos tiempos legendarios en que el caballero de Goñi mató al viejo dragón, que representa la vieja cultura animista. Los pocos pastores que subsisten en la Sierra viven en ese mundo mágico. En tiempos pasados construyeron sus apriscos –sus “arkuek”- sobre los restos de cromlechs milenarios. Les rondan leyendas como las de los Jentillak –los Gentiles-. Así como el Basajaun, el Yeti vasco, se trata de gigantes. Según la leyenda, se extinguieron con la llegada de Cristo. Pero, antes de desaparecer, ocultaron un enorme tesoro en Illobi. Un pellejo de buey repleto de monedas de oro. ¿En qué se centra más el libro, en las personas o en los lugares? Todos los libros de la colección responden al mismo esquema: seleccionamos a un superviviente especialmente significativo de su cultura y, en torno a él, recomponemos su cartografía humana y vivencial. Para el del Sacromonte elegimos a Curro Albaicín, memoria viva del Flamenco de las Cuevas. Para el de Aralar, a Txomin Otermin, un pastor octogenario que seguía ordeñando su rebaño de ciento cincuenta ovejas dos veces al día sin sentarse. Lo hacía a mano y en cuclillas. Vivía en un caserío del siglo XV, solo. Nunca olvidaré las cuajadas que nos ofreció el día en que lo conocí. Jamás cataré una delikatessen semejante. ¿Cómo de dura era la vida de los pastores de montaña vascos? Hasta el infinito y más allá. Txomin se pasaba seis meses al año en soledad absoluta, en su chabola arriba de las Malloak. Las Malloak son los picos de la Sierra. La hierba crece en pendientes vertiginosas. Para cortarla, se amarraba una cuerda a la cintura y se colgaba de ella guadaña en mano, descalzo. Pero para llegar a eso, para comprar su rebaño, tuvo que emigrar a América y ejercer de pastor en Idaho. Imagínate el viaje. Nunca había visto el mar, no sabía más que cuatro palabras en castellano. Al llegar a Nueva York, tras cruzar el Atlántico en su primer vuelo, le anudaron una pulsera con su punto de destino y recorrió cuatro mil kilómetros en tren, hasta que el revisor, previamente advertido, le indicó donde tenía que apearse. Una vez allí, le dieron un caballo y un fusil, y no volvió a ver un ser humano hasta el año siguiente. Por ese trabajo, ahorró seis mil dólares en cuatro años. Regresó y se compró su rebaño. ¿No es un medio demasiado hostil? Brutalmente hostil, tanto en América como en el País Vasco. Allá muchos se volvían locos de soledad. Los que sobrevivían sin embargo, alcanzaban la altura de verdaderos superhombres. Robinsones pastores que no saben que lo son, que viven en la más absoluta precariedad, tan sabios como humildes. Te lo dan todo y no piden nada. Hablan poco, pero junto a ellos aprendes a escuchar. ¿Qué características podría destacar de la forma de vida que tenían esos pastores? En el tiempo que viví con ellos aprendí el verdadero valor de esas cosas en las que no reparamos. El valor del pan, el valor del fuego, el valor del silencio, el de la soledad y el de la compañía. ¿Cuál era su forma de subsistencia? Viven de sus rebaños, cada vez en condiciones más precarias. Ya nadie les compra la lana de sus ovejas, y la carne sólo la de los corderos en Navidad. Se dedican a hacer quesos artesanales, los mejores que puedes encontrar en el País Vasco. Saben a raíces profundas y vida verdadera. Txomin murió quince días antes de que este libro saliera de la imprenta. En la presentación en Tolosa su sobrino trajo sus dos últimos quesos y los repartió entre los asistentes. Aquello fue una eucaristía profana, un ritual de sanación –de cuerpos y almas-, que nunca olvidaremos. "Todo es magia allá arriba, pero para descubrirla es preciso desprenderse de los ropajes del urbanita y aprender a escuchar el latido de la tierra"¿Se siguen manteniendo esas tradiciones ancestrales? El mundo industrializado y plastificado que nos invade, y del que formamos parte, está arrasando con todo. Ya nadie quiere ser pastor. Los pocos que quedan son los últimos de su generación. Rescatar su imaginario era una prioridad para nosotros. Lo que se cuenta en este libro ya no se volverá a escuchar, y pronto se olvidará. ¿Cuánto de magia hay en Aralar? Todo es magia allá arriba, pero para descubrirla es preciso desprenderse de los ropajes del urbanita y aprender a escuchar el latido de la tierra. Caminas entre los viejos cromlechs, sigues las huellas de un txepetxa sobre la nieve y de pronto se te aparece un carnero negro, que es la encarnación de Akerbeltz, el macho cabrío al que se rendía culto en Zugarramurdi, y también en Aralar. Los pastores ingerían hongos alucinógenos. Cuentan que bailaban con las brujas, pero la suya es una danza de hombres solos. Se llama Banako y es una de las más misteriosas de Euskal-Herria
¿Son sus gentes supersticiosas? Para el pastor todo tiene alma. El monte, la hierba, las Malloak. Viven rodeados de presencias, lo inmaterial tiene entre ellos tanta o más fuerza que lo evidente. Labran sus amuletos en las mismas maderas con que tallan las herramientas que acompañan el proceso de fabricación del queso, desde las matxardas a los kaikus. El kaiku es el recipiente donde se guarda la leche. Labrado en una sola pieza de madera, tiene una forma cónica absolutamente vanguardista. Si los “visionarios” de Ikea la hubieran descubierto, hoy se vendería por todo el mundo como una codiciada pieza de diseño. ¿Qué representa la diosa Mari para los habitantes de la sierra? Es la diosa madre y, como tal, también es ambivalente. Puede ser protectora o destructora. Las noches de plenilunio cabalga desde Aitzkorri a Anboto sobre su caballo rojo. En el mundo de los pastores tiene pies de cabra. Vive en una cueva rebosante de tesoros, y sale a su umbral para peinarse con un peine de oro. Cuidado con ella, basta una mirada para incorporarse a su cortejo de muertos vivientes. Los habitantes de esta zona, ¿Se abren a lo que viene de fuera o siguen anclados a sus costumbres ancestrales? Tienen el mundo moderno a treinta kilómetros, pero su distancia mental remonta milenios. No les gusta abandonar su paisaje, pero agradecen que se les visite. No he conocido gente más humana, ni más generosa. Te enseñan cuánto de superfluo tiene nuestra vida siempre acelerada, consumista, competitiva, y bastante más salvaje que la suya. Tal vez la civilización sea precisamente eso que dejamos atrás, cuando sus Malloak van desapareciendo en el retrovisor. ¿Los próximos proyectos a dónde os llevarán? Primero Escocia y luego el Kurdistán, como te he dicho. Pero si sobrevivimos, tampoco descartamos las Batuecas o el norte de África, allá donde los Bereberes que, por cierto, manejan un lenguaje con marcadas concomitancias con el euskera. Caro Baroja los estudió hace casi un siglo. No estaría mal una expedición tras sus huellas. Al fin y al cabo, no hay desierto más hostil que el de las aglomeraciones humanas donde vivimos, ahítos de un bienestar aparente, pero a la caza de una felicidad que siempre está en otra parte
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