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YO, PEPITO PICARDIAS

martes 16 de marzo de 2021, 09:06h
Publicamos el relato de Emilio P. Ventero "Yo, Pepito Picardias"
Yo, Pepito Picardia
Yo, Pepito Picardia

Siendo solo un proyecto de hombre y no habiendo sacado los pies de las alforjas, ya ejercía el oficio de porquero.

Todas las mañanas de Marzo a Noviembre, recorría las calles del pueblo con una trompetilla de cuerna de vaca para avisar a los vecinos que soltaran al guarro que yo reunía en manada y llevaba al campo a hozar y buscar verdolagas, hierbas que les gustaba y allí abundaban.

Cada día una dueña pasaba el turno para echarme la merienda. Era mi paga, la comida. Cuando le tocaba a la tía Jacinta, me regalaba con un banquete: No solo pan y morcilla, que era lo habitual, también me echaba en el zurrón los garbanzos que le habían sobrado del día anterior metidos en una fiambrera. Jacinta todos los días ponía al fuego el puchero con garbanzos y tocino, me decía. A su marido no le podían faltar los garbanzos.

Lo mío no era un trabajo sencillo. Tenía miedo de quedarme dormido entre los cerdos. En el pueblo había un muchacho, él oreja- roía, y es que se la comió un cerdo en un descuido de la madre. Si no acude rápido a los gritos del niño, se lo come entero. Los cerdos son peligrosos.

Nunca fui a la escuela, pero aprendí a leer y a contar con los dedos gracias a "Licita" como yo la llamaba. Su nombre era Alicia. Vivía en una casa en el campo me dijo, lindante a donde yo llevaba a los guarros.

Cuando hacia buen tiempo, bajaba al riachuelo a lavar. Su madre estaba achacosa, me dijo más tarde. La espiaba escondido tras unas jaras. Cuando hacía calor se metía en el agua y se enjabonaba. Tanto me gustaba verla así, desnuda, que en una ocasión, incauto de mí, me incorporé y me descubrió. La dije que solo miraba a mis guarros, no a ella, pero no podía apartar los ojos de sus tetas. Me dio un bofetón y desde entonces me llamó picardías.

Al siguiente día me dijo que me lavara yo también porque olía a cerdo. Me puse nervioso, el agua y yo no hacíamos buenas migas. Licita me enganchó de un brazo y tiró de mí cayendo al agua.

Me dio un ladrillo de jabón Lagarto y me urgió a que me quitara la ropa. - Te la lavo mientras tú te enjabonas. Me costó lo mío quitarme los pantalones, ella me miraba. Finalmente lavó mi ropa y a mí. Era la primera vez que el jabón se derretía en mi piel y unas manos femeninas me acariciaron. Estos momentos se grabaron en mi corazón. Creo que después del baño pesaba menos. Seguro que los peces se enfadaron pues el agua quedó casi negra. A partir de ese día Licita me miraba de otra manera.

Los ratos que iba a echar un vistazo a los guarros ella sacaba un libro de poesías y leía. Su autor Gabriel y Galán. Le dije que serian dos los poetas, pero Licita me aclaró que era uno solo con dos nombres.

Preguntó si me gustaban los versos. le respondí que no sabía leer. Yo te enseñaré, dijo:

La eme con la a -ma, la ese con la i- si, la be con la o - bo... Así poco a poco llegué a descifrar aquel galimatías y entender al poeta de los dos nombres:

Que tendrá la hija del sepulturero

Que con asco la miran los mozos,

Que las mozas la miran con miedo.

Pasó aquel verano y el otoño. Llegó San Martin el mataguarros. Me quedé sin trabajo ni ocasiones para ver a Licita. Me acercaba a su casa, pero hacia frio y no aparecía. Entonces me invadía la tristeza y deseaba fervientemente que llegara Marzo para estar a su lado.

El tiempo pasó lentamente. Fue un invierno crudo de nieves y escarcha. Me pasaba los días tumbado frente a la lumbre soñando con Licita: ¿Que estaría haciendo ahora? ¿Se acordaría de mí?

Llegó Marzo y con él la primavera y el nuevo atajo de jóvenes cerdos. Me entraron las prisas por llegar a su lado y sentir su cercanía. Esperé a la orilla del rio. La impaciencia me poseía. No apareció. No ese día, ni los siguientes. La angustia crecía dentro de mí. No pudiendo aguantar por más tiempo, corrí a su casa. Llamé a la puerta. Al rato apareció una mujer. A mis requerimientos me respondió que no conocía a ninguna joven con ese nombre y que desde luego, en los años que ella recordaba en aquella casa no vivió jovencita alguna.

No la creí. Durante meses volví a vigilar la casa y alrededores, pero nada.

¿Fue todo un sueño? ¿O acaso una aparición?

Ha pasado el tiempo y aunque me devané la sesera aún no he logrado aclarar estas aguas, ni desatar este nudo.

Más tengo el presentimiento de que vive en algún lugar. También en mi corazón.

Si alguno de ustedes, por casualidad la ha visto, por favor, hágamelo saber.

Yo la seguiré buscando... Todos los días de mi vida.

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