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"La mentira es una flor", el poemario póstumo de Leopoldo María Paunero

Por Evaristo Aguado
lunes 19 de octubre de 2020, 11:35h
La mentira es una flor
La mentira es una flor
Leopoldo María Panero nació en Madrid en el año 1948 y murió el 5 de marzo de 2014 en Las Palmas de Gran Canaria. Su último libro: La mentira es una flor. Nadie ha fabricado un volumen a partir de despojos poéticos y versos sobreros, sino que se trata de un libro concebido como tal y custodiado por Huerga y Fierro para, ahora, editarlo en su colección Rayo
Azul, una de las puntas de lanza de la creación poética actual del país.

Es importante no perder de vista el momento de su concepción para no enturbiar la experiencia de su lectura: este poemario no es otra cosa que las ruinas del más endiabladamente inteligente de los poetas españoles contemporáneos. Ciertamente, sus ruinas abarcan un territorio más amplio, formando parte del vasto complejo de ruinas que conforman algunos otros libros de su última etapa. La primera sensación que tiene uno es la de conocer, más bien reconocer, estos versos: las ruinas, la verdad, el desastre, el silencio, la muerte, el más de un centenar de referencias culturales, los «oh», los «ah», las autocitas…

Con menos justicia de la merecida ha tratado la crítica la última poesía de Panero. Se le ha acusado de repetitiva y hasta se ha despreciado su compulsividad creativa haciéndola sinónima de descuido y de circunstancial. Sin embargo, esta forma de crear obedece a un plan perfectamente meditado y coherente con su locura: la palabra no es ese potente demiurgo creador del que surge, ya sea nombrando ya sea interpretando, el mundo; no es la última esperanza, no es el verbo que convierte al poeta en un pequeño dios. Todo lo contrario: la palabra cae sobre la cosa y la destruye. ¿Y qué es lo que queda? Solo ruinas. Ruinas del hombre y ruinas del mundo donde el silencio brilla sobre la página, donde el silencio, en su segundo advenimiento, se convierte en señor y dueño, en, como dice el propio Panero, principio y fin. Es allí donde va a morir toda palabra.

Por eso Panero renuncia a ser hombre, renuncia a la vida para entregarse a la belleza de la ruina. Nos lo dice claramente: «Escribo para que el hombre se enamore de la muerte». Es en la muerte, en la nada, en el silencio, en la ruina, en el excremento, en lo que queda cuando es sometido al rayo destructor de la palabra, donde hemos de rastrear la belleza.

Solo Pound y Eliot (omnipresentes, por cierto) han compartido esta obsesión (todo en Panero es obsesión) por la cita, a menudo acompañada por el «dixit». Shelley, Lacan, Borges, Brodsky, Ausias March, Carnero, Clare, Lowell, Mallarmé, Poe, JRJ, Nerval, Carroll, Neruda, Góngora, Pessoa, Novalis, Kafka, Bataille… El culteranismo novísimo es en Panero deconstrucción (formación de ruinas) del hombre. Las ruinas son (o al menos encierran) el conjunto de citas tomadas literalmente (en muchísimas ocasiones) o bien excitando la memoria del lector (como en el caso de las de Vallejo o Isidoro Ducasse); y no solo ajenas, sino propias, porque no hay diferencia en la mente de Panero entre unas y otras: referencias literarias, filosóficas, religiosas, musicales, plásticas, de personajes reales o ficticios.

En definitiva, La mentira es una flor viene a ocupar otra parcela más de esas hermosísimas, riquísimas, sorprendentes ruinas que conocemos como «la última poesía de Panero». Es un sistema redondo, totalmente coherente. Como tal, no puede no ser leído. No se puede negar al lector el placer de morir también en ellas. Hambre de muerte, sed de poema, dijo Panero, jugando al mismo juego, poniendo de rodillas al lector ante el silencio y mostrándonos «los huesos de su alma tendidos sobre el papel».

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