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"La expansión vikinga. Granjeros, navegantes y guerreros", de Pablo García Cañón

Galland Books. 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 11 de febrero de 2022, 16:00h
La expansión vikinga
La expansión vikinga

Esta original y delicada editorial nos ofrece otro libro-monografía de una excepcional calidad; y sobre un pueblo tan paradigmático que sigue siendo considerado de un interés preferente. Se trata de los vikingos, aquellos hombres del norte de Europa, quienes desde las tierras de Escandinavia viajaron hasta la Península del Labrador.

En el año 793 unos espantosos presagios aparecieron sobre el cielo de Northumberland –noreste de Inglaterra- sembrando el terror entre su población: ‘inmensos torbellinos y destellos de relámpagos, y flameantes dragones fueron vistos volando en el aire’. A estas apocalípticas señales siguió una gran hambruna y poco después el anuncio se convirtió en realidad. El 8 de junio unos ‘lobos voraces’ procedentes del mar, devastaron y saquearon despiadadamente con pillajes y asesinatos el monasterio de la ‘Isla Santa’ de Lindisfarne, famoso santuario por custodiar las reliquias de San Cutberto. La sociedad vikinga de la Era Oscura eclosionaba e impactaba de lleno en la Europa medieval con consecuencias sin precedentes. Comenzaba así la llamada era vikinga, uno de los momentos más dinámicos y emocionantes de la historia de los países nórdicos”. Realizaron múltiples periplos y los relataron en sus sagas. Llegaron a lugares remotos, tan disimiles como Bagdad o Jerusalén. Noruegos, daneses y suecos siguieron derroteros muy diversos en sus campañas; los suecos más coordinados por tener un monarca común; pero todos ellos buscaban, con toda la ferocidad y la violencia de que eran capaces, fama, botín y aventura. Los tres pueblos escandinavos rendían culto a los mismos dioses, hablaban la misma lengua con ligeras variaciones dialectales, y su forma de vida era rural sensu stricto, con una importante dosis de primitivismo; muy alejada del modus vivendi de las cortes de Europa. Las granjas eran familiares, pero casi siempre estaban situadas en las proximidades de ríos, lagos o mares.

El Mar del Norte era su auténtico Mare Nostrum, y se enseñoreaban por él sin problemas. Como el aislamiento del resto de Europa fue casi absoluto desde el siglo V, estos pueblos del norte mantuvieron el modus operandi que era prototípico de los germanos europeos en la protohistoria. “Hasta entonces se trataba de poblaciones campesinas, dominadas por una aristocracia rural y guerrera, donde aún no existía una noción de Estado, por lo que el regionalismo era extremadamente vigoroso. A finales del siglo VIII, Escandinavia estaba fragmentada en reinos muy inestables de carácter electivo donde cualquier hombre de sangre real era elegible como rey”. En esta sociedad tan simple, aparentemente, pero tan cohesionada familiarmente, era el clan familiar el núcleo, comandado por una especia de patriarca/bondi, en su derredor se encontraban todos los familiares de su casa o granja, además de sus libertos y los esclavos, estos últimos eran muy abundantes entre los vikingos, por las muchas rapiñas continentales que realizaban. Estos padres de familia patriarcales eran propietarios rurales, aunque no dependiendo directamente de la extensión de sus fincas, pero sí tenían el poder suficiente como para ser los rectores absolutos de las asambleas socio-políticas, de la dirección de los cultos rituales religiosos, y de estar siempre en la cúspide de la dirección de las acciones guerreras. Entre ese oligarca rural y el trono vikingo existían unos magnates intermedios o jefes regionales llamados jarl, estos con un poder semejante, en sus condados o territorios, al de los soberanos. El rey y los jarl eran los que tomaban las decisiones para el nacimiento del movimiento de los vikingos. “Cualquier hombre lo suficientemente rico como para poseer un ‘langskips’ (‘barcos largos’) y para reunir una tripulación disponía de un gran incentivo para aventurarse a participar en una incursión. La vida económica de Escandinavia se basaba en las actividades agropecuarias (cultivo de cereales y ganadería lechera semitrashumante) y la pesca”.

Con anterioridad al siglo IX d.C., los únicos núcleos de población, que se pueden denominar como semiciudades eran aquellos lugares que estaban en manos de los mercaderes sajones, que se dedicaban al trueque y a la artesanía de mucha filigrana, la moneda les era desconocida. Se pueden destacar dos núcleos de población, uno noruego llamado Skiringssal, y otro sueco denominado Birka, este último muy notorio en el Alto Medioevo. La vigilancia de ambos centros estaba en las manos de los monarcas vikingos del momento histórico a que se refiriera. “Por tanto, nos encontramos ante una sociedad campesina, marinera y clánica, escasamente estructurada y localista, donde el honor, que ocupaba un lugar primordial en aquella, era fácilmente resquebrajable. Las enemistades entre clanes eran muy habituales en la conflictiva y a menudo violenta vida nórdica Sin embargo, los vikingos mostraron desde muy pronto que no formaban parte de una sociedad inmutable sino abierta a la adopción de innovaciones, ideas y conocimientos que asimilarían allí donde viajaran”. Con el desgranar de la lectura de esta estupenda, y muy esclarecedora monografía, se consigue acercar a estos pueblos tan conspicuos a un conocimiento más que próximo. Todo este devenir histórico condujo, sin solución de continuidad, a los pueblos vikingos a tratar de desparramarse por toda la Europa continental que para ellos era un lugar de abundancia y de riqueza para realizar sus depredaciones.

Para poder sostener las continuadas reyertas entre los diversos clanes escandinavos, necesitaban dinero, y la mejor forma de obtenerlo era arrebatárselo, manu militari, a los reinos y territorios de las tierras de Inglaterra, de Escocia, y de Francia, sobre todo, pero sin desdeñar acercarse a las feraces tierras de los musulmanes y cristianas de las Españas. En el verano del año 789, tres barcos vikingos decidieron, motu proprio y a la tremenda, establecerse en la isla de Portland, propiedad de los reyes de Wessex, y desde esa atalaya cobrar peajes e impuestos a las naves de paso, y a los habitantes de la zona, esclavizando, asimismo, a las esposas e hijas de granjeros locales… Estimo que, con estos apuntes, se puede tener una certeza de la calidad de esta obra, que merece la mayor y más abundante de las lecturas. ¡Muy significativa y valorable!Patrem familias ventacem non emacem esse oportet”.

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