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"Martín Fernández, un obispo leonés del siglo XIII. Poder y gobierno", de Gregoria Cavero Domínguez

Editorial La Ergástula
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
sábado 03 de octubre de 2020, 17:00h
Martín Fernández, un obispo leonés del siglo XIII
Martín Fernández, un obispo leonés del siglo XIII
Estamos ante una obra esencial para el conocimiento medieval de las Españas, aunque en este caso se trata de un clérigo, que fue preclaro en el Reyno de León, me refiero al obispo legionense Martín Fernández.

En agosto del año 1254 el Sumo Pontífice de los cristianos católicos Inocencio IV nombró al arcediano de Saldaña Martín Fernández como obispo de la capital real del Reyno de León. Había sido notario regio del rey Fernando III el Santo de León y de Castilla; y el rey Alfonso X el Sabio de León y de Castiella lo calificaba como “mío criado”. Debería regir la sede legionense durante 35 años, y conseguiría resolver la maltrecha situación económica del episcopado leonés. Para la edificación de la Pulchra Leonina conseguirá que el Papa Alejandro IV y el rey Alfonso X cancelen deudas y desvíen fondos a dicha diócesis; y por sus procuradores en Roma conseguiría un importante conjunto de créditos para ello. En el año 1258 los obispos se reúnen en Madrid, y en Lyon en 1274, y de ambos sínodos obtiene el permiso y el apoyo para la concesión de indulgencias, a cambio de importantes donativos para dicha edificación.

Será un prelado creador de normas religiosas, concretamente en los sínodos de 1267 (contiene 66 puntos o constituciones. Se dirigen hacia el comportamiento y la honestidad de los sacerdotes, desde el plano espiritual hasta el económico, sacramentos, cofradías y costumbres) y de 1288, las cuales irían dirigidas al buen gobierno espiritual y económico del cabildo catedralicio. El rey Alfonso X donaba, en el año 1258, 500 maravedíes anuales para la salvación de su alma pecadora, que el prelado utilizaría para la creación de dos capellanías catedralicias dedicadas a Santiago y a San Clemente. Hacia 1260, la capilla mayor ya estaba dedicada al culto. Uno de los arquitectos es un misterioso maestro Simón quien, en el mes de febrero de 1261, es testigo de un litigio operis eiusdem legionensis ecclesie magister. Hacia 1277, el arquitecto es el maestro Enrique para las portadas occidental y meridional, y ya en el año 1296 será el maestro Juan Pérez quien se encargue del claustro.

Parece ser que el prelado no estuvo siempre a favor del Fecho del Imperio, por lo que se diluyó su sintonía con el rey Sabio, lo que recuperaría con el ascenso al trono del rey Sancho IV de León y de Castilla, pero al tomar partido por el hijo fue exiliado. Reivindicó la figura del clérigo-juez o juez eclesiástico propio, que la iglesia de la capital regia poseía desde el reinado del gran monarca Alfonso IX de León. Se utilizaría para ello la Lex Gothorum o Libro de los Jueces de León o Fuero Juzgo, de esta forma se podrían juzgar las alzadas que ante él se presentasen, lo que debería tener lugar ante el hermosísimo Locus appellationis de dicha catedral; por consiguiente el Juez del Libro Juzgo debería ser un clérigo, es decir un canónigo o un arcediano de la Santa Iglesia Catedral de León; en este caso ninguno de los dos soberanos, padre e hijo, hicieron la más mínima resistencia.

El ya referido sínodo de 1267, es el resultado posterior de su epítome o ejemplo paradigmático, que lo sería el concilio ecuménico lateranense IV (año 1215), y del concilio de Valladolid (año 1228). En el sínodo de 1288 solo se promulgan 20 normas o constituciones, en este segundo caso la normativa procede del concilio de Lyon (año 1274), y el resultado de su asistencia a dicho concilio fue el relativo a la concesión de indulgencias a todos los cristianos, que entregasen limosnas para la edificación de la catedral de León. Tuvo una importante inclinación a favorecer a las órdenes de frailes mendicantes de la época, tales como franciscanos y dominicos. Aunque se sintió más vinculado a los seguidores del poverello de Asís, los cuales gozaron de todo su apoyo; Martín Fernández consagró y puso la primera piedra del convento que los franciscanos fundaron en Sahagún. El papa Alejandro IV le ordenaría que expulsase, del monasterio benedictino sahagunino, a un notorio hereje franciscano llamado Guillermo Arnaldo, y que estaba refugiado en ese poderoso cenobio.

En el declinar del año 1288, viéndose morir, dictó su testamento a su sobrino el deán Alfonso Yanes, y a su confesor-franciscano Alfonso Domínguez. Deberían enterrarlo en el coro de la Pulchra Leonina y pagar sus deudas. Dejaba importantes dineros para la Compañía de los Bachilleres. Pasaría a mejor vida el 24 de marzo de 1289. Estamos en la segunda mitad del siglo XIII, cuando los reinos de León y de Castiella tienen un solo nexo de unión, y que es el mismo monarca, pero todo les separa, sobre todo las cortes que se reúnen y legislan por separado, y así lo harán hasta inclusive el reinado del rey Pedro I el Justiciero de León y de Castiella, y en ningún caso, como indica el prólogo, cuando ya los reinos de León y Castilla habían sellado su fusión. Los prelados de los reinos de León y de Castiella, por causa de los atrabiliarios comportamientos del rey Sabio, tomarían partido por la figura del hijo. Su vida pública abarcaría los reinados de los soberanos Alfonso IX de León, Fernando III de Lleón y de Castiella, de Alfonso X el Sabio y de Sancho IV.

Su vida, con los esperados incidentes del momento, tendrá, como es de rigor, sabores y desilusiones, tanto en el aspecto político como en el eclesiástico: luces y sombras al servicio de reyes y pontífices romanos. Había lidiado con concejos y señoríos, con vasallos y feligreses, con clérigos y laicos. En suma, obra sobresaliente y conspicua, en un género admirable, el de la biografía. Ut placeat Deo et hominibus!

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