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Gustavo Gac-Artigas
Gustavo Gac-Artigas

Entrevista a Gustavo Gac-Artigas: “Allende entendió que, pese a lo doloroso de la derrota, nuestro pueblo era la mejor arma para enfrentar el futuro”

Autor de “Esperando la revolución”
Por Javier Velasco Oliaga
lunes 13 de abril de 2020, 14:00h

Gustavo Gac-Artigas es dramaturgo, actor, director de teatro y editor. A la vuelta de un reciente viaje a Cuba, el autor chileno escribió su nuevo libro “Esperando la revolución”, donde cuenta la experiencia de esos diez días que permaneció en la isla caribeña. Su relato descarnado y efectivo, se nota su experiencia como dramaturgo y que sabe cómo dar un tono efectivo, lo podríamos calificar de épico y poético.

Gustavo Gac-Artigas
Gustavo Gac-Artigas

Gac-Artigas nos regala un libro escueto y apasionado, en el que en su literatura ni sobra ni falta nada. Va al meollo de lo que quiere decir y lo hace de forma lírica y armoniosa. “Esperando la revolución” es una obra para los que quieran conocer la verdad descarnada de un país que vive anclado en el siglo pasado y que le está costando evolucionar por el bloqueo que es sometido por los Estados Unidos de América.

Después de más de 60 años desde la Revolución de Cuba. ¿Qué se mantiene desde entonces?

Un recuerdo lejano

Una tristeza

Una lejanía de un cuento de abuelos, un cuento que no fue

Un sentimiento de frustración

Una retahíla de consignas en un intento de preservar el sueño

¿Cuáles fueron las semejanzas de la Cuba de Fidel con el Chile de Allende?

La esperanza, ambos representaron el anhelo de cambio en un continente, aunque por vías diferentes, vía armada o vía pacífica al socialismo; ambos representaron sueños hechos realidad: el cielo, se pensaba, por fin, al alcance de las manos de dos pueblos.

¿Fue verdad el episodio de las armas de Valparaíso que narra en “Esperando la revolución"?

Quien lo contó fue parte del episodio, nunca entendió por qué no se distribuyeron, no entendió que, siendo para defensa, iban a servir de justificación de una masacre aún mayor. Allende entendió que, pese a lo doloroso de la derrota, nuestro pueblo era la mejor arma para enfrentar el futuro, que al frente teníamos no solamente la oligarquía chilena, los militares chilenos, las bestias preparadas en la Escuela de las Américas, los Chicago boys en la economía, teníamos el imperialismo desatando su odio, para el ejemplo, como la tortura era para el ejemplo: esto les espera si se nos oponen. El capital es cruel, los otros, los otros son instrumentos.

¿Se sigue esperando la Revolución en Cuba?

No, en todo caso no la misma, esa ya pasó y al parecer venía con fecha de vencimiento, caducó, puede que dure un poco más, pero la mayoría no piensa en el regreso al pasado, ni al anterior, ni a la revolución. Lo que vendrá lo decidirá el pueblo cubano. Hoy todo cambió, la pandemia que azota al mundo nos obliga a pensar diferente. Solos, aislados, estamos condenados al exterminio. Los cubanos se nos adelantaron en el pensamiento.

¿Percibió en su viaje que La Habana es el lugar más seguro del mundo o, al menos, el más vigilado?

Es el más seguro, tan seguro que a fuerza de que te lo repiten uno se pregunta si es la seguridad que uno querría. Es terrible pensar que la seguridad de uno dependa de la inseguridad de otro. No, en La Habana vieja nadie se acercará a robarte, pero mirando por sobre la espalda se te acercará para intercambiar ideas, para hablar. En nueva York el cónsul de Chile, quien había sido cónsul en Cuba, me miraba con extrañeza diciendo, eso es nuevo, antes no hablaban.

El subtítulo del libro dice Cuba: el viaje inconcluso. ¿Qué le faltó por ver, por visitar?

