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Nina Lykke, "Estado del malestar": el deseo que habita en el anhelo y la nostalgia

Por Ángel Silvelo Gabriel
sábado 28 de noviembre de 2020, 03:00h
Estado del malestar
Estado del malestar
Lo extraño. Lo fantasmagórico. Lo irreal. Lo deseado… La necesidad de esa felicidad que siempre buscamos en el lugar equivocado. Esa lucha que representa nuestro vacío. El desasosiego. La incertidumbre. El caos. El caos que transforma a los humanos en hormigas obreras. Obedientes. Aletargadas. Esa droga que anestesia y provoca el mayor de los suicidios en la sociedad actual y que llamamos BIENESTAR.

Esa droga contra la que lucha Elin, la médico de cabecera protagonista del Estado del malestar; un título que se aleja del original noruego y más cercano a la palabra metástasis, como nos aclara en un vídeo la traductora de esta novela (Ana Flecha Marco); una novela que ha sido Premio Brage al libro del año en Noruega. Una novela sobre la que, quizá, como nos dice Ana, metástasis no ejerza un nivel tan representativo de la esencia de la misma como el elegido para esta edición por Gatopardo Ediciones. Iconos aparte, Estado del malestar es una sátira cruel y muy bien planteada sobre el deseo que habita en el anhelo y la nostalgia. Lykke, su autora, lo aborda con un estilo ágil, sencillo y mordaz, excavando en el terreno de la insatisfacción de los pobres infelices que lo tienen todo y sin embargo se quejan sin parar. Y, también, aflorando ese malestar del bienestar que nos fagocita y nos hace representarnos a nosotros mismos como animales que nunca se sacian. Siempre queremos más, como cerdos que nunca pararían de comer si se les proporcionara la comida que nos exigen. Estos trastornos de hormigas insatisfechas que somos, los filtra muy bien Nina Lykke a través del consultorio de Elin, convirtiendo a su despacho y, por ende, al centro de salud en el que trabaja, en un gran filtro de las emociones, porque como expresa muy bien al inicio de la novela: «Nadie conoce las modas populares mejor que un médico de familia. He visto de todo: productos sin gluten, sin lactosa, sin azúcar, todas las recetas de los periódicos y de internet que convencen a personas sanas de que si dejan de comer pan o queso todo irá como es debido. Los pacientes de mediana edad no comprenden por qué están siempre tan cansados. Porque te haces mayor, les digo...». A partir de ahí, todo se convierte en un DeLorean sensitivo donde sus pacientes siempre buscan viajar en el tiempo para alejarse de sus miedos y enfermedades ficticias, pues ninguno de ellos se atreve a conjugar uno de los falsos axiomas del Templo del Bienestar: Muchos derechos y pocos deberes.

Estado del malestar también representa la impersonalización de la raza humana a la que cada vez nos vemos más avocados. Lykke, de nuevo con muy buen criterio, despersonaliza a los pacientes de Elin nombrándolos por sus años de nacimiento o nombres comunes que representan una cualidad física o psíquica de los mismos (el Gordito, el Rebelde, el Hombre de la Coleta, Zumo de Cactus). Incluso se atreve a mucho más en su ambicioso mapa sociológico, cuando aborda la colectividad de Grenda (el barrio donde reside) y extrae de ella los convencionalismos de los pijo-progres de sus vecinos, que muestran una obediencia extrema hacia sus falsas costumbres en contraposición a la libertad que muestran los de las mansiones de enfrente (como las denomina la autora), y que viven su bienestar sin mostrar malestar por ello, aunque también sean víctimas de sus propios vicios o errores. La frontera de los cincuenta como nuevo abismo entre la juventud y el comienzo de la decrepitud, y la rotura de todas aquellas ataduras que de repente se nos muestran inútiles, son el leitmotiv argumental de una novela que, en tono de sátira, indaga sin clemencia sobre la sociedad en la que vivimos; una sociedad egoísta e individualista hasta el extremo, y permisiva con los defectos propios, pero tiránica con los del prójimo. Un bienestar de ególatras que necesitan saciar sus debilidades con fármacos, consultas o especialistas que se tornan en dioses o gurúes de ese bienestar tan idolatrado y, que nada tiene que ver ni representa, con el origen o génesis del mismo, lo que nos lleva hacia una sociedad más desigual y enferma, aletargada y obediente, indigna y cruel. Menos mal, que aún nos queda el contrapunto de la ironía y el humor; un contrapunto que en la novela viene representado por Tore, esa conciencia en forma de esqueleto que tan bien está resuelto. Y, también, a través de la esperanza, un rayo de luz que al final nunca deja de iluminar al deseo que habita en el anhelo y la nostalgia.

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