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"La ruta infinita", de José Calvo Poyato, buscando un paso, una ruta y confirmar una sospecha, dieron la primera vuelta al mundo

Ed. Harper Collins

Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
sábado 01 de agosto de 2020, 18:28h
La ruta infinita
La ruta infinita
La realidad histórica nos indica, de forma prístina y taxativa, que el 10 de agosto de 1519 se hacía a la mar, desde el muelle hispalense de las Mulas, una flota española compuesta por cinco naves llamadas: la Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la Victoria y la Santiago. Pretendían un paso por Las Indias para llegar al comercio de las especias en Oriente.

Estaba al mando un circunspecto, riguroso y experimentado marino portugués llamado Fernando de Magallanes, el Estado español era más serio y objetivo para estos menesteres que el de Portugal. Tras estar unos cuarenta días en la desembocadura del río Guadalquivir, frente a Sanlúcar de Barrameda, salieron a enfrentarse con el Mar Tenebroso. Cuando regresasen, tres años después, solo lo haría la Victoria, portando 18 marineros hambrientos y agotados de pura caquecsia. Quien mandaba la nave era el vasco Juan Sebastián Elcano; habían encontrado el paso al mar del Sur, pero las innumerables penalidades habían sido un calvario. Ya habían sido los españoles los pioneros en algo, y ahora en dar la vuelta al mundo.

Como en todas las novelas-históricas, dentro del drama novelado, se pergeñan una serie de personajes de ficción necesarios para realizar un nudo argumental ágil y obvio. Uno de los reales más interesantes es Antonio Pigafetta, que embarcó como sobresaliente, y escribió un Diario de la epopeya, en el que no deja muy bien parado al capitán general Magallanes. Otro de los destacados es el tutor del emperador Carlos V, el cardenal Adriano de Utrecht, luego arzobispo de Tarragona, y terminando como Sumo Pontífice de los cristianos-católicos con el nombre de Adriano VI, último papa no italiano hasta Juan Pablo II; el preceptor imperial taimado como pocos, sería uno de los personajes más maquiavélicos de la época, enemigo de los Comuneros de León y de Castilla; concretamente, en este último caso, comprando las voluntades de los procuradores de Burgos, quienes se vendieron en contra del resto de las Comunidades.

Gonzalo Gómez de Espinosa, sería alguacil de la escuadra, y asumiría más tarde el mando de la expedición. Cristóbal de Haro es un plutócrata, y con sus caudales será el que se encargue de financiar el periplo. Abusa el historiador del vocablo de Corona de Castilla, cuando la titulación obvia, desde todos los puntos de vista históricos es la de los Reinos de Castilla y de León o viceversa, contra esta manía de borrar al concepto Reyno de León seguiremos los historiadores rigurosos luchando hasta la extenuación. El camino real de Elvas no cruza Castilla sino el Reyno de León. Juan de Cartagena es el veedor o inspector de hacienda de la escuadra, sus enfrentamientos con Magallanes fueron constantes, ya que el capitán general era de carácter agrio y de ego riguroso pero exaltado, probablemente Magallanes no se fiaba ni respetaba a los españoles, los cuales miraban por encima del hombro al lusitano. Francisco Albo es el contramaestre de la nave Trinidad, y asimismo escribirá otro Diario sobre el viaje. El prof. Calvo Poyato es un historiador especialista y con una muy buena base científica de la historia; por ello conoce perfectamente la sociología de la época que narra, y estoy seguro que discriminará correctamente León, que nunca ha desaparecido, de una Castilla sobredimensionada hasta una anhistórica y diabólica Corona de Castiella.

Para pergeñar una trama, tan correcta e inteligente como en esta novela, nos acerca a aquella bulliciosa y colorista Lisboa, donde hasta un monarca tan triste como Felipe II Habsburgo mutaba su negro ceniciento por el colorido inherente a los portugueses y, sobre todo, a las bellísimas mujeres que alegraban con su inteligencia y su alegría las cortes de los Reinos de León, de Aragón, de Navarra y de Castilla. Sevilla y su corrupta Casa de Contrataciones estarán en la primera fila del devenir narrativo del autor; y ese calificativo no es mío, sino del propio Miguel de Cervantes y Saavedra que la denominaba con toda acrimonia como el Patio de Monipodio, personaje pícaro y prepotente por antonomasia, y que se encargaba de todas las falsificaciones posibles para que los que iban a Las Indias lo hiciesen como cristianos-viejos y no como conversos o marranos. Fernando de Magallanes se entrevistará con el joven y autócrata emperador Carlos V, donde colige que es un nido de intrigas, y, como siempre, no ven con buenos ojos que sea un portugués quien dirija el viaje; además lo elevado del coste del hecho asusta un poco a aquellos cortesanos, mayoritariamente clérigos que solo observan la cuestión si existiera un beneficio espiritual. Estamos hablando de un Estado Español endeudado hasta lo infinito, por las inexplicables aventuras europeas de aquella dinastía borgoñona que tenía sus afectos y sus intereses en el centro de Europa.

El 22 de marzo de 1518 se firmó un tratado, en Tordesillas, entre españoles y portugueses, por el que se dividían Las Indias en zonas de influencia entre, sobre todo, los Reinos de Castilla y de León y de Portugal, trastocando los deseos y las bulas del cardenal Rodrigo Borja, luego Papa Alejandro VI que lo quería todo para los territorios orientales de la Península Ibérica; por consiguiente era necesario demostrar que el viaje era geográfico y de búsqueda de un paso hacia el Pacífico. En suma, este es el fenomenal libro escrito por el prof. Calvo Poyato que recomiendo vivamente y sin ambages. Virtus et vitium sunt contraria!

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