El viaje inconcluso hace referencia a un viaje que había comenzado en el 68 y que se interrumpió en el camino, eso de que la recta es la distancia más corta entre dos puntos es falso, ceñirse a los caminos por otros recorridos es aburrido, son rígidos y sin perspectiva.

Me había prometido llegar a Cuba, y llegué, cincuenta años más tarde, tras unos pequeños desvíos en la ruta, llegué, ya no era la Cuba de Fidel, no era la de Raúl, no era la de millones escuchando la segunda declaración de La Habana en la plaza de la Revolución, no era la del Che firmando Che en los billetes cubanos que hoy se ofrecen al turista. Me pregunto, si Fidel, el Che, Camilo hubiesen llegado ahora ¿qué harían? Me pregunto si yo hubiera tenido la fuerza para subir con ellos a una nueva Sierra Maestra.

¿Cuántas versiones conoció sobre la muerte del Che?

La primera fue en el año 68 en la plaza principal de Valdivia, en el sur de Chile en medio de una manifestación de estudiantes de la Universidad Austral y Técnica del Estado contra de la guerra de Vietnam. Al finalizar los discursos subió al estrado de las retretas, el Pata de lancha, apodo del secretario regional de las juventudes comunistas, quien se apoderó del micrófono y desmintió la primera muerte del Che. "¡Acabo de recibir un llamado desde Santiago!", dijo, "donde me aseguran que la noticia de la muerte del Che es falsa, está vivo y, esto es una primicia, reaparecerá en el Festival Mundial de las Juventudes Democráticas, en Sofía, Bulgaria, y aprovecho para invitarlos a unirse a la delegación valdiviana". Conocía al Pata de lancha, por primera vez dudé de la palabra del Partido.

La segunda fue en La Paz, corría el año 1971. Tras un recital se me acercó un boliviano, su rostro marcado por el paso del tiempo y un dejo de tristeza, y con orgullo en sus ojos me alargó un paquetito envuelto en una bolsa plástica. "Es un ajedrez", me dijo, "lo tallé en la cárcel, acompañé a Régis (se refería a Régis Debray), a él lo condenaron a treinta años, salió el año pasado, yo, yo no tuve la misma suerte, eso me dio tiempo a tallar este ajedrez, cada pieza me hacía ganar tiempo. Creo que usted puede hacérselo llegar". Dicho esto desapareció antes de que pudiera preguntarle si sabía como había muerto el Che. De seguro el guerrillero no conocía a Sartre o a Malraux, De Debray me acuerdo, del nombre del guerrillero, no. Esa fue la segunda muerte del Che.

La tercera fue en La Habana, caminaba, ya no corría, el año 2019, caminando hacia El Floridita a conversar con un asiento vacío. Por la espalda una voz me contó la verdadera historia de la muerte del Che. Y esa es la que narro en Esperando la Revolución, la historia de voces y versiones entrecruzadas en que el mito, la leyenda y la realidad juguetean.

“El viaje a Cuba fue un regreso al sueño, a lo imaginario, un cuestionamiento a las raíces, la necesidad de entender”

¿Le estremeció tanto su mente el viaje?

Vivimos, o al menos vivíamos, en tiempos en que los sueños se adormecían mecidos por un supuesto bienestar. Cierto, la realidad surgía de vez en cuando cual rara centella para sumergirse en los ojos y oídos de incrédulos espectadores.

El viaje a Cuba fue un regreso al sueño, a lo imaginario, un cuestionamiento a las raíces, la necesidad de entender, de encontrar la curva que hizo perder el rumbo, de compartir la culpa, si culpa hubo.

No se sale incólume de un interrogatorio a las fuentes del presente, duele. Duele cuando el presente explota en pedazos, duele cuando el pasado no tiene regreso, duele cuando tras tantos años nos vemos confrontados a reinventar la sociedad en que vivimos, duele la hermosura de tan titánica tarea, si seremos capaces, capaces de reinventarnos y estremecernos, no frente a la muerte, frente a la vida.

