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"Doña Francisca Pizarro. La ilustre hija del conquistador", de María Rostworowski

Punto de Vista Editores, 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 21 de enero de 2022, 16:00h
Doña Francisca Pizarro
Doña Francisca Pizarro

Escribió “el Inca” Garcilaso de la Vega. ‘Comentarios reales de los incas’: “a los hijos de español y de indio o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas nasciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias, y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me llamo yo a boca llena, y me honro con él”.

Este libro, de una indubitable calidad, se refiere a la vida de la hija del conquistador del Imperio de los Incas o Tahuantinsuyu, que fue Francisco de Pizarro, quien la engendró con la princesa inca Inés Huaylas Yupanqui. Siendo esta hija-mujer una de las primeras mestizas nacidas en la América Hispana. En el contexto de esta mujer está el centro de las relaciones entre los españoles y las mujeres indígenas, quienes fueron esposas, amantes, mancebas, sirvientas o prostitutas. Las relaciones entre varones-españoles e indígenas fueron enseguida, y sin solución de continuidad, de una total dependencia. Estas situaciones serían furtivas o estables, pero por la idiosincrasia no discriminatoria de los españoles, casi seguro de igual a igual. Hasta tal punto es así la cuestión que, doña Francisca Pizarro, sería educada en las Españas.

Esta magnífica obra plasma, basándose en las fuentes rigurosas del momento histórico narrado, cual fue el devenir vivencial de esta mujer. “Los acontecimientos de la invasión repercutieron hondamente entre los miembros femeninos, tanto de la nobleza como de las clases populares. En tiempos del Tahuantinsuyu, las mujeres nobles se distinguían de las plebeyas por el cuidado de su persona y su esmero en el vestir. Las de la clase noble llevaban los cabellos largos y sueltos sobre los hombros, y según Pedro Pizarro, eran hermosas. Durante los viajes estas mujeres eran conducidas en hamacas o en andas por numerosos servidores. Según Sarmiento de Gamboa, cuando la coya o reina se casaba, el Inca le otorgaba un gran número de servidores. Esta élite femenina estaba acostumbrada a una situación de privilegio, de abundancia y de lujo, además de ostentar en algunas regiones el poder, a título de jefe étnico. En el norte, las ‘capullanas’ o cacicas perdieron, como consecuencia de la invasión europea, su posición sociopolítica a favor de los varones. A raíz de la conquista, muchas mujeres nobles se vieron convertidas en mancebas, concubinas o prostitutas. En algunos casos se casaban con españoles, pero por lo general de rango inferior al suyo”.

La paradoja de las relaciones con los españoles, fue muy variopinta; ya que algunas indias serían maltratadas, e inclusive violadas. No obstante el esfuerzo de los reyes españoles y de los clérigos fue enorme para tratar de coartar las bajas pasiones de algunos conquistadores españoles. En el otro bando se encontrarían aquellas mujeres que se admiraban de la fuerza y el poder de aquellos individuos barbados, y que como con un puñado de soldados habrían conseguido abatir el orgullo del crudelísimo y opresor Hijo del Sol o Señor de los Cuatro Suyus. Además, muy probablemente se sentirían subyugadas por la forma de amar de aquellos extraños personajes, venidos de tan lejanas tierras. Los hombres del imperio de los Incas no tenían más que la alternativa de acompañar a los españoles en sus enfrentamientos civiles, y morirían en muchos de ellos. Se colige que los indios eran alistados como soldados, además de ser utilizados para el transporte de los víveres y de las armas. Cuando no estaban luchando, es muy posible que se dedicasen a participar, como mano de obra, en la construcción de las diversas ciudades hispanoamericanas, cumpliendo la tasa laboral de los encomenderos. No obstante, la autocrítica de los españoles es constante, lo que nunca ha ocurrido con otros imperios.

De esta forma será por lo que el licenciado Pedro de La Gasca ordenó la primera Visita General en 1548, en esta inspección es en la que se fijaron las bases para calcular y confeccionar posteriormente la, en ocasiones, abusiva tasa de la Encomienda. La Gasca pretendía, de acuerdo con la Corona de España, que dicha tasa fuese benigna para los indígenas; hasta tal punto es así que inclusive pretendía que los indios no pagasen ese tributo durante un año. Lo contrario ocurriría en relación con las mujeres andinas, y del resto de la América Hispana, ya que la escasez de féminas europeas y españolas hacía esenciales a las indias. El mestizaje ya estaba a la orden del día. “Durante una visita a sus dominios, el Inca Huayna Capac llegó a la rica y próspera macroetnia de Huaylas (Guaylas en los manuscritos). Siguiendo con las costumbres y los preceptos de la reciprocidad, el Inca estableció lazos de parentesco con los principales señores de la comarca, que consistían en tomar por esposas secundarias a dos jóvenes nobles. Así, se casó con Contarhuacho, hija de Pomapacha, jefe étnico de ananguaylas, y con Añas Colque, hija Guacachillac, señor de Ruringuaylas (Espinoza, 1976)”. Ambas esposas eran muy consideradas por el Inca, ya que cada una de ellas disponía de un elevado número de ‘guarangas’ o pobladores a sus órdenes. El nuevo Inca, Atahualpa, entregó a Pizarro a su hija, Quispe Sisa, luego llamada Inés; tras ser bautizada tuvo dos hijos con Francisco de Pizarro, una llamada Francisca (nacida en Jauja en 1534) y el varón llamado Gonzalo (1535). La unión de Pizarro e Inés solo duró unos años. La legitimación de doña Francisca se realizó por cédula real: “Este día se despachó para onores y heredar para doña Francisca Pizarro hija del Gobernador don Francisco Pizarro, avida en mujer soltera natural de la provincia del Perú, firma de la emperatriz nuestra señora/Refrendada y señalada de los dichos años 1537”.

Con estos datos recomiendo, vivamente, esta magnífica biografía, el resto está a disposición de los lectores, que deben paladear este libro magistral, y muy recomendado, sobre la vida, la obra y los avatares, de otra mujer importante del planeta Tierra. Presenta un paradigmático anexo, esclarecedor, y que es nada más y nada menos que el testamento, sensu stricto, de la propia doña Francisca de Pizarro; la cual nunca perdió su situación social y su fortuna; quizás otras indígenas o mestizas no tuvieron tanta suerte con el azar o los hados; y, por supuesto, entre las indias de la América estadounidense nada de nada. ¡Sobresaliente!Reformare homines per sacra, non sacra per homines”.

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