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"La Eva africana", de Celia Alba de la Torre

Ed. Salvat. 2023

Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 29 de marzo de 2024, 17:16h
La Eva africana
La Eva africana
Dentro de la estupenda colección dedicada a la Prehistoria o a la ‘Evolución Humana’, hoy este libro nos acerca a la posibilidad, según el análisis de la autora de que: “¿Existe un ancestro femenino común a todos los seres humanos? El estudio del ADN nos permite abrir una ventana al pasado para intentar descubrir los rasgos de una tatarabuela que compartimos todos, una Eva que las últimas investigaciones sitúan en el continente africano”.

El nombre utilizado por los antropólogos, defensores del concepto ancestral femenino para todos los seres humanos, es el de Eva, en referencia obligada al nombre de la primera mujer que aparece nominada en el Antiguo Testamento de la Biblia, desde el punto de vista no religioso sino por puro pragmatismo, ya que el cristianismo, con todas sus múltiples facetas o grupos religiosos existentes, es la unión mayoritaria con la divinidad. La existencia de esta Eva ancestral, se produjo hace unos 200.000 años, y el hecho tuvo lugar por medio de la información recibida del citoplasma celular, existente en uno sus más esenciales organelos, que se llaman mitocondrias, las cuales poseen el paradigmático ADN o Ácido Desoxirribonucleico, que contiene toda la información genética necesaria para el estudio de todo lo que concierne a cualquier Homo sapiens que se precie. Este ADN es compartido por todos los Seres Humanos del Planeta Tierra.

«Si pudiéramos añadir las suficientes páginas al principio de nuestro álbum familiar, remontándonos hasta nuestra Eva, podríamos llegar a su fotografía y observar cómo era físicamente, cuál era su comida favorita, qué hacía, dónde y con quién vivía. Muchas otras preguntas serían más difíciles de responder a través de una mera fotografía, aunque seguro que no podríamos evitar hacérnoslas e imaginar algún tipo de respuestas, como nos sucede ante las imágenes de alguien de otro tiempo. ¿Qué pensaba? ¿Cómo hablaba? ¿Qué conocimiento tenía del mundo que la rodeaba? ¿Cuáles eran sus aspiraciones? ¿Llamaría la atención hoy día si la encontráramos sentada en un parque vestida con un chándal y unas deportivas?».

A todas estas preguntas, a la par tan directas y tan complicadas, tratan de responder los genetistas, que se encargan de escudriñar el interior de las células; pero, asimismo, los antropólogos que se dedican al estudio de la Prehistoria, biólogos evolutivos, arqueólogos, lingüistas o filólogos e, inclusive, geólogos que estudian la corteza de La Tierra con su clima y su orografía. Todos estos estudiosos nos han permitido tener un conocimiento más correcto de todo lo que se produjo en la evolución de la especie humana. El sumatorio del ADN con el estudio de los fósiles encontrados y los cambios climatológicos que concurrían en la evolución, han proporcionado datos más correctos y precisos para el estudio de la ascendencia de los seres humanos.

En un estudio reciente que ha analizado el ADN mitocondrial de más de un millar de individuos vivos de la tribu sudafricana de los khoisán, junto con la reconstrucción del clima en los últimos 250.000 años, se ha podido situar el origen de nuestra especie en los alrededores del lago Makgadikgadi, al norte Botsuana, hace 200.000 años. La primera gran migración humana hacia el suroeste de África habría partido de esa zona de humedales. Esa oleada migratoria no pervivió, ya que ninguna población fuera de África lleva su ADN. Sí que lo hizo, sin embargo, una segunda migración que se produjo hace unos 110.000 años, que es la que acabaría poblando todo el planeta”.

Por todo lo que antecede, se tiene ya la convicción que la especie humana tuvo su nacencia en África, allí nació, y fue donde evolucionó y permaneció la mayor parte del tiempo, hasta que las difíciles condiciones ambientales, que se produjeron, obligaron a estos hombres a emigrar desde el continente africano. Los fósiles más antañones que se han encontrado hasta ahora, del Homo sapiens o de Cromagnon, tienen una antigüedad reconocida de unos 200.000 años, encontrados en la formación rocosa de Kibish, en el valle meridional etíope del río Omo. Los estudiosos de la Prehistoria los denominan como los hombres de Kibish. “Aunque está claro que nuestro origen está en África y que la especie humana ha permanecido allí la mayor parte del tiempo, no hay un consenso sólido sobre el momento en el que abandonamos el continente. De acuerdo a algunos estudios genéticos, Homo sapiens salió de África hace unos 60.000 o 70.000 años. Sin embargo, el registro paleoantropológico (los restos humanos de Skhul y Qafzeh, al norte de Israel, con una edad de 100.000 años) apunta a una salida muy anterior; alrededor de 130.000 años atrás. La salida de África del ser humano es un tema apasionante y aún muy controvertido. Las dataciones que se postulan tienen implicaciones muy importantes en la descripción del proceso de población del resto de continentes”.

Lo que siempre nos ha preocupado a los estudiosos de la Historia y de la Prehistoria es conocer cuál fue la causa por la que aquellos hombres abandonaron África buscando otro continente, con las dificultades enormes que debieron arrostrar para realizar todo ello. La causa climática relacionada con el enfriamiento del clima puede ser considerada, ya que estamos en el inicio de la última glaciación. Este descenso de la temperatura habría recrudecido las condiciones de vida de aquellos hombres, las cuales ya eran de por sí difíciles, y ahora más agravadas; estas temperaturas extremas de frío ambiental tan elevado habrían provocado, sensu stricto, la reducción del tamaño poblacional, con un exagerado incremento de la mortalidad infantil. Se estima que el número poblacional se habría reducido hasta los 10.000 individuos, cifra que colocaba a estos hombres casi al borde de la extinción. Cuando salen de África, poco a poco van incrementando su número de descendientes, pero ya fuera del continente madre africano.

Un día, entre lo que podría parecer un montón de escombros, un antropólogo encuentra un hueso, se detiene un segundo, se inclina y lo extrae con delicadeza del escondite donde ha permanecido durante cientos de miles de años. Ese pequeño trocito de una persona pasa a formar parte de un puzle: el de la historia que narra cómo hemos llegado hasta aquí. Así somos los humanos en lo que respecta a la reconstrucción de nuestro pasado: algo a primera vista tan insignificante como un fósil diminuto nos fascina y nos dispara la imaginación cuando nos damos cuenta de que perteneció a alguien parecido a nosotros que vivió hace miles de años”. Estimo que estas líneas apretadas pueden servir, y así lo deseo, para estimular el deseo de los lectores por acercarse, ilusionadamente, al estudio de la Prehistoria, sin cuyo conocimiento la Historia no hubiese sido posible. «Populi romani est propria libertas».

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