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Otras cosas, otros lugares

Reseña de la novela "El paso siguiente en el bailes, de Tim Gautreaux

martes 07 de enero de 2020, 11:34h
El paso siguiente en el baile
El paso siguiente en el baile

Hace algunas semanas, en estas mismas páginas, se nos daba noticia de la publicación del libro de Tim Gautreaux (Luisiana, 1947) "El paso siguiente en el baile" por la editorial La Huerta Grande, que ya había dado a conocer a este autor con su colección de relatos El mismo sitio, las mismas cosas, ambos en magníficas traducciones de José Gabriel Rodríguez Pazos. Si en el libro anterior la acción transcurría en diferentes lugares de su Luisiana natal, ahora se incluye un episodio en California, por lo que nos hemos permitido el guiño del título de estas notas.

Nos decía hace pocas fechas Andrés Ibáñez en una atinada reseña sobre esta novela, ‹‹qué gran placer el de caer en las manos de un gran contador de historias››, y en efecto es un placer leer a Gautreaux en las límpidas versiones de Rodríguez Pazos. Querríamos aquí detenernos, más que en resumir la historia contada —pueden ver la informativa contracubierta, la pareja formada por Colette y Paul se separa, atraviesa varias vicisitudes casi mortales y vuelve a unirse al final—, en reflexionar sobre las causas de ese placer y, en general, los motivos por los que algunas lecturas lo producen.

Una de las alegrías del lector (al menos del lector humilde), es la de aprender nuevas palabras en sus lecturas, ampliando así, siquiera mínimamente, ese universo impalpable que nos rodea siempre y permite a su vez nuestra existencia lectora, el del idioma. Palabras tan bellas como ‹‹niples›› que obviamente viene del inglés nipple (pezón), y otras varias, más conocidas, del mundo de la mecánica, como ‹‹boquerel››. Y es que Paul es mecánico, especialista en máquinas antiguas, lo que permite al autor, además de perfectas descripciones— ya usuales en el libro anterior—, introducir una indefinición temporal muy útil (excepto por detalles como marcas de coches o el uso de un ordenador la acción podría transcurrir en 1948 igual que en 1998). Por supuesto la oposición del trabajador manual con la oficinista Colette, que trabaja en un banco y es ‹‹la más lista del pueblo››, da pie a un duelo de personajes que llegan a ser tipos sin por ello perder un ápice de su humanidad.

¡Qué pocas referencias tenemos de Luisiana, más allá de los carnavales de Nueva Orleans! ¿Habrá que recordar en estos tristes tiempos que fue española desde 1540 con De Soto y Alvarado? Precisamente a De Soto se le cita en la página 101, y es que Gautreaux conoce bien su estado (en la doble acepción de estado natal y estado de escritor). Así que otro de los placeres que encontramos aquí es el de ser guiados por un especialista, alguien que sabe de lo que habla y sabe contarlo —aspectos que no siempre van de la mano—. La peculiar construcción del relato, estructurado alrededor de escenas muy largas (la pelea inicial, el intento de asesinato de Paul por parte de Bucky, la extraña cacería de nutrias, el concurso de tiro, el rescate final…), permite al autor demorarse en el detalle exacto, el vocabulario preciso y una cierta épica sencilla, si bien tiende a alargarse demasiado, en particular si consideramos la contención de los relatos del citado El mismo sitio, las mismas cosas, alguno de los cuales, como el titulado El fumigador, es una obra de arte en ese sentido. El ritmo, el baile de las palabras, es otra fuente de satisfacción en esta lectura, no por ser ‹‹prosa poética›› o abundar en frases rítmicas, sino por la adecuación del relato al paso del tiempo y a la posición respectiva (en lo moral no menos que en lo físico) de los personajes protagonistas, y de algunos secundarios —por cierto ¿qué fue de la prima Clarisse?— Nos recuerda, aun siendo escrituras muy diferentes, ese monumento que es Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell.

¿Qué es lo que hace de esta novela una obra peculiarmente ‹‹americana››? Aunque no seamos expertos en el campo (otros que sí lo son, como Guelbenzu, citado en la contracubierta, expresan elogios hacia el autor), nos gustaría indicar la dialéctica responsabilidad individual/ pertenencia comunitaria como un eje significativo de ese carácter. Los personajes no se sientan a quejarse del gobierno o las estructuras económicas, sino que se esfuerzan con denuedo en intentar lo posible para sobrevivir… y para ayudarse dentro de su comunidad cajun y (esto es importante) católica. Porque obviamente su herencia francesa hace que sean católicos creyentes y practicantes, lo que en el caso de Paul y Colette implica que, aunque divorciados legalmente, se consideren unidos por el vínculo sacramental, algo tan ajeno a la visión de un personaje ajeno (a la comunidad y a la religión) como Bucky Tyler que le impulsa al crimen; crimen que será castigado (por caminos tortuosos) al final. También el trato hacia los ancianos, como el abuelo Abadie o la viuda Fontenot, es típico de una comunidad católica que encuentra en los registros parroquiales que maneja su sacerdote un historial de pertenencia e identidad; esos ancianos, curiosamente, contribuyen decisivamente al desenlace ‹‹feliz›› de la historia.

Es evidente que no está el libro libre de defectos: ya hemos apuntado lo que se nos antoja como excesiva morosidad en la presentación y dosificación de los datos y la trama, Paul y Colette deberían haberse reunido mucho antes. Ella resulta difícil de imaginar (mientras a él le ponemos los rasgos de un honrado Sterling Hayden, pues carece de la malignidad de un Robert Mitchum) y de comprender, con frases tan ‹‹absurdas›› como: ‹‹este es mi sitio diferente›› o ‹‹hay que vivir en otros sitios para entender lo que es››; presa de una insatisfacción que intenta compensar con su fallido viaje a California. Hay también algo de maniqueo en ese rechazo a lo ajeno para insistir en la bondad de lo propio, y un cierto voluntarismo en el giro final de la situación económica y personal de los protagonistas. Supongo que el trato hacia los personajes femeninos se podría tachar por algunos como (¡horror!) misógino, pero eso es más descripción que convicción por parte del autor.

Gautreaux nos habla de un mundo ya ido, tal vez del todo desde el tristemente famoso huracán Katrina, que asolara la costa de Luisiana en 2005. Como de un mundo ido nos hablaba el otro gran escritor de ese estado, el difunto John Kennedy Toole quien, en La conjura de los necios, trazaba una historia completamente diferente (otras cosas, otros sitios); tal vez algunos recalcitrantes de los mundos desparecidos, como nosotros, prefiramos la maniera de Toole, barroca, reaccionaria, fieramente individualista, frente a la de Gautreaux, más naturalista, comunitaria y tradicional. Eso poco importa, con citarlos codo a codo ya decimos mucho sobre esta obra que, en la brillante edición a que nos acostumbra La Huerta Grande (apenas detectamos una microscópica errata en la página 415) está disponible en un terso español desde hace unas semanas. Me permito terminar citando la explicación del título, ya hacia el final (página 398); ‹‹En ese instante supo que lo amaba. Se lo reveló el hecho de que sabía qué hacer… y dio el paso siguiente en el baile››.

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