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"Lepanto, la batalla decisiva", de Agustín R. Rodríguez González

Ed. Sekotia/Almuzara 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
martes 10 de mayo de 2022, 22:00h
Lepanto, la batalla decisiva
Lepanto, la batalla decisiva

Creo que la Batalla de Lepanto no fue aprovechada en ninguna circunstancia, cuando habría sido una ocasión única para poner al Islam en su sitio, y todo quedó en fuegos de artificio. En el atardecer del 29 de mayo del año 1453 las fuerzas musulmanas otomanas finalizaron, de forma sangrienta, el asedio de la gloriosa capital del Imperio Romano de Oriente, es decir Constantinopla; y el sultán Mohammed-Mehmed II se regocijó sobremanera, ya que el cerco, comenzado el 3 de abril de aquel año, había tenido altibajos.

Los numerosos emperadores bizantinos existentes y reinantes desde la caída de la Roma de Occidente habían mantenido el prestigio de su Historia, incrementando su voracidad imperial y territorial. Además la ciudad de Constantinopla era la joya de la corona del emperador Constantino I “el Grande”, quien había sido su fundador; mientras Roma había sido durante mucha parte de su historia, pagana; la capital de los romanos orientales siempre había sido cristiana. Para mayor ofensa al cristianismo griego, y europeo en general, la gran basílica de Santa Sofía o de la Santa Sabiduría había sido convertida en mezquita, sus preciosos mosaicos serían tapados con yeso, y de esta forma se evitaba ofender la conciencia de los mahometanos, que pudieran tomarlos como idolatría sensu stricto. Los nuevos bárbaros, según la concepción típica de los romanos, ya no eran paganos, tampoco cristianos poco romanizados, sino musulmanes muy complicados doctrinalmente hablando.

El último emperador bizantino, desdichado como pocos, fue Constantino XI Dragases Paleólogo, nacido el 8 de febrero de 1405, emperador entre 1449 y el 29 de mayo de 1453, quien estaba a favor de la unión de las iglesias católica y ortodoxa, según el dictamen del Concilio de Florencia; moriría valerosamente en la defensa de la ciudad. Constantinopla, a la que los turcos llamaron Estambul. Esta estaba rodeada por una triple muralla, y su populosa población era muy difícil de domeñar. Por el contrario, las posesiones bizantinas en el resto de Grecia y en la región de los Balcanes se fueron derrumbando como un castillo de naipes, hasta terminar en 1389 con la caída de Kosovo. El sultán Bayaceto I aplastó, sin muchos problemas, a una expedición occidental de socorro en la batalla de Nicópolis, en el año 1396. En el ínterin, los mongoles de Tamerlán derrotaron al mencionado sultán otomano en la batalla de Ankara, en el año 1402; todo esto permitió un respiro al emperador bizantino. Los musulmanes otomanos ya pudieron obtener nuevas victorias sobre los mongoles, en Varna-1444 y en Kosovo-1448. La ciudad imperial ya estaba preparada y debilitada, para caer como fruta madura en poder del Islam otomano. En el año 1451 asciende al trono turco el sultán llamado Mehmed II, que es un hombre muy joven, ya que solo tiene 19 años, y considerado como homosexual.

Por otra parte era dado a la bebida, algo imperdonable en un musulmán, e inauguró la espantosa costumbre otomana de asesinar a sus hermanos al subir al trono para evitar problemas dinásticos. Pero era también un gran estadista y un excelente jefe militar, como lo demuestra que consiguiera su principal objetivo, la toma de Constantinopla, solo dos años después, cuando tantos sultanes turcos la habían asediado y atacado durante años inútilmente”. Para mejorar las prestaciones bélicas, los turcos habían sido unos estupendos alumnos en la utilización de la artillería, que había sido esencial y definitiva en 1389 para el triunfo en Kosovo. En este momento histórico un ingeniero húngaro llamado Urban es rechazado, de forma inexplicable, por el poder bizantino imperial, y ofrece sus servicios a los turcos, donde es aceptado y construye, para ellos, un enorme cañón con un tubo de ocho metros de largo, y capacidad para lanzar un proyectil de piedra de casi media tonelada. Con toda la artillería a punto, los turcos de Mehmed II bombardean Constantinopla durante seis semanas, en esta situación las murallas ya no son imbatibles, y presentan numerosas brechas. Los defensores militares de la ciudad son únicamente siete mil, y los atacantes más de cien mil soldados mejor armados, y muy enardecidos religiosamente por la proximidad de la conquista de la fruta apetecida.

La caída de Constantinopla supuso la de la última muralla de contención para la expansión turca, Grecia entera y Servia cayeron en los años siguientes, e incluso Albania, donde se hizo famosa la resistencia de Scandeberg, que sucumbió en 1468”. Belgrado y Viena sufrieron enormemente, y sus poblaciones se sintieron aterrorizadas por este Islam belicoso, que no respetaba a nada ni a nadie. Los otomanos construyeron una marina más que eficaz y moderna, con ella se estaban preparando para la conquista del Mediterráneo y de sus costas adyacentes. El peligro era real, y sobre todo para la mercantil y comercial Venecia, cuyo almirante, llamado Pietro Loredano derrotó a los otomanos en la batalla de Gallípoli. Venecia decidió pactar algún tipo de coexistencia, y de esta forma seguir comerciando sin sobresaltos. Otro sultán, llamado Selim I derrotó al corrupto imperio de los persas, y de esta forma confirmar el dominio sobre Oriente Medio y el avance de la religión musulmana, derrotando a los mamelucos de Siria y Egipto. La Meca fue conquistada sin problemas, lo que permitió que los sultanes turcos se adjudicasen el título de califas.

En el año 1520, los turcos otomanos dominaban y sojuzgaban a: Grecia, Albania, Servia, Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, parte de Crimea, Valaquia-Rumanía, buena parte de Ucrania y la Rusia meridional. El nuevo sultán es ya Solimán “el Magnífico” y Europa se prepara para resistir y contraatacar; ya lo habían hecho ISABEL I DE LEÓN Y DE CASTILLA y FERNANDO II DE ARAGÓN, “Los Reyes Católicos”, conquistando la Granada nazarí en 1492. Por lo tanto, será el Imperio de Carlos V, nieto de los anteriores, quien preparará las condiciones necesarias para poner los puntos sobre las íes, dejando ese encargo a su hijo, Felipe II de Habsburgo, quien lo hará en Lepanto. Todo ello está contenido en este libro sobresaliente, que recomiendo vivamente, y más en la actualidad con un Islam integrista más que envalentonado. ¡Sobresaliente! «Ut placeat Deo et hominibus. ET. Auditur et altera pars».

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9788418757495
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