¿En qué situación se encuentran las universidades en Cuba? ¿Hay libertad de cátedra?

Difícil saberlo, en la calle, cuando se es desconocido frente a desconocido las lenguas se desatan y muestran dos caras, el ying y el yang de la sociedad cubana, el reconocimiento de una educación que dejó de ser privilegio, la terrible pregunta de ¿para qué?

Durante las sesiones oficiales resonaban pensamientos intentando pasar entre las frases cartón piedra de consignas de comisarios, siempre intentando reencausar el discurso, no la revolución.

La ventaja de ser de afuera es que el discurso, quede o no quede, puede circular por la sala, por los jóvenes oídos de estudiantes, puede autorizar una crítica que comience con un: como dijo el compañero...

Me acordé del Pata de lancha y de un juego de ajedrez.

¿La mejor universidad está en la calle?

La calle enseña, la calle en Cuba, en Chile, en una villa en Buenos Aires, enseña y no estoy hablando del viejo, rígido y fracasado sistema de la letra con sangre entra, se trata de la realidad, la sangre hace nacer la letra.

El mar y sus despojos enseña, en el Palacio de Bellas de Artes, en el segundo piso se escuchaba la voz de Fidel llamando a la zafra de los 10 millones en 1970, pero para llegar a escuchar a Fidel se debía pasar por un patio en cuyo suelo yacía una barca hecha de pequeñas embarcaciones y restos recuperados de naufragios de los balseros, una muñeca sin cabeza, un zapato, un vestido desgarrado. Sueños inconclusos desgarrados tanto en el segundo como en el primer piso.

Los cubanos aprendieron a reírse de sí mismos, el aprendizaje más difícil

¿Cómo encontró a las gentes cubanas? ¿A qué se debe tanta alegría?

En la gente hay muchas personas, pero en esas muchas personas hay un espíritu indomable, se ríen, sin dientes se ríen, sentados en el dintel de derruidas puertas mirando pasar el tiempo se ríen, mirando pasar al gringo en un auto descapotable, del gringo se ríen.

Aprendieron a reírse de sí mismos, el aprendizaje más difícil.

Si faltan los huevos, bueno, ya nos arreglaremos, no nos vamos a morir por un huevo, se ríen, si falta jabón, bueno aprenderemos a practicar la distancia social, dicen que es buena en tiempos de pandemia, se ríen, si se acerca uno de vigilancia, cantamos Chan Chan con Compay Segundo en la memoria, pero ahí no se ríen.

Se dice que en los tiempos de grandes desgracias la risa es un remedio infalible para sobrevivir, cuando la desgracia se prolonga, la risa pasa a ser parte de la vida.

Sí, las cubanas y cubanos son alegres, y se ríen. Del chileno buscando sueños, lo sospecho, se rieron.

¿Son lo mejor del país?

Sí, acompañados con un mojito, un daiquiri o un Habana fresh en el bar del Che.

Y en ellos se cobija la esperanza.

¿Está la economía en Cuba demasiado dirigida?

Ojalá fuera solamente la economía. Cierto, el bloqueo norteamericano es inmoral y hiere al pueblo cubano, pero cierto es también que hay un bloqueo interno, y ese es tanto a más peligroso. Cuando hay presos políticos, cuando aquello que se suponía se iba a erradicar reaparece en las calles de la Habana vieja, cuando se ejerce la autocensura es que algo no está funcionando o está funcionando al servicio de pocos, en contra de la mayoría.

¿Podemos soñar con una Cuba mejor?

Sí, junto a la risa en los ojos de los cubanos aflora un deseo de un futuro mejor, no piden cambiar las conquistas, no piden el neoliberalismo, ¿que harían con una docena de huevos?, al contrario, saben del sufrimiento de otros en hoy lejanas, pero tan cercanas sociedades, aquellas que tienen una docena de huevos, pero no derecho a la medicina. Quieren respirar, ejercer el derecho a elegir y que no elijan por ellos, quieren regresar a la alegría y a la risa no como arma si no como expresión de un pueblo.

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