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Un hombre que se parecía a Justo Sotelo

miércoles 24 de enero de 2024, 07:06h
Un hombre que se parecía a Al Pacino
Un hombre que se parecía a Al Pacino

Había una vez un actor de Hollywood que se llamaba Al Pacino y que quería ser escritor de novelas. Tras rodar “El Padrino” y dirigir para el cine una obra de Shakespeare, alguien le dijo que en España vivía un profesor que se daba un aire a él y que se llamaba Justo Sotelo. Había nacido en Madrid, en el barrio de Chamberí, se había hecho economista y trabajado como bróker, y luego se había licenciado en literatura y escrito una tesis doctoral sobre un escritor japonés que también se daba un aire a Justo Sotelo, sobre todo en su pasión por la música clásica y el jazz y algunos escritores como Kafka y Scott Fitzgerald, aunque todos decían que tenía una forma de ser más parecida a la de Woody Allen, con sus sempiternas gafas, su continuo cuestionamiento de todo y esa penetrante manera de ver la vida.

Conocí a todos estos artistas porque Sotelo fue mi profesor en la Universidad y de vez en cuando nos hablaba de ellos. También nos hablaba mucho de John M. Keynes y de Virginia Woolf y el Grupo de Bloomsbury. Escucharle dar clase es uno de los mayores placeres que he tenido en mi vida. Luego terminé la carrera, estudié para diplomática, viajé por el mundo, pero nunca dejé de leer los libros de Sotelo ni de seguirle por las redes sociales. La muerte lenta, Vivir es ver pasar, La paz de febrero, Entrevías mon amour, Las mentiras inexactas, Los mundos posibles de Haruki Murakami, Cuentos de los viernes, Cuentos de los otros, Poeta en Madrid y ahora Un hombre que se parecía a Al Pacino.

Como suele decirse de cualquier buen escritor, siempre se escribe el mismo libro, pero con distintas variaciones, como en la música. Cada libro de Sotelo es diferente, pero en el fondo es el mismo. Siempre nos decía en clase que primero vivía y después escribía, y me convenció de ello. Cualquier asunto que se planteaba en clase suponía un debate profundo, un análisis desde todos los puntos de vista, y, tras leer en Nueva York su último libro comprado a través de Amazon, he vuelto a llegar a la misma conclusión. Este hombre que se parece a Pacino o Allen o Murakami viaja con este libro al origen de su amor por la literatura y el cine, a las primeras películas que vio en televisión y a los primeros libros que caían en sus manos, a los primeros amores descritos desde la actualidad, como en un “paisaje en la niebla”, siguiendo uno de sus hermosos relatos, para observar a aquel niño que llevaba gafas y terminó siendo Premio Nacional de Bachillerato y escribiendo cuentos como le pedía aquel viejo profesor de literatura. En las páginas de este libro hay mucho amor por la humanidad, por eso decimos siempre de él que es el último hombre del Renacimiento, mucho amor por las creaciones de los seres humanos, mucho amor por la vida. Nos encontramos con los veranos de su infancia en la sierra de Gredos escuchando las óperas de Wagner y los paseos con sus padres en busca de níscalos tras salir el sol después de un día de intensa lluvia. Las películas y los libros iban jalonando su evolución como escritor, su maduración, el paso de los años, de las clases, de las páginas de los libros. De lo que Sotelo no se olvidaba era de su profunda humanidad, de su manera de mirar las injusticias y a los más desvalidos de este mundo, por eso siempre se ponía y se pone de parte de los débiles, de los desfavorecidos, de los maltratados.

Sotelo cree en la buena vida para todos, por eso escribe, entre otras cosas. Por eso hay que leer “Un hombre que se parecía a Al Pacino”.

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