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El drama de la inmigración ilegal entre África y España queda plasmado de un modo magistral en la obra "Ahlán", de Jerónimo López Mozo

Premio Nacional de Literatura Dramática
Por Miguel Ángel de Rus
sábado 22 de mayo de 2021, 16:00h
Jerónimo López Moro
Jerónimo López Moro
El drama de la inmigración ilegal entre África y España quedó plasmado de un modo magistral en la obra Ahlán, con la que Jerónimo López Mozo logró el Premio Nacional de Literatura Dramática y que rescata Ediciones Irreverentes, después de largo tiempo fuera de las librerías.

Ahlán se convierte en una descripción que resulta cotidiana del que huye de su país para buscar una vida mejor fuera de sus fronteras. Esta obra le supuso a Jerónimo López Mozo el Premio Nacional de Literatura Dramática en 1998, en un momento en el que unos pocos autores, empezaban a escribir sobre una situación que parecía anómala y que provocaba debates tanto morales como políticos y legales. Jerónimo López Mozo establece en la obra paralelismos o referencias a la invasión de norteafricanos que sufrió España en el año 711, mezclando las referencias históricas con las mitológicas y las literarias, ya que la situación que nos ofrece parece eterna, y en todos los tiempos se ha vivido, aunque con distintas respuestas. El hecho de que esta realidad siga vigente, demuestra la capacidad de anticipación de López Mozo, como afirma Eileen J. Doll: “Para mí, Ahlán ya contiene todo sobre la cuestión del maltrato del inmigrante en cualquier sociedad”.

¿En qué momento nació está obra y qué fue lo que te impulsó a escribirla?

Al margen de mi actividad teatral, siempre me interesé por todo lo que tenía que ver con el exilio y la emigración. No era casual. Algunos miembros de mi familia vivían desde el final de la Guerra Civil exiliados en México. Por otro lado, durante años fui testigo de la emigración española hacía Europa en busca de trabajo y de la llegada a España de latinoamericanos que huían de las dictaduras que había en sus países. Pero la idea de dedicar una obra de teatro a este tema tiene una fecha concreta. En 1990 escribí Eloídes, pieza que narraba la bajada a los infiernos de la marginación de un trabajador que había perdido su trabajo. Para documentarme visité los lugares de la ciudad de Madrid frecuentados por los sin techo, como la zona de Tirso de Molina, la estación de Atocha cuando durante su cierre temporal se convirtió en refugio de mendigos y una barriada chabolista marroquí situada en Peña Grande. Por otra parte, en aquella época hice varios viajes a Melilla, bien para asistir al estreno de alguna obra mía por parte del grupo teatral Concord o invitado a participar en alguna actividad teatral. Allí tuve ocasión de conocer, en las cercanas playas de la ciudad marroquí de Nador, el mundo de las pateras. Con ese bagaje y consciente de que el teatro español no se había ocupado de este asunto, inicié la escritura de la obra. Avanzaba muy lentamente y seguramente no la hubiera acabado si en 1993 la noticia de que Ignacio del Moral era el autor de una obra titulada La mirada del hombre oscuro no hubiera actuado como estímulo para no tirar la toalla. Me tranquilizó comprobar que su obra y la mía nada tenían que ver, de modo que decidí concluirla. . En 1995 puse el punto final.

¿Crees que la situación actual hace que la obra siga vigente?

Desgraciadamente, sí. Mientras existan las guerras, la desigualdad, el hambre y los regímenes dictatoriales, persistirán las inmigraciones y los exilios forzosos A veces, los autores pecamos de ingenuos. Escribimos para cambiar el mundo, pero solemos fracasar en el intento. La vigencia de obras de este tipo al cabo de los años es la mejor prueba de ese fracaso. Nuestra fuerza es limitada y hemos de asumirlo. La realidad es tozuda y la realidad es que no está en nuestras manos resolver la catástrofe humanitaria que vivimos.

¿Crees que el hecho de que hayan salido tantas mafias de la inmigración ilegal hace que haya cambiado en parte de la sociedad la opinión con respecto a las personas que llegan a España?

Es posible, pero no estoy seguro. Desde luego no es la única causa. Hay otras. Percibo que la opinión de los españoles sobre el fenómeno de la inmigración ha evolucionado a lo largo de los años en función de la situación económica de nuestro país. En general, siempre hemos recibido bien a los que llegaban de fuera buscando refugio o para mejorar sus condiciones de vida. No es extraño siendo, el nuestro, un pueblo que conoce bien ese viaje en sentido contrario. Los rechazos surgieron cuando, sumidos nosotros en graves situaciones económicas y azotados por el paro, empezamos a ver en el extranjero a un intruso que venía a disputarnos los escasos puestos de trabajo disponibles. Era los años en los que empezamos a llamar sudacas a nuestros hermanos latinoamericanos, unos huidos de las dictaduras argentina y chilena, y otros de la miseria reinante en otros países, Luego, la emigración procedente de los países del Este, pronto relacionada con la actividad de bandas criminales y mafias de todo tipo, y la de los países árabes, que coincidió con los años de terrorismo islamista, añadieron leña al fuego. Con todo, buena parte de la ciudadanía española presta su ayuda, a veces solo bienintencionada, a los inmigrantes.

Estudios europeos afirman que España es el país menos racista de Europa, el más favorable a la recepción de refugiados, de huidos de las guerras. ¿Crees que ese así?

Es lo que dicen las estadísticas. Lo cierto es que el racismo esta muy extendido por el mundo, algo que he comprobado en los países que conozco y a través de las conversaciones que he tenido con mis amigos extranjeros. En el caso concreto de España creo que se dan los dos extremos. Los que acogen a los inmigrantes y tratan de ayudarles y los que sienten por ellos un rechazo brutal que llega al insulto e, incluso, a la agresión física. Pero hay algo más. Hay amplios sectores de la sociedad que se declaran de buena fe no racistas y que, sin embargo , lo son. Es un racismo soterrado, no consciente. A ese propósito recuerdo haber asistido hace años a una cena en la que surgió el tema del racismo. Una de las asistentes hizo gala de su empatía con los negros. Son personas como nosotros, resumió. Otro comensal, la espetó: ¿Consentirías que tu hija se casara con un negro?. A lo que con la mayor naturalidad del mundo respondió: Claro que no.

¿Cómo puede el teatro llevar al público la existencia de problemas como el de la emigración? ¿Crees que las obras llegan a lograr una catarsis en los públicos?

En principio, el teatro en cualquiera de sus modalidades, desde la ficción al teatro documento, es un excelente vehículo para plantear asuntos como el de la emigración y debatirlos. Sin embargo, como he dicho antes, la capacidad para cambiar el mundo desde los escenarios es limitada y, en muchos casos, nula. Dicho esto, es bueno que los autores no renunciemos a seguir intentándolo. En mi caso se trata de una necesidad personal. Es la forma que he elegido para atender mi compromiso con la sociedad y, a pesar de los escasos resultados, considero que debo seguir adelante. La idea de que mi obra haya servido para ayudar a alguien o para despertar su conciencia es un estímulo.

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