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Álvaro Bermejo

18/08/2024@14:14:00

Desplazamientos de la mirada. Ya no es necesario adentrarse en Masái Mara para asistir a la espectacular migración de los ñus, esa en la que millón y medio de estos bóvidos cruzan su río en busca de pastos frescos. Basta con acercarse a cualquier aeropuerto, a cualquier autopista, a cualquier lugar de veraneo con encanto, incluidas nuestras costas por estas fechas. El nuevo espectáculo natural son las manadas de turistas que todo lo saturan y todo lo devoran en busca de nuevas experiencias, naturalmente plastificadas, aunque a la carta. Precisamente las que tanto invertimos en promocionar, para denostar inmediatamente la masificación que nos invade.

Del autor de ‘La metamorfosis’ -ahora se dice ‘La transformación’- creíamos saberlo todo, hasta sus no menos kafkianas relaciones amorosas. De pronto irrumpe una novela llevada al cine, ‘La grandeza de la vida’. Narra el último año de la de Kafka junto a Dora Diamant, aquella bailarina judía a la que conoció en una playa frente al Báltico en 1923, a un año de su muerte, y sólo es el comienzo de todo lo demás.

Por qué las novelas para adolescentes son cada vez más violentas, más degradantes, más basura?”, se pregunta el último número de una relevante publicación digital francesa. Analiza el impacto entre los jóvenes de un nuevo género, el ‘Dark Romance’ -romance tenebroso-, donde se maridan agresiones sexuales, relaciones de dominación, tortura explícita y psicológica, presentados como los ingredientes esenciales de la nueva sentimentalidad romántica.

Más allá de su rango como adelantada del I+D+I, cifrado en el mantra de acudir con pañales a sus conciertos, tres citas resumen el impacto suscitado por el nuevo oráculo global: esa chica de Wisconsin llamada Taylor Swift. “TS da su nombre a una calle, a una ciudad, y a un sándwich”. “Uno de cada cinco americanos seguiría la opinión de TS para elegir presidente”. “De su última gira se esperan beneficios superiores a los seis mil millones”. Un fenómeno socioeconómico, y un epifenómeno que, tal vez, tenga más que ver con la psiquiatría que con la política.

Cuando el presidente del condado de Brooklyn declaró oficialmente el 27 de febrero como el Día de Paul Auster, casi se lo tomó a broma: “Me ha hecho sentirme como cuando el Espantapájaros sin cerebro de ‘El mago de Oz’ recibe un diploma que lo reconoce como Doctor en Pensamiento”. De los tres personajes que acompañan a Dorothy, resulta muy ilustrativo que Auster eligiera compararse con el Espantapájaros que sueña con tener un cerebro, y no con el Hombre de Hojalata, el que quiere tener un corazón. Pero aún más que su referente fuera este relato maravilloso, con una lectura iniciática, y otra hermética.

Tal día como anteayer, hace trescientos años, en una pequeña ciudad prusiana que hoy es rusa -de Königsberg a Kaliningrado-, nacía un filósofo de hábitos tan discretos como su peluca, llamado a generar una revolución a partir de un simple gesto. La verdad es que se tomó su tiempo: cincuenta y siete años meditando hasta que publicó ese primer libro que lo cambiaría todo, ‘Crítica de la razón pura’, al que seguiría otra crítica, la de la razón práctica, y una más, la de nuestra manera de juzgar.

El título valdría para glosar las desventuras de Kate Middleton y su atribulada parentela, pero la protagonista estelar de esta película es la misma Emma Stone que deslumbró en ‘La Favorita’ a las órdenes del mismo realizador, uno de los más exuberantes de nuestro tiempo, quizá también el más disruptivo: Yorgos Lanthimos. Sobre un texto de Alasdair Gray, el William Blake de Glasgow, un concierto barroco en forma de cuento de hadas tan filosófico como amoral. Todo un homenaje a los escritores steampump del XIX, desde Mary Shelley a Stevenson. Y sobremanera, una revisión de la condición femenina entreverada con una sátira salvaje.

Una fotografía frontal de Juan Luis Goenaga a la manera de una figura de Giacometti, hierático y en pie, el torso desnudo, junto a su amigo invisible o su gemelo fantasma, un esqueleto en la misma postura, tal vez el antediluviano hombre de Alkiza, capta toda mi atención. A su lado, el cuerpo sumario de Juan Luis Goenaga casi parece el de Hércules Poirot. Un paso más y me atrapa un Jorge Oteiza que mira de frente muy enfadado, no sabes muy bien si a quien le ha puesto esa camisa limpia, o quizá a la selecta concurrencia que me acompaña en esta presentación privada de la última muestra de Isabel Azkarate en San Telmo.

Conocemos la ‘compleja’ dialéctica mediática imperante en estos tiempos electorales: superhéroes -los nuestros- frente a archivillanos -todos los demás-. Lo veníamos testando en la campaña que precedió al primer debate por la campaña presidencial en EE.UU., hace un par de semanas. Aunque las viéramos con nuestros ojos, todas las imágenes en las que Joe Biden aparecía algo más que desubicado o catatónico total eran bulos. En el debate los convirtió en realidades. El viejo Sleepy Joe -Joe el dormido-, entró en escena superando a Michael Jackson y su mítico ‘Moonwalk’. Si parecía caminar sobre la luna, el tono inaudible y farfullante acabó haciendo temer una abducción alienígena.

La antigua Roma, siempre moderna, cuánto nos enseña. Aún más sus mujeres, sobre todo las que nacieron en la cuna del poder, las grandes familias, la casta o la “gens”, como se llamaba entonces. ¿Qué hubiera sido de Julio César sin su madre, la imbatible Aurelia? ¿O de Servio Tulio sin aquella que lo adoptó cuando no era más que un esclavo, la visionaria Tanaquil? ¿O del mismo Cicerón sin la dote que aportó a su boda la bella Terencia, cuatrocientos mil sestercios, el precio exacto de una plaza en el Senado?

Sin el prescriptivo consenso de la Oposición parlamentaria, sin la anuencia de los países centrales de la UE, sin avanzar cuáles serían sus fronteras, ni las garantías de seguridad se establecerían, ¿qué margen de crédito puede recabar el reconocimiento de un Estado Palestino por parte de un presidente español que le niega ese derecho a un territorio todavía bajo su administración, como es el Sahara Occidental y su autoproclamada República Saharaui Democrática?

Sufro, luego soy. El shock de sus leales, la crisis de gobierno, todo el maremagno desatado por el arrebato entre peronista y absolutista de Pedro Sánchez –“Después de mí, el Diluvio”-, se resuelve en esa frase con la que Pascal Bruckner subtitula su último libro: ‘Portrait de la victime en héros’ -Retrato de la víctima como héroe-. Una pandemia de nuestro tiempo que el filósofo francés disecciona con la misma prosa incisiva con la que analizó las otras dos: ‘La euforia perpetua: sobre el deber de ser feliz’ y ‘La tiranía de la penitencia: sobre el masoquismo en Occidente’.

22 de marzo, 20 horas. Seis mil personas asisten al concierto de un grupo de rock en el Crocus City Hall, a 20 kilómetros de Moscú. Irrumpen cuatro terroristas fuertemente armados. ¿Dónde estaban las fuerzas de seguridad del recinto? ¿Por qué no hicieron nada por detenerlos? En veinte minutos, los asaltantes se cobran un balance de ciento cuarenta muertos y más de doscientos heridos. Los terroristas huyen.

Arriba, frente a la pirámide tutelar del Txindoki, la frondose viguería de roble que sostiene la catedral de las ermitas vascas, la de la Antigua, en Zumárraga, el lugar de los olmos. Dentro, una Andra Mari con una manzana en su diestra. En el dintel, pinturas en las que se advierten pigmentos vegetales. Hijos de otras hierbas son los ungüentos naturales que elabora Fermín Goenaga Epelde a la sombra de esa ermita, en el Landaburu baserria. ¿De qué estamos hablando? Del libro que presentaremos mañana en la Casa de Cultura de esta villa. Un viaje en torno a las plantas sanadoras y la vieja medicina popular de Euskal-Herria, incluida su derivada al mundo del akelarre, que lleva por título “Etnobotanika”.

Pocas experiencias más deletéreas que zambullirse en la rotonda del Hôtel du Palais, en Biarritz, llevando bajo el brazo ‘L’entretien d’embauche au KGB’ -la entrevista de enganche al KGB-. El escritor ruso Iegor Gran novela un documento hallado en 1969, en el que se detalla el proceso de captación de jóvenes agentes para el mítico servicio de inteligencia soviético, como quien dice desde la cuna al Komintern. No cabe lectura más apropiada para conmemorar el centenario de Stalin, contextualizando su derivada actual, en lo que afecta a la estructura interna de cualquier partido